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BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO

jueves, 7 de julio de 2011

Lo que no le dije



Se había divorciado hacía poco. En esa quiebra quedaban atrapados sus hijos y su esposa. Ahora otra mujer ocupaba el centro de su vida.

Varios amigos habíamos quedado a comer. Inevitablemente, salieron a colación distintas batallitas de nuestra juventud. A raíz de alguna de aquellas aventuras, mi amigo recién separado comentó que a fin de cuentas la vida consistía en quemar etapas. No sé si fue por respetos humanos o simplemente la conversación cambió de rumbo, pero el caso es que me quedé con ganas de decirle algo que me parecía importante, máxime conociendo alguna de las “etapas” de su vida.

Quería haberle dicho que no estaba de acuerdo, que la vida no consiste en quemar etapas, sino en elegir quién queremos ser, decidir en qué clase de persona nos vamos a convertir. Lógicamente esto se va configurando en diversos periodos, pero no se agota en ellos, sino que se suman para llegar a ser quienes somos.

No es extraño ver cómo se justifican ciertos excesos porque sus protagonistas son niños, o jóvenes, o ancianos, o picapedreros, tanto da. Dicen: si se emborracha y se acuesta con catorce es que tiene que aprovechar la juventud, que son cuatro días; ojalá tuviera yo su edad. Y yo pregunto: ¿aunque se degraden como personas? ¿Qué importa más, una juerga pasajera y etílica con la sensación de vacío que la sigue o la felicidad real de las personas? ¿Acaso la vida ha perdido su sentido y sólo importa “quemar” el instante presente? ¿En qué mundo despierta uno cuando se han “quemado” las etapas del todo vale y al mirar atrás sólo se ven vidrios rotos?


Estamos rodeados por gente muy bulliciosa pero que, en el fondo, es profundamente infeliz. Un dato: en España el suicidio es la principal causa de muerte externa, superando los fallecidos en accidente de tráfico. Son varios miles cada año ¿No da que pensar a nadie?

Acabamos la comida. Cada uno nos fuimos por nuestro lado y yo me quedé con mala conciencia. Mi silencio me pesaba como una losa.


miércoles, 6 de julio de 2011

Indignados con el aborto, defensores de la vida


Mientras la gente hace planes para el verano que se nos ha echado encima de forma inmisericorde, un grupo de personas ha decidido dejar oír su voz para pedir que se detenga la muerte de bebés a escala industrial que se está produciendo en España.

Se trata de miembros de la plataforma “Derecho a Vivir”, los cuales han acampado en la Puerta del Sol de Madrid junto con los llamados Indignados.

Según aparece en diversas informaciones, han repartido miles de folletos explicando el drama del aborto y proponiendo vías de solución. Asimismo, grupos de proabortistas los han hostigado en reiteradas ocasiones.

¿Acaso hay algo más indignante que saber que en España matar bebés es un “derecho”?, ¿Puede dejarnos indiferentes el hecho de que se asesinen más de 100.000 criaturas cada año, según las cifras reconocidas oficialmente (en realidad hay muchas que no figuran ni siquiera en las estadísticas)? Si esto no nos indigna es que hemos dejado de ser humanos.

Desde este humilde rincón de la Red quiero mostrar mi simpatía por su causa, porque es justa, porque es necesaria, porque defiende al más débil.

Y también recordar que no se trata de derogar la actual ley, la anterior era igualmente nefasta. Lo que se precisa es reconocer el carácter inviolable de cada vida, y tomar las medidas precisas para su salvaguarda, sin excepción.

lunes, 4 de julio de 2011

Lecciones de historia para la España de hoy



Últimamente cobra intensidad el rumor de que el grupo terrorista ETA podría anunciar algo parecido a su disolución, materializándose una negociación soterrada. A la par, la agrupación política más afín a su ideario gana peso, en la actualidad bajo las siglas de Bildu.

Mi conocimiento del tema es el de cualquier ciudadano preocupado por lo que pasa en su país, aunque creo que la historia nos puede dar algunas claves que no deberíamos menospreciar.

Me voy a referir al puch de Munich, golpe de estado protagonizado por los nazis que fracasó en menos de 24 horas gracias a la enérgica acción de la policía.

Los hechos se desarrollaron los días 8 y 9 de noviembre de 1923, y a punto estuvieron de concluir con el suicidio de Hitler, quien temió acabar frente a un pelotón de fusilamiento. Sin embargo las cosas iban a discurrir de forma bien distinta: condenado a cinco años de prisión, sólo cumpliría nueve meses en una confortable celda, lo cual le proporcionaría mayor proyección pública y la oportunidad de escribir su conocido libro Mi lucha.

Hitler aprendió la lección, y decidió dar un giro estratégico. En adelante usaría los cauces legales que le otorgaba la democracia para hacerse con el poder e implantar su régimen totalitario.

En este contexto, su sagaz propagandista Joseph Goebbels escribía en 1928 en el periódico Der Angriff:


“Entramos en el Reichstag para aprovisionarnos de armas en el mismo arsenal de la democracia. Nos presentamos a diputados para paralizar a la democracia de Weimar con su propia ayuda. Si la democracia es tan estúpida que nos concede dietas y viajes pagados para nuestra labor carnicera, allá ella... Cualquier medio legal de revolucionar la situación presente nos es bienvenido. Si en estas elecciones logramos introducir de 60 a 70 agitadores de nuestro partido en los distintos parlamentos, el Estado mismo montará y financiará nuestro propio equipo de combate. También Mussolini entró en el Parlamento, pese a lo cual no tardó mucho en desfilar con sus camisas negras en Roma... No hay que creer que el parlamentarismo es nuestra Meca... ¡Venimos como enemigos! Venimos cual lobo que invade el rebaño. Ahora no estáis a solas.”

Goebbels dejaba bien a las claras que su sujeción a la legalidad nada tenía que ver con convicciones democráticas, sino que únicamente formaba parte de su estrategia de toma del poder.

Cuando fue preciso hicieron alianzas con otros partidos; pero obtenido el poder, prescindieron de ellos, contando con el respaldo entusiasta de una enorme porción del pueblo alemán.

Siempre me ha llamado la atención que una de las franquicias políticas de ETA se denominara Sozialista Abertzaleak, es decir, Patriotas Socialistas. Con todas las connotaciones nacional-socialistas que tiene el término, aunque se dedicaran a tachar de "fascistas" a todos los demás; como por otra parte hacen todos los extremismos.



Es posible que llegue el día en que los batasunos reclamen la desaparición de ETA, eso sí, sin cambiar un ápice de su discurso. Los incautos afirmarán emocionados que es la prueba de que los antes díscolos filoterroristas han optado por la vía democrática. Olvidan que el propio Hitler pasó a cuchillo a sus mamporreros de las S.A. cuando, alcanzado el poder, los vio como un estorbo, pues ya no servían para sus fines y sólo despertaban la inquietud de sus nuevos aliados. También aquello cosechó grandes aplausos y pareció demostrar la razonabilidad del Führer. En adelante la revolución sería ordenada, sistemática y plenamente “legal”. Incluso democrática cuando convenía (que no liberal).

El resto de la historia es bien conocido: persecución a los adversarios, discursos “buenistas” (véase la película documental El triunfo de la voluntad de Leni Riefenstahl con las proclamas pacifistas de Hitler) mientras se seguía una política de hechos consumados, y al final, la tiranía.

ETA no es sino el instrumento criminal de un movimiento totalitario que tiene un proyecto bien definido y que actúan con distintos órganos en los más diversos ámbitos de la sociedad. Mientras no se entienda esto, su veneno se irá inoculando en el cuerpo social hasta acabar con nuestras defensas morales y legales.

miércoles, 29 de junio de 2011

20 años echando humo





Decía Julián Marías que todo lo humano admite grados. Nadie es listo en grado superlativo (siempre se puede ser un poco más), ni absolutamente tonto (aunque siempre hay alguno que parece empeñado en demostrarnos que él sí puede). La palabra “amigo” es una de esas que admiten grados. Llamamos amigo tanto al compañero de copas ocasional como a la persona a la que confiamos nuestra intimidad, pero todos tenemos claro que no son lo mismo.

En mi vida he gozado de la inmensa fortuna de tener unos pocos amigos en el sentido pleno de la palabra; de esos con los que sabes que puedes contar siempre, incondicionalmente; amigos con los que toda conversación se hace escasa, pues los temas que se abordan revisten un interés inagotable; son personas que buscan el bien de uno sin reparar en el propio. En fin, un amigo, como decía Elbert Hubbard, es el que lo sabe todo de ti y a pesar de ello te quiere.

En la fotografía que encabeza esta entrada aparecen dos de mis mejores amigos, sin paliativos. Jovi celebrando su primera misa en Santa Engracia, todavía sin canas (ahora tiene la cabellera del abuelito de Heidi, aunque carece de barba y de cabras). Y el que le ayuda es Miguel Ángel.

Ambos se propusieron hace tiempo ir al cielo. Miguel Ángel ya ha ido para allá. La otra opción era Madrid, pero parece que Dios prefería tenerlo más a mano, aunque a mí me hizo polvo.

Por su parte Jovi sigue en carne mortal, empeñado en llevarse para arriba al mayor número de personas posible. Como es un tozudo de tomo y lomo (aragonés con denominación de origen) puede que incluso consiga que los que usamos desodorante de azufre acabemos allí también. Más nos vale tener un enchufe como este.

Precisamente hoy se cumplen veinte años de su ordenación. Así que además de felicitarlo, aprovecho para pedir a los lectores que lo encomienden (ahora mejor que luego). Y a él, qué le voy a decir, que un abrazo muy fuerte y que siga como hasta ahora, a ser posible con el cigarrillo apagado, que por mucho que mueva el incensario el olor a tabaquina no se va ni a tiros.

lunes, 27 de junio de 2011

Bailando con lobos



Han pasado más de veinte años desde el estreno de Bailando con lobos (1990), lo cual, en una época en que todo lleva fecha de caducidad, podía significar que me encontraba frente a una película apolillada. En el estuche figuraba su duración: 180 minutos. Caray con Kevin Costner, para ser la primera película que dirigió no se cortó un pelo en el metraje. También indicaba que había obtenido siete Óscar, entre ellos, al mejor director y a la mejor película. ¿Sería la flor de un día?

Este fin de semana la he visto y qué queréis que os diga: me ha encantado desde el minuto uno hasta el 180. Nada le sobra, nada le falta. No ha perdido un ápice de su esplendor. Contiene los ingredientes de una buena historia: amor, conflictos, drama, búsqueda de uno mismo, vidas rebosantes... y todo realizado con maestría.

La historia es conocida. Durante la guerra de secesión norteamericana el teniente Dunbar (K. Costner) es enviado a un puesto avanzado cerca de los territorios indios. Allí establecerá contacto con los sioux y descubrirá que aquellos a quienes tenía por salvajes son muy diferentes. Además, ese nuevo mundo en el que ha descubierto el amor y la verdadera amistad se ve amenazado por la irrupción del hombre blanco.

He de advertir que no soy muy amigo de las películas del Oeste, pero imagino que un romántico, entusiasta de Ambrose Bierce y Jack London, tenía que caer seducido por la magia de esta película.

Me sorprende que Kevin Costner no haya cosechado más éxitos como director. Por lo que veo en Wikipedia ha dirigido dos películas más. The Postman, que vi y no me pareció gran cosa, y Open Range, que no he visto. De ésta última creo recordar que Pérez Reverte hizo una buena crítica. Hago propósito de la enmienda y a la par que me pongo a buscarla, animo a quien quiera disfrutar de buen cine a que vea (aunque sea por quinta vez) Bailando con lobos.
Una joyita.

viernes, 24 de junio de 2011

Del miedo a la complicidad


Acababa de anochecer y mi primo Pepe y yo, sentados en el bordillo de un escaparate, charlábamos sobre lo humano y lo divino. De pronto, unos gritos llamaron nuestra atención. Un grupo de cinco o seis muchachos algo mayores que nosotros (y bastante más atléticos) empujaban y amenazaban a otro chico que se negaba a entregarles el reloj que le exigían.

Enseguida los transeúntes se detuvieron para contemplar el espectáculo, pero ninguno osaba intervenir. Sencillamente se limitaban a esperar el desenlace de todo aquello.

Por un momento hice ademán de inmiscuirme, pero algo me retuvo. El más alto y gritón de los acosadores no tenía el aspecto de quinqui de los otros y, además, trataba con cierta familiaridad, no exenta de violencia, al acosado: “¡Que les del el reloj! Si no, te lo voy a quitar yo. ¡Que se lo des!” Aquello me dejó confuso. ¿Y si se trataba de una pelea entre amigos que se había salido de madre?

Entonces uno de los perseguidores propinó un fuerte golpe al acorralado poniendo en evidencia que aquello no tenía nada de amigable. Animé a mi primo a intervenir, y aunque ofreció una cierta resistencia verbal, por no dejarme solo se zambulló conmigo en el peligro. He de aclarar que a miedo no me ganaba nadie, tengo más de Tristón que de Leoncio. Otra cosa es que a veces haga las cosas contra mis deseos porque es lo debido. El caso es que ahora éramos tres los rodeados, pues acabamos sitiados contra la pared de un edificio. Los atacantes, que no habían previsto nuestra intromisión, se impacientaban, por ello desplegaban una agresividad mayor. Uno de ellos dio un fuerte cabezazo al chico. Allí solté una de esas frasecitas en plan iluminado que tanto cachondeo despiertan entre mis amigos: “Sobre todo, nada de violencia”. En fin, todos tenemos nuestro momento zen.

Pese a lo apurado de la situación, mi capacidad de razonar no había desaparecido; recuerdo que pensé: si el chico al que atacan pelea pelearé yo con él, aunque nos partan la crisma a los dos; pero no me voy a enzarzar yo solo porque lo menos que me puede pasar es que me dejen como un cromo y el “auxiliado” se convierta en “fugado”. Finalmente les dio lo que le pedían y los carroñeros se fueron con su trofeo.

El despojado me agradeció emocionado la ayuda, mientras el más alto, que se había quedado junto a él, ¡le reprochaba haberse plantado frente a los atracadores! “Total, era un Casio de mierda que vale dos pesetas. ¿Por qué no se lo dabas y ya está?” Y el otro respondía impotente: “Porque era mío. Me da igual lo que valga. No tenía porqué dárselo”.

Para mi sorpresa aquel chico grande, amenazante y chillón había resultado ser un amigo del agredido que previamente había entregado sus pertenencias a la canalla. La cobardía había conducido al más fuerte a convertirse en cómplice de los agresores, tal vez sin ser consciente de ello. Su lógica venía a decir: si nos rendimos, nos dejarán en paz; luego si no lo hacemos los culpables de nuestra desgracia seremos nosotros por no claudicar.

Este tipo de actitudes es más frecuente de lo que suele pensarse. Hay casos con alta significación histórica, como el de Pierre Laval cuyo pacifismo acabó por convertirlo en un colaboracionista de los nazis.

Desgraciadamente en España también suceden estas cosas. Hay quienes deseando la paz dan pábulo a gentes afines al terrorismo, y no por cálculo político (que también los hay) sino porque creen que satisfaciendo a las fieras estas se apaciguarán. Así, pueden llegar al extremo de reprochar a los resistentes su resistencia, su negativa a someterse: “¿Es que no queréis la paz? Sois tan culpables como ellos porque con vuestra actitud los irritáis. Démosles lo que piden y nos dejarán en paz.”

Sí, nos dejarán en paz. No les "provoquemos". Total sólo era un Casio de plástico, o un puñado de judíos que nada valían con respecto al bienestar de la nación, vete tú a saber.

miércoles, 22 de junio de 2011

25 años después


Después de lo que habíamos sentido como una escolarización inacabable nos despedíamos de nuestro colegio. El mundo se nos presentaba como una promesa de aventura. ¡Al fin levábamos anclas para adentrarnos en la infinita mar de las posibilidades! Tomábamos el timón y comenzaba nuestra vida, nuestra verdadera vida.

Hace unos días aquellos otrora jóvenes ilusionados nos volvimos a juntar para conmemorar el 25 aniversario de nuestra partida, y descubríamos que las aulas y recreos que en otro tiempo anhelamos abandonar se habían convertido en nuestra Ítaca perdida. Era un retorno al hogar, al recuerdo de una vida que, pese a lo que entonces creímos, era tan auténtica o más que la de ahora.

El ambiente festivo reinó en todo momento, pero hubo dos cosas que me impresionaron. La primera que nuestro periodo escolar (desde 1º de EGB hasta COU) había sido de tan sólo ¡doce años! Nunca me había parado a pensarlo, pero para un adulto no son tantos años y, sin embargo... Sin embargo, cuando estaba inmerso en ellos, me parecían lo único existente. El presente lo abarcaba todo, y el mes siguiente estaba en el infinito. Es curioso que siendo la época en la que más cambios vitales experimentamos, la sensación de perdurabilidad es casi absoluta. “Cuando sea mayor...”, se dice, pero ese cuando sea suena a vida eterna, a paraíso ultraterreno inalcanzable en este mundo.

El segundo impacto lo recibí durante la misa en la que encomendamos a nuestros compañeros fallecidos. Son un total de diez; cifra alta dada nuestra edad. Hay que tener en cuenta que éramos unos 80 alumnos por curso (repartidos en dos clases). Se leyeron sus nombres uno tras otro, pero no eran simples nombres, sino amigos, “niños” de clase, compañeros con los que jugábamos, hablábamos, hacíamos travesuras, estudiábamos, tonteábamos con las chicas, compartíamos pupitre y tarta de cumpleaños. Ellos ya no están, y la “lógica” de situación parece decirnos que siempre es a los demás a los que les pasan estas cosas. Pero de haberles preguntado a ellos tampoco habrían concebido ser los protagonistas de tan dolorosa lista. Mientras la leían, fui plenamente consciente de que un día estaré yo en ella. Y ese día no es una suposición a futuro, una mera hipótesis, sino una realidad insoslayable, vertiginosa.

Pasamos un día muy grato en el cual todos fuimos verdaderamente nosotros. Nadie era prestigioso abogado, albañil, conductor, directivo, vendedor o parado. Después de haber hecho fila juntos cientos de veces, correr tras un balón o copiar en un examen, las máscaras no se sujetan en la cara. Sólo éramos los niños de nuestra clase con algunos kilos de más y una gran alegría por estar juntos de nuevo.