
Dadas las simpatías que ha despertado mi sobrina
Carmen, me animo a escribir una pequeña crónica de sus hazañas y gestas:
Érase un matrimonio con ocho hijos que vivía entre la anarquía y la providencia. Podríamos decir que era una familia anarcocatólica.
Los esposos habían cruzado el umbral de los 45, y a la par que se alegraban de ver crecer a sus vástagos, sentían cierta melancolía al darse cuenta de que nunca más tendrían un bebé en casa.
Dios, que los quería mucho, percibiendo su añoranza, decidió darles un regalo muy especial: haría un ángel para ellos. De este modo siempre los acompañaría una criatura con la inocencia de un niño y un único afán: amar. Un ser así vive sin preocupación alguna con la felicidad del auténtico menesteroso. Para que no cupiera duda de que era un ángel, Dios le imprimió su señal en el cromosoma 21. (Es lo que hace con todos los ángeles que manda a las familias especiales. La pena es que los espectros de las tinieblas lo saben y han arrastrado a los hombres a procurar su aniquilación).
Antes de nacer, las ecografías delataron que su corazón no estaba nada bien. Convertido en una cavidad única, la sangre oxigenada y la venosa se confundían en una mezcla fatal.
Cuando vio la luz le pusieron por nombre Carmen. Las cosas no fueron fáciles. Por ejemplo, las comidas duraban una eternidad, pues ingerir lo más mínimo la fatigaba enormemente. Estaba ojerosa y se amorataba fácilmente. Antes de los seis meses habría que practicarle una operación paliativa para ayudarla a ganar peso. Después, si todo iba bien, se le podría operar a fondo el corazón.
Hay que mencionar, inevitablemente, a la doctora
Carmen Marín, auténtica hada madrina de nuestra protagonista. Siendo claros y concisos, le debe la vida.
Cuando llegó el momento de operar surgió el primer contratiempo: la máquina de circulación extracorpórea de la Seguridad Social en Zaragoza se había estropeado. Habría que derivarla a otra comunidad autónoma. Saturación, listas de espera... ¡El tiempo corría en contra! Finalmente la Seguridad Social la envió a Barcelona, al Hospital San Juan de Dios. Y vino a resultar que allí acudía a operar desde Valencia una vez por semana el doctor
José María Caffarena, que según supimos, es un
crack en esta especialidad. Lo que debería haberse realizado en un mínimo de dos operaciones espaciadas en el tiempo, se llevó a cabo en una sola y con excelentes resultados. Las enfermeras y médicos, matrícula de honor. Lo voluntarios que asisten a las familias, sobresaliente
cum laude. Los religiosos, la gloria celestial. Carmen volvía a casa repuesta.
Once meses después se le detectó leucemia. El problema volvía a estar en la sangre; esta vez en forma de cáncer. Ahora el tratamiento sí pudo realizarse en el Hospital Infantil de Zaragoza. Al personal de allí hay que darle las mismas notazas que a los de Barcelona: Copa de Oro y mención especial. Fabulosos.
Allí conocieron a otros niños con la misma enfermedad, aunque no eran Down. Algunos se fueron al cielo (mi hermana me pide que no ponga sus nombres, así que me limito a las iniciales): La pequeña J. de 3 años, el menudo M. de 5, y el simpático M. natural de Jaca, que con 11 años era más vivo que el hambre. “¿Cuándo te echarás novia?”, le preguntaba un día la “enfermera 57” (las llamaba numerándolas por la edad,
para provocar, decía él). “Espera que me crezcan las neuronas”, respondía con desparpajo.
La dulce C. se encariñó especialmente de Carmen. Ahora tiene 13 y desde hace unos tres años se le reproducen tumores. Tampoco tiene la marca en el cromosoma 21, pero es un auténtico ángel y deseamos de todo corazón que se cure definitivamente y pueda abandonar el hospital para siempre.
Bueno, el caso es que Carmen sanó. Normalmente la quimioterapia debería haberla dejado hecha polvo, pero yo siempre que la veía la encontraba como una moto. Hasta el punto de que le decía a mi hermana (la mamá de la criatura, como ya os habréis imaginado hace rato): “si está así enferma, ¡cómo estará cuando esté buena!” Bien, confirmo que estando curada, goza de actividad y alegría a prueba de adultos. ¡Incombustible!
Dada la recuperación, en el posado navideño de este año lucirá una buena mata de pelo. Y como prueba de ello, la foto que acompaña esta entrada en la que se la ve alimentando a su hermana mayor con un peine. La mencionada y gracil hermana es María -¡MARÍA, ya te tengo en cuenta, para que veas!-. Para los interesados, su teléfono es el.... ¡Se me ha olvidado! ; D
Hay que decir que la realización de la fotografía ha corrido a cargo de otra hermana, la muy profesional Inma, quien, como se puede comprobar, ha decidido darle un toque artístico enforcando la lámpara, la estantería y el espejo del fondo, siempre siguiendo la línea de la escuela flamenca.
Y como me he alargado más de la cuenta y el futuro está por hacer, concluyo aquí mi relato. Espero que os haya gustado y que compartáis con nosotros la felicidad de saber que un ángel sonriente sigue campando por sus respetos en la sede principal del anarcocatolicismo español. ¡Salud y bien!