
“¡Papa, mamá, ya nos queremos levantar!” Todavía no son las siete de la mañana y nuestras “despertadoras” particulares ignoran, una vez más, que es domingo (o tal vez, precisamente porque es domingo, tocan diana antes que ningún día). ¡Ala, todos arriba!
Desayuno familiar. La más pequeña se echa diez toneladas de cereales en un dedo de leche. “Pero, ¿por qué te pones tanto?” “Tengo mucha hambre”... “Papá, ya no quiero más”. “Si ya lo sabía yo”. Repetimos el
mantra del fin de semana. ¿Tendré que ejercer mi función de pez escoba también en el desayuno? De momento ya he tenido que desplazar la hebilla del cinturón un agujero más. Agacharme para atarme los cordones empieza a ser incómodo.
Después de arreglarnos, vamos a misa. A la hora de la comunión, me quedo sentado en el banco. “Papá, ¿por qué no pasas?” Las caritas de las peques me observan inquisitivas. “Es que primero tengo que ir a confesarme”. “¿Has hecho algo malo?” “¿Qué has hecho, papá?” El interrogatorio se intensifica, mientras sus miradas hacen patente el asombro que sienten. No se me ocurre qué decir. Me conmueve y avergüenza que les resulte inverosímil que su padre haya podido hacer algo malo. Está claro que las costras del alma son invisibles a los ojos de los hijos pequeños.
Acabada la celebración, todos al coche para ir a votar. No puedo aparcar, así que dejo al “mujerío” a la puerta del colegio electoral y vuelvo a casa solo. Luego, acudo andando a su encuentro. Doy con ellas a mitad de camino. “¿Alguna quiere volver conmigo para ayudarme a votar?” Se apunta la más pequeña.
Al llegar, busco entre el montón de papeletas hasta dar con las de mi elección. Mi ayudante particular las pliega y entre los dos las metemos en el sobre. En la mesa electoral, dos chicos jóvenes y una mujer. “¿Os importa si las mete ella?”, pregunto refiriéndome a mi hija. “No, claro que no. Adelante.” Así que con cuatro años mi angelito con gafas mete por primera vez un voto en una urna. A la salida del colegio un cartel anuncia un espectáculo de Mickey Mouse y Minnie. “Mira, les hemos votado a ellos”, le digo señalando el letrero. No hace demasiado caso porque, aunque pequeña, no es tonta, y sabe que su padre es algo vacilón. Lo que ignora es que a quienes he elegido tienen tan pocas posibilidades como los ratones de Disney. ¡Así es la vida! (o su defensa).
Vamos por el pan. Como recompensa a su ayuda, le ofrezco comprar unas monedas de chocolate. “Mejor, un huevo Kinder”. ¡Caray, cómo sube la apuesta! Cedo, encantado de la vida, y compramos un huevo de Hello Kitty para cada una. Y luego dirán que ir a votar sale gratis.
Por la tarde acudimos al Parque del Agua. Vamos a echar pan a los patos. Habitualmente, además de los anades acuden las carpas. Pero esta vez hemos tenido más suerte. Una polla de agua se arriesga a salir del carrizo y captura algunas de las migas que arrojamos. Luego, las transporta en el pico hasta tres polluelos que la reclaman desde la maleza. Suelen ser muy huidizas, así que es todo un lujo poder verla desde tan cerca yendo y viniendo.
Un chico que de veintitantos años está pintando con acuarelas. Lo saludamos y nos quedamos un rato viendo cómo mezcla los colores e imprime sus trazos en un grueso cuaderno. Las peques no se despegan de él. Después de un rato, acaba por invitarnos a una exposición que se inaugurará el próximo viernes. Allí estaremos.
Ya por la noche, con las niñas acostadas, mi mujer y yo vemos en la televisión un programa sobre cine. Cuando acaba, pasamos a la primera cadena donde dos presentadoras dan cuenta del escrutinio electoral. Una de ellas tiene cara de habérsele muerto el canario. Está claro que el resultado no la emociona. El Partido Popular arrasa en casi toda España, el PSOE sufre un descalabro enorme y Bildu se hace presente con una fuerza arrolladora en el País Vasco. La opción que yo elegí sin demasiada convicción, sencillamente no existe. Una vez más, me queda un regusto amargo. Quizá debí acampar con los “Indignados” y no moverme de allí (salvo para ir a cenar a casa, que la ensaladilla me salió muy rica).
Algo más tarde, el presidente da una rueda de prensa acompañado de algunos miembros de su gobierno. Reconoce que la Tierra es redonda y que la línea recta es recta. Sí, han perdido. A continuación explica que la culpa de todo la tiene una crisis que antes negó, y que él hace lo que tiene que hacer. Dice que aguantará la legislatura hasta el final. Dados sus problemas de convivencia con la verdad, en su caso es como no decir nada.
Me acuesto. He bebido demasiada coca-cola y hace calor. Doy doscientas vueltas y, como no puedo dormir, empiezo a pensar en mis hijas. Aunque apueste a perdedor y en el súpermercado acabe indefectiblemente en la fila que se atasca, ¡soy un insomne afortunado!