"Todo es mentira", repite de vez en cuando mi amiga Adi.
La gran tentación de la filosofía contemporánea ha sido la suspicacia irredenta; llevar el afán de desvelamiento a tal extremo que lejos de contentarse con poner a la luz la verdad desnuda acabe por dejarla hecha jirones.
A este propósito escribía Pierre Bayle en su Dictionnarie historique et critique (1697): "Puede compararse a la Filosofía con unos polvos tan corrosivos que, tras haber consumido las carnes purulentas de una llaga, royeran la carne viva y corroyeran los huesos, horadándolos hasta los tuétanos. La Filosofía refuta, de entrada, los errores, pero si no es detenida en ese punto, ataca a las verdades y cuando se la deja actuar a su fantasía, va tan lejos que ya no se sabe ni dónde está ni cómo detenerse".
La psiquiatría, una de las hijas genuinas de la Filosofía, a menudo ha caído en la misma deriva criminal de su madre; de ahí que Viktor Frankl nos advierta:
"Mis ataques se dirigen de forma intencionalmente unilateral hacia el cinismo, que debemos agradecer a los nihilistas, y al nihilismo, que debemenos agradecer a los cínicos. Se trata de un círculo vicioso que generan el adoctrinamiento nihilista y la motivación cínica. Y para romper este círculo vicioso es necesario desenmascarar a los que desenmascaran. El desenmascaramiento de una psicología profunda unilateral que se comprende y se describe a sí misma como «psicología desenmascaradora». Sigmund Freud nos ha mostrado la importancia del desenmascaramiento. Pero considero que en algún momento hay que detenerse, en el momendo justamente en el que el «psicólogo desenmascarador» se enfrenta a algo que ya no puede desenmascarar, por la simple razón de que es verdadero. El psicólogo que tampoco puede parar de desenmascarar en estos momentos, desenmascara tan solo su propia e inconsciente tendencia a desvalorizar lo verdadero y lo humano del ser humano". (Lo que no está escrito en mis libros. Herder)
Recuerdo una anécdota que me contaba mi amigo Javier C. De joven, Javier fue monitor en unas colonias urbanas para niños sin recursos. Uno de aquellos monitores en tono de escriba bíblico lanzaba al que los dirigía la siguiente insinuación:
- Si eres honesto contigo mismo reconocerás que no estás aquí por generosidad ni porque te importen estos chiquillos, sino porque creer que los ayudas apacigua tu conciencia y eleva tu autoestima.
Es decir, ante el evidente desprendimiento del otro, ante la verdad de su altruísmo, de su bonhomía, el escudriñador de almas esgrimía su estilete para trizar su alma en busca de las "verdaderas" razones que lo conducían a ser... bueno.
Como escribía Viktor Frankl, desenmascaraba tan solo su propia e inconsciente tendencia a desvalorizar lo verdadero y lo humano del ser humano.
Magnífico texto, Rafael. Justo ayer escuchaba una entrevista a Peter Kreeft donde, de otra forma, con otros argumentos, llega a una conclusión semejante.
ResponderEliminarEstá en los primeros 18 minutos:
https://www.youtube.com/watch?v=N9_cDPjar_k
En el fondo, ese nihilismo radical conlleva la renuncia al sentido común.
Me lo he puesto. Muy bueno y oportuno, sí señor. Muchas gracias
EliminarMuy bien apuntado, ese escudriñador de almas me recuerda a dos cosas aquello de "cree el ladrón que todos son de su condición" al no saber reconocer la grandeza de espíritu en si misma, y a una situación que viví en un juicio. Un bedel habia sido agredido y habia generado un problema psicológico. Era una buena persona al que le gustaba ayudar a quien lo precisaba porque pensaba que podía ayudar a cambiar. A la hora de valorar los daños psicológicos, el forense habia indicado que con carácter previo a la agresión sufría de comportamientos narcisistas, algo que aprovechaba la abogada para intentar minimizar las secuelas (y su contravalor en euros). El forense explicaba que esa idea de poder ayudar a los demás escondía unas ideas de sentirse relevante, importante.... narcisista. Fue muy duro ver la cara de dolor de la víctima al saberse juzgado de esa manera. Me dolió hasta a mi. Debían sentirse muy sabios, muy por encima del bien y el mal, aquella letrada y aquel forense......
ResponderEliminarDesde luego, tal y como apunta Frankl, es deshumanizador. Pareciera que prefieren psicópatas, gente sin empatía ninguna. Qué barbaridad.
EliminarUn saludo, Joaquín