En El Salvador hay una ciudad llamada Zaragoza y ahora son sus fiestas patronales: las Fiestas de Nuestra Señora del Pilar. El escudo es un león rampante, pero en vez de rojo y amarillo como el de la Zaragoza de España es azul y blanco, como los colores de la bandera de El Salvador.
Al principio me chocaba que los salvadoreños en vez de la forma condicional habitual, frecuentemente usan el pretérito imperfecto de subjuntivo. Así, por ejemplo, en vez de decir: "yo me quedaría más rato", dicen "yo me quedara más rato". Pensaba que era una "desviación" de la forma originaria; hasta que un día me dio por releer el Quijote y descubrí que Cervantes utiliza los verbos como ellos: "a no depararme el cielo a mi señor don Quijote, allí me quedara hasta el fin del mundo". Es decir, en algunos aspectos un salvadoreño dialoga con el manco de Lepanto mejor que un español.
Y ya si hablamos de las palabras, saltan las sorpresas a la menor ocasión. Por ejemplo, allí nadie dice "cajón" sino "gaveta", como podían usarlo Mateo Alemán ("Abrieron la gaveta y sacaron el gato" - Guzmán de Alfarache) o Tirso de Molina ("Una gaveta sola hallé con llave" - Los hermanos parecidos).
Y así muchas más cosas que son una maravilla para quien está dispuesto a maravillarse de lo maravilloso.
Claramente un español no es extranjero allí, ni un hispanoamericano lo es en España, si acaso forastero, que decía Julián Maráis. Unamuno sostenía aquello de que mi patria es mi lengua. Y Wittgenstein lo de los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo. Yo lo ampliaría al corazón, que es el que reza y ama. Mi mundo es el mundo hispánico y en mi casa se comen pupusas y tortilla de patata tan ricamente, de modo que cada día estoy más "repuestito" (la talla de la ropa me delata).
¡Feliz día de la Hispanidad!