En la foto aparece Jack London con 21 años. Imberbe, la cara
aniñada, el gesto duro, dejando adivinar que, pese a su corta edad, la vida lo
ha golpeado sin piedad. Era 1897 y London se había trasladado a las gélidas
tierras del Yukón respondiendo a la llamada de la fiebre del oro.
Aquel mismo año escribiría al astrólogo William Chaney para
confirmar que era su padre. La respuesta fue desalentadora: Chaney le decía que
nunca había contraído matrimonio con Flora Wellman, la madre de Jack; además,
durante el periodo en que vivieron juntos, era impotente, por lo que no podía
ser su progenitor. Jack era un bastardo, un hijo de nadie.
Su vida había ido a la deriva. Con 17 años se había enrolado
en una goleta que navegó rumbo al Japón. Un año más tarde daría con sus huesos
en la prisión de Erie Country, en Búfalo, por vagabundo. Allí conocería en toda
su crudeza la degradación del hombre. En 1896 consiguió superar la prueba
acceso a la Universidad de California; de nada le sirvió, con los bolsillos
vacíos su esfuerzo había resultado baldío.
La única salida que encontró fue lanzase a la aventura del
Gran Norte. Decían que allí habían encontrado oro. Esa sería salvación. Con oro
conseguiría salir de la miseria y hacerse un nombre. Ya no sería más un don nadie,
un bastardo. El oro lo pondría a salvo de privaciones y desprecios. El oro era
sinónimo de felicidad.
Pero lo único que encontró en el Yukón fue el escorbuto. La
inflamación de las encías le hizo perder los dientes frontales. La cara se le
llagó, mientras sufría fortísimos dolores en las piernas y el abdomen. Un
jesuita, el padre William Judge, consiguió que le facilitaran abrigo, comida y
medicinas, salvando así su vida. Es significativo que, siendo London agnóstico,
en sus novelas los misioneros siempre salgan bien parados.
Su búsqueda de El Dorado había fracasado. Volvía de Alaska con
las manos vacías. ¿O quizá no tanto? El oro que no encontró en las canteras
vino a brotar en las cuartillas de las imprentas. Jack se puso a escribir
narraciones a partir de las experiencias que había tenido en la tierra de la frontera,
y comenzó a cosechar un éxito tras otro. El dinero entraba sin cesar. ¡Por fin
su vida iba a alcanzar el éxito!
Sin embargo, Jack London no consiguió encontrar la
felicidad. Tuvo dos matrimonios, y el fatal refugio del alcohol y las drogas que lo
fueron aniquilando. Moriría con solo cuarenta años sin quedar muy claro si pudo
ser a causa de un suicidio. El oro había llegado por un camino inesperado, pero
no había traído los frutos deseados.
Pese a su tempestuosa vida, Jack London nos ha dejado un precioso
legado, su obra literaria cargada de amor por la naturaleza; una naturaleza a
la que hemos domesticado hasta un extremo tal que cuesta reconocerla. ¿Dónde
responder hoy a la llamada de lo salvaje?
De momento, contamos con el aire fresco de los libros de London. La añoranza es
ya una forma de presencia.
Jack London con su hija Joan en 1902
¡Qué de vidas tan interesantes, diferentes y movida!
ResponderEliminarME encanta leerlas para recordar que la vida es mucho más que el entorno en el que me muevo habitualmente
Gracias¡
Gracias por recordarnos con sensibilidad a personas que merecen la pena. Un abrazo.
ResponderEliminarPasó de ser hijo de nadie a ser hijo de las preciadas letras. Allí encontró su "maravilloso escape".
ResponderEliminar¡Qué interesante!
Un fuerte abrazo.
Estas personas sí que merecen un lugar para el recuerdo. Me ha encantado tu escrito, incluso me ha emocionado. Un beso,Rafael y que tengas un feliz fin de semana.
ResponderEliminarMiriam, y duras también. Tienes razón, es muy interesante asomarse a la vida de las grandes personas. Gracias a ti.
ResponderEliminarManuel, gracias a ti también. Otro abrazo.
Capuchinos, uno es hijo de sus obras, ¿verdad? Un fuerte abrazo para ti.
Amalia, en sus libros la vida late con una fuerza y un dramatismo difícilmente superables. Merecen la pena. Buen fin de semana para ti también.
Una persona che ha saputo regalare tante ore di pura letizia leggendo le sue bellissime storie tra la natura, purtroppo non ne ha avuta per se stesso!
ResponderEliminarUn fortissimo abbraccio
PS ( aspetto il machete che mi regalerai, da usare tra cascate e vallate impervie quando non mi trasformo in una farfalla!)
Martina, yo creo que la naturaleza nos reclama a la vez que nos amenaza. Como sabían los clásicos, somos seres híbridos, de ahí nuestra tensión entre dos mundos. A los dos pertenecemos y en ninguno nos agotamos. Por eso es tan difícil estar satisfecho.
ResponderEliminar(Quizá un machete no es el regalo más apropiado para una mariposa. Mejor un tarro de miel)
Anche la natura ha le sue leggi. Ci sono volte che vanno ascoltate, altre volte che vanno dominate, proprio come essa fa con noi.
ResponderEliminar¡Un tarro de miel......uhm....que alegría!
Buenos días Rafael. Gracias a ti he descubierto las obras de este escritor. El autor que es la Vida escribe con tal perfección en los parajes inhóspitos del alma que por insólito que parezca lo hace de modo que siempre pueda brotar amor en su pequeña imagen y semejante Misterio.Un abrazo.
ResponderEliminarMartina, y la miel de flor de almendro, que es la primera de la primavera.
ResponderEliminarXtobefree, no sabes lo que me alegra eso que me dices. Sólo por que alguien se haya acercado a Jack London, valió la pena aquella entrada. Un abrazo.
¡Rafael eres un gran poeta! Me gusta la primavera, los almendros con las flores, las almendras, el miel y volar...Te mereces un abrazo poético y primaveral.
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