Esta noche he soñado con mi
padre. Un sueño vívido hasta el punto de que he despertado con cierta conmoción
que sólo muy lentamente se ha ido atenuando.
Me había escapado de la
policía junto con dos detenidos más y, de algún modo, acababa en casa de mis
padres. Yo charlaba con mi padre, asustado por la conciencia de mi propia
finitud. Sabía que no tenía escapatoria, no sólo porque mi vida ha de concluir,
sino que el firmamento entero comparte idéntico destino. Veía con angustiosa
claridad lo acelerado e inapelable del transcurso del tiempo y cómo todo lo que
está por venir será devorado caducando apenas suceda.
De alguna manera quería
compartir esta angustia con mi padre, buscar consuelo en él. Entonces he visto
una mancha en mitad del pasillo, me distraía. Luego han llamado a la puerta.
Temiendo que fuera la policía he pedido a mi padre que no abriera. Entonces han
metido un telegrama o comunicado por debajo; yo sospechaba que procedía de la
comisaría. He ido a limpiar la mancha del pasillo con una toallita húmeda. Poco
después, al ver la humedad que había quedado en ese lugar, he reparado en que
mi padre ya estaba muerto. Me he acercado hasta él; estaba frente al armario
del pasillo donde se cambiaba al volver a casa, y le he repetido una y otra vez
que lo quería mucho mientras él, con la cabeza gacha, decía que había hecho lo
que había podido con nosotros. Después me he despertado y él ya no estaba.