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BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO

lunes, 22 de noviembre de 2021

Negro mientras se pueda





Lo intento. De verdad que lo intento y no me dejan. Prometo que en la próxima entrada, pase lo que pase, hablaré de otra cosa. De pájaros o de integrales dobles, ya se me ocurrirá algo. Pero ahora mismo los dedos se me disparan a las teclas para interpretar una melodía en re menor, la tonalidad del Réquiem de Mozart.


Empecemos por una batallita. Nos tenemos que remontar a 1986, año en que yo iba mucho al cine. De hecho todas las semanas. Mi amigo Miguel Ángel y yo nos tragamos casi todos los estrenos juveniles aprovechando el descuento que ofrecía la Tarjeta Guía, precedente del actual Carné Joven.


Una de aquellas "joyas ochenteras" pasadas a mejor vida se titulada Hardvard, movida americana (Soul Man en versión original). Con ese nombre ya se puede uno imaginar que no era precisamente El Séptimo Sello de Ingmar Bergman.




Se trataba de una comedia en la cual un niño bien al que su padre millonario no quiere pagar la carrera en Hardvard, se hace pasar por negro para conseguir una beca específica para gente de color.


Para complicarlo todo se enamora de una humilde estudiante negra que ha perdido la beca por usurparla él.


Lo sustancioso viene al final de la película, cuando todo se destapa y mantiene una conversación con un profesor (negro), particularmente exigente y sensibilizado con la discriminación racial. El chico le muestra  su arrepentimiento y se compromete a empeñar su vida en ayudar a la comunidad negra. El profesor se congratula de que haya aprendido cómo se vive siendo negro, pero el estudiante lo corrige. No, en realidad él no sabe cómo se siente uno siendo negro pues podía dejar de serlo cuando quisiera.


Pienso que si se sabe aprovechar, un adulto medio en España (no sé en otras partes) puede ver remotamente (casi en lontananza) lo que tuvo que suponer para un judío europeo la irrupción del nazismo. ¿Cómo degustarlo? Sencillamente, queriendo llevar una vida social normal no estando vacunado contra la Covid.


¡Qué exageración! Dirá alguno. Ciertamente. Para empezar, como sucede al protagonista de Hardvard, movida americana, uno sabe que en cualquier momento puede engrosar las filas de los puros y ponerse a salvo. Basta con remangarse y decir: proceda, pinche aquí.


Asomémonos al editorial del lunes 22 de noviembre en El Español de don Pedro J. Ramírez. No tiene desperdicio: Explica que en torno al 10% de los españoles mayores de 12 años están sin vacunar contra la Covid. Lo cual, sostiene, pone en peligro a todos (se acabaron los rebaños, pero quién se acuerda de eso). Para "persuadir" a los remisos pide que las autoridades impongan el certificado Covid. "Es hora... de que se exija y naturalice en cualquier espacio público", y entre otros, señala "los autobuses" y los "puestos de trabajo".

Más adelante el editorial aclara que no exigen "decisiones drásticas" como las de Austria. 


Pues nadie lo diría. Si no dejas a uno subirse al transporte público ni entrar en su trabajo tú dirás.


El párrafo final ya es colosal: "Somos contrarios a la obligatoriedad de la vacuna... Pero el derecho a la irresponsabilidad no puede salir gratis".

No, desde luego; uno pierde sus derechos civiles y lo dejas sin trabajo pero vamos, libertad toda la que quieras y más. Mira, ahí tienes el monte.




Decía Julián Marías que el primer paso antes de que un conflicto estalle es que la mentira se adueñe del discurso público. Pues parece que no anda lejos.


Uno puede comprender (y compartir) los temores ante una enfermedad que se ha llevado por delante a no se sabe cuántos miles de personas sólo en España. En el mundo al parecer van más de cinco millones.

Es encomiable que se busquen soluciones, empezando por las médicas, para acabar con ella. Lo que no tiene justificación es el engaño y la creación de un estado de opinión que, apoyado en el miedo, envilece a las personas hasta el punto de crear chivos expiatorios, romper amistades o crear discriminaciones injustificadas.


Cuidado en qué lógica educamos el pensamiento de la gente. Cualquier día se vuelve contra uno y entonces, ¡ay!, ya es demasiado tarde. 




Ariernachweis, carné ario necesario para acceder a puestos públicos.

3 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. je, je ... me acuerdo de la película, los ochenta fueron disparatados.... hoy no se podría hacer por mucho que al final estuvieran los cinco minutos de moralina. a mi estas películas me recuerdan al Libro del Buen Amor que con la escusa de mostrar lo que está mal deleitaba al lector con las sinvergonzonerías que contaba.... a ver quien es el guapo que saca a un blanco tuneado en estos días... Pedro J. Ramírez con ese señalar con el dedo recuerda a los marcianos de Mars Attacks "venimos en son de paz" mientras disparan a mansalva...

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    1. La verdad es que la película no iba más allá de una comedia ligera, pero esa moralina del final sí tenía chicha.

      Bien mirado, lo que sucede hoy ya se estaba gestando en los ochenta, aunque entonces fuera imperceptible, con esa noción de comunidad autorreferencial y damnificada dentro de otra comunidad. Aunque bien es cierto que no se había caído en el puritanismo tribal de ahora; a Dios gracias.

      Un saludo cordial.

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