Me apetecía hacer un vídeo recuperando el estilo original del canal. Así que me he traído como invitado especial para este evento al señor Leibniz. De paso, sincronizamos nuestros relojes...
Espero que os guste.
Me apetecía hacer un vídeo recuperando el estilo original del canal. Así que me he traído como invitado especial para este evento al señor Leibniz. De paso, sincronizamos nuestros relojes...
Espero que os guste.
Escapada provechosa a los Madriles junto a mi santa esposa para ver la exposición organizada por la Complutense en torno a Julián Marías.
Valoración de la misma: excelente. Muy recomentable.
Aquí te lo cuento:
Hay noticias que le conmueven a uno en lo más íntimo. Y hoy, precisamente, he recibido uno de esos regalos. El caso es que charlando con mi amigo Manuel me ha dejado caer como si tal cosa que su hija Katia ha hecho una exposición en clase de mi libro Mabel, la princesa de Íncaput. La verdad, no estaba preparado para una revelación tan espléndida e inmerecida.
Katia es una niña despierta y alegre que posee la gracia de lo andaluz en grado sumo. Este verano tuve la oportunidad de compartir con ella y con su hermano Dante, otro gran lector, aventurero y conversador, un refresco y una aventura náutica en la Plaza de España de Sevilla.
El caso es que Katia ha tenido a bien no sólo leerse mi libro, sino disertar sobre él en su clase. Y qué quieren que les diga, que desde ese mismo instante se ha convertido en mi lectora favorita y así se lo he hecho saber telefónicamente.
Además, ha despertado el interés de una amiga suya que se lo ha pedido prestado, y Katia, generosa, ha accedido; eso sí, advirtiéndole de que se lo cuide bien pues lo tiene dedicado por el autor.
En conclusión, hoy me he sentido un tipo muy afortunado al descubrir que ha merecido la pena narrar las aventuras de Mabel. Únicamente con esta fantástica lectora está compensado todo con creces.
En más de una ocasión he soñado con personas ya muertas. Cuando esto sucede no es extraño que sea consciente de que han fallecido, de que no es normal que ellos estén ahí, actuando, hablando, ¡vivos! Con no poca congoja trato de advertirles, de explicarles lo inaudito de la situación.
Lo del otro día fue algo distinto. Soñé con Javier B., quien murió durante la pandemia a consecuencia de un infarto. ¿La vacuna? Yo qué sé.
En mi sueño estaba rejuvenecido y sonriente. Vestía una camisa azul mahón algo arrugada. Yo no podía evitar mostrar sorpresa. Le decía que había oído que había fallecido, pero que afortunadamente estaba claro que no era así, que era un error. Y para cerciorarme lo tocaba y le decía que era indudable que él estaba allí, tan seguro como que yo mismo lo estaba, que no era un sueño como me había sucedido en otras ocasiones. Ahora no cabía la menor duda.
Desperté y quedé confuso. ¡Era todo tan real! Tan real como la misma realidad.
Pensé en Descartes: ¿cómo distinguir la vigilia del sueño si en ambos todo se presenta como real? ¡Pero si Javier estaba claramente ante mí, presente ante mis ojos y mi tacto; hablándome!
El Próspero de Shakespeare en La Tempestad sostiene: "Somos de la misma sustancia que los sueños, y nuestra breve vida culmina en un dormir".
Pero, ¿y si la vida misma no es más que un dormir en el que soñamos que vivimos?
En ese caso, como dice Unamuno al final de su Vida don Quijote y Sancho: "¡Y si es la vida sueño, déjame soñarla inacabable!"
Esta foto nos la tomó Javier a Julio y a mí cuando trabajaba como fotógrafo para el desaparecido periódico El Día. Lo que ya no sé es si estuve allí o si es un retazo de otro sueño, de otra vida, del joven que creía ser y que soñaba con ser otro que yo.
Ahora sí que sí: ¡¡¡el último vídeo de la serie Antropología Metafísica de Julián Marías!!!
Dos años, dos, dedicados a este magnífico libro.
Aprovecho para hacer un rápido balance y compartir mi último encuentro con el filósofo.
¡Último capítulo del libro Antropología Metafísica de Julián Marías!
Para mí, coronar el Everest.
Pienso grabar un episodio de cierre de esta serie que me ha llevado ¡dos años! Madre del amor hermoso.
Me comprometí y he cumplido, pero ha costado lo suyo...
Tempus fugit, decían los latinos. Desde siempre he tenido clara conciencia de la fugacidad del tiempo. Por eso para emplear una parte del mismo en leer un libro en vez de otros muchos debe haber una razón más o menos poderosa. En este caso he de confesar que el motivo ha sido la simpatía por su autor; a quien, dicho sea de paso, todavía no conozco personalmente. Pero eso es otra historia.
No es la primera vez que me mueve un motivo similar, y ello me ha permitido llevarme más de una grata sorpresa.
El hecho es que me he regalado Cuentos desde el ocaso, firmado bajo el seudónimo de Sir Percy Blakeney, y me he encontrado diez relatos breves que giran fundamentalmente en torno a los sueños, la nostalgia y la imaginación. En el prólogo el autor nos confiesa sus influencias literarias: Tolkien, Lovecraft, Dunsany, etc., por lo cual no debe sorprendernos el carácter fantástico de la mayor parte de sus historias.
Se percibe en las mismas un clamor por la infancia perdida, una manifestación de ese niño que sobrevive dentro de cada uno de nosotros, que soñaba con grandes cosas, que tenía el horizonte abierto a infinidad de posibilidades, que se adentró en la adolescencia queriendo alcanzar los más altos ideales y que contempla el prosaismo del mundo, la horfandad de un discurso que ilumine su belleza.
Me ha gustado particularmente el relato titulado "La tragedia en la nieve", curiosamente no fantástico. Conduce al lector con particular acierto a lo largo del drama que acontece a un niño pequeño ignorado por los adultos que sueña con sorprender a su profesora encontrando a la Reina de las Nieves.
También me ha sorprendido gratamente el juego de relatos cruzados de "La última historia", en el que lo mágico y lo real acaban por colisionar.
La humanización de juguetes y animales acaece a menudo, donando esa perspectiva humana a realidades que llegamos a inhabitar (el ratoncito de goma, el osito de peluche...)
La lectura de Cuentos desde el ocaso me ha devuelto a esas historias que leía de joven y que tan buenos ratos me hicieron pasar. Ahora me vienen a la mente las Narraciones inverosímiles de Pedro Antonio de Alarcón, algunas de las cuales conservo en mi desmemoriada cabeza.
Si algo me ha quedado claro es que Enrique Rull, veradero nombre de Sir Percy Blakeney, no ha dejado que se extinga la llama que hay encendida en el corazón de cada niño. La prueba está ahí: Cuentos desde el ocoso.