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BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO

miércoles, 29 de enero de 2014

Agustín Subías y el camino del karate.



Continuando con la recopilación de entrevistas para la entrevista-documental sobre el maestro y escritor Santos Nalda (5ºDan Aikido), esta vez traigo aquí unos breves fragmentos del grato encuentro que mantuve con mi amigo el sensei Agustín Subías (3ºDan karate). La misma tuvo lugar en Fuentes de Ebro (provincia de Zaragoza) el pasado 24 de enero.

Agustín, su esposa, Jesús Fraile y sus compañeros de Dojo me acogieron con una hospitalidad desbordante. Así que muchas gracias a todos y espero que hasta muy pronto.


Aprovecho para ofrecer el enlace del blog de Agustín Subía: PINCHAR AQUÍ



(Fe de erratas: En el video se dice entre otras cosas que Agustín Subías es maestro de Nanbudo, aunque practicante de esta disciplina en realidad debería decir Kobudo).

domingo, 26 de enero de 2014

Una lección de Judo desde el sillón de casa (con Javier Izquierdo, 6ºDan)



Como parte de una entrevista-documental que estoy preparando en torno a la figura del maestro y escritor Santos Nalda he tenido la oportunidad de mantener encuentros con diversas personalidades del mundo de las artes marciales. Una de ellas ha sido Javier Izquierdo, 6º Dan de Judo, maestro de esta disciplina desde los 19 años y alumnos del propio Santos Nalda.


Algunas de las reflexiones que el sensei Izquierdo hace en torno al papel educador de las artes marciales me han parecido particularmente iluminadoras, así que para abrir boca he decidido adelantarlas en este video de algo más de cinco minutos de duración.

viernes, 24 de enero de 2014

¡Inténtalo!



Vociferaba tanto que los pasajeros de aquel tranvía nos convertimos en obligado público de su exaltado discurso. Revolución, revolución, revolución. Sin embargo en medio de aquella arenga  de exaltación revolucionaria en ocasiones delirante dijo algo que me hizo reflexionar:


-        Muchas veces mi hijo me decía: papá no me hables de política que me rayas. Ahora le han bajado el sueldo de 900 a 550 euros y cuando protesta le digo: No querías saber nada de política, ¡pues ahora te jod…!


Es cierto que muchas veces a nuestro alrededor suceden cosas que nos parecen mal, pero por comodidad, por no darnos a entender o por cualquier otro motivo egoísta preferimos inhibirnos; es mejor no complicarnos la vida. Y cuando llegan las consecuencias de aquel hecho al que dimos la espalda surgen las lamentaciones. No nos queda ni siquiera el consuelo de haber intentado cambiar las cosas, al margen de que lo hayamos logrado o no. Lo peor no es fracasar sino no poder decir lo que McMurphy en Alguien voló sobre el nido del cuco cuando no pudiendo arrancar un lavabo ante la atónita mirada de sus compañeros les grita: “¡por lo menos lo he intentado!”

miércoles, 22 de enero de 2014

La firma de Julián Marías

La revista "Cuenta y Razón" en su número de Otoño 2013 ha tenido a bien publicar el siguiente artículo escrito por un servidor:


La firma de Julián Marías

El pensamiento que quiera hacerse merecedor de tal nombre debe estar presidido por la claridad. A este respecto el caso de Julián Marías resulta paradigmático. En una entrevista afirmaba lo siguiente:

«Una estudiante americana le preguntó al gran filósofo Whitehead: “profesor, ¿usted por qué no escribe más claro?”. Y él contestó: “porque no pienso más claro”.
Cuando las cosas no se ven muy claras es difícil explicarlas claramente. Y hay también una tentación, y eso me preocupa mucho, que es la de oscurecer las cosas para que parezcan más importantes. A mí eso me repugna. (…) me produce malestar y procuro ser claro».

La verdad es aletheia, desvelamiento de lo que estaba oculto, emergencia de la realidad. Pero para poder llevarla a cabo es preciso un determinado estado del espíritu, un temple que en el caso de Marías se definía por su veracidad y efusividad. Sus escritos se desenvuelven en una búsqueda constante de inteligibilidad.

Esa ligazón entre estilo y personalidad la supo plasmar certeramente el director de cine José Luis Garci en un artículo que publicó días después de la muerte del filósofo:

«... ha escrito páginas memorables (...), están repletas, y trato de elegir muy bien cada palabra, de inspiración, de valentía, de alegría, de perspectiva, de mesura, de conocimiento; y vacías de pedantería y fanatismo. Están redactadas con soltura, con una curiosidad que adivinas inacabable, son libres, nada envaradas. Julián Marías jamás ha pertenecido a ningún ghetto excluyente ni al cinturón de capillitas (...). En aquellos años en que los textos de los críticos febriles y, supuestamente, entendidos, salían oscuros y arrugados, a Julián Marías los párrafos le brotaban de su máquina de escribir lisos y luminosos». (ABC de las artes y las letras, 24-12-2005)

Manifestamos nuestro modo de ser en cada uno de nuestros actos. Desde la inflexión de la voz hasta la forma de sentarnos expresan ese quién que somos. Como decían los clásicos, el obrar sigue al ser. Por eso me resulta interesante la firma de Marías, clara, sencilla, perfectamente legible, con el nombre completo sin abreviaturas ni extensiones innecesarias, huérfana de florituras, las tildes categóricas, los trazos diestros y levemente inclinados hacia la derecha, como orientados hacia lo por venir con entusiasmo y curiosidad.

Pero lo más llamativo es la estabilidad que mantuvo esa rúbrica desde su juventud hasta el fin de sus días. Pese a la inevitable variación que acompaña al paso de las edades, se adivina la misma fidelidad a la verdad y a sí mismo que poseen todos sus escritos. Si tuviéramos que sintetizarlo en una palabra esta sería “coherencia”.



En su ficha universitaria vemos ya esa luminosidad. A sus diecisiete años el subrayado es más prolongado, con esa necesidad de reafirmación que se tiene en la juventud. No obstante ya está ahí Marías, mostrando, sin saberlo, lo que va a ser el resto de su vida.

Con seis años se comprometió con su hermano a decir siempre la verdad. Cumplirá la palabra dada hasta el último aliento. Por eso su letra no puede mentir.

Cuando rellena la ficha universitaria se acaba de matricular en Químicas. A fin de cuentas ha obtenido el premio extraordinario de bachillerato en la rama de Ciencias. En la de Letras había ido a parar a Dolores Franco, quien con el correr de los años acabaría por ser su esposa. No obstante, en 1931 Marías todavía no tiene decidido su futuro, así que ha optado por matricularse también en Filosofía. En esta última Facultad conocerá a Ortega y Gasset, a quien había leído con fruición. También recibirá el magisterio de Zubiri, Gaos, García Morente... y ya nada será igual. La letra del formulario y la que figura en la rúbrica es idéntica, con una nitidez sincera carente de pretensiones. No, no miente, se presenta tal cual es.



Casi sesenta años después su firma permanece esencialmente la misma. La de la imagen corresponde a una carta que tuvo la gentileza de enviarme en julio de 1990. El subrayado se ha acortado, mientras las letras finales se han despojado del leve rabito que poseían en su juventud. Hay una mayor madurez, aplomo y sobriedad. Con todo, persiste inalterable el ilusionado despegue hacia la derecha que se apuntaba en su juventud. El hombre es futurizo, le gustaba decir. Somos una realidad proyectiva, disparada hacia el futuro. Y el filósofo a sus setenta y seis años mantiene intacta la ilusión por una realidad que ve valiosa y repleta de posibilidades.



La última de las rúbricas data de abril de 2005, año de su muerte. Su estado de salud se ha deteriorado significativamente. Ya ni siquiera usa las gafas al haberse convertido en un objeto inútil. Tal es así, que no puede leer y ha de dictar sus artículos. La fatiga le obliga a emplear frases breves cuando habla. Siente que ha perdido gran parte de su providencial memoria, lo cual le pesa, aunque mantiene una perfecta lucidez.

Ahora el trazo es más picudo. Carece de destreza. La más pequeña acción le supone un esfuerzo. Se ve obligado más a adivinar más que a ver. Y pese a todo conserva la claridad. Los acentos irrenunciables. El nombre perfectamente legible: “Julián Marías”. Ahí está, fiel a sí mismo.


En un mundo poblado de máscaras e imposturas, Marías pudo afirmar sin rubor lo que su querido Don Quijote: “yo sé quién soy”.


Rafael Hidalgo Navarro
Revista "Cuenta y Razón", página 43 y siguientes.

domingo, 19 de enero de 2014

Aladín, el musical. Plas, plas, plas



Es la primera vez que voy a un musical, y he de decir que si todos son como el que esta tarde he visto para la próxima vez ¡me apunto!

"Aladín" sigue en lo fundamental la historia de la película de Disney, aunque con las pertinentes adaptaciones. Los jóvenes actores derrochan gracia, ritmo y buen humor. Diálogos con chispa, canciones alegres y hermosas, no hay ni un instante en que la función afloje el interés o se haga pesada, y esto lo escribe alguien que en cuanto ve dos canciones en una película suele huir despavorido.

Mis hijas y sobrinos estaban más metidos en la trama que los propios actores. En definitiva, que si tienes la ocasión y no lo has hecho mi consejo es que acudas con toda la familia a disfrutar de esta magnífica representación. ¡Le doy un 10!



jueves, 16 de enero de 2014

Cree el ladrón que todos son de su condición




Me niego a dar por buena la afirmación de que todo está salpicado por la corrupción. Me niego a admitir que todos a nuestra escala nos corrompemos y que si no alcanzamos cotas mayores de podredumbre es porque no se nos presenta la ocasión. Y si me niego es porque yo conozco personas que no son así, que no están a la venta, que no entregan su alma a cambio de un fajo de billetes, un puesto mejor o por incorporarse a una camarilla de listos.

Hoy se ha jubilado uno de esos hombres honrados; alguien con quien he tenido la fortuna de trabajar en los últimos años, lo que me ha permitido conocer de primera mano su modo de obrar discreto e íntegro. Casi con toda seguridad no leerá esta entrada, pues ni siquiera conoce la existencia de mi blog, lo cual me otorga mayor libertad para contar algunas cosas.

J. estuvo muchos años en un puesto de responsabilidad del departamento de compras de una gran empresa. En algunas ocasiones había proveedores que le ofrecían jugosas sumas por contratar con ellos; J. respondía de un modo que no dejaba lugar a dudas: "¿Quién te crees que soy yo?". Se daba la vuelta y partía para no volver. Al llegar a la planta les advertía de lo sucedido añadiendo una orden tajante: "En adelante no vamos a trabajar más con esa empresa". "Pero si llevamos más veinte años trabajando con ellos", le respondieron en alguna ocasión. "Me da igual. Se ha acabado". Y así era.

En los últimos lustros entre sus cometidos estaba el de buscar locales para abrir nuevas instalaciones. También aquí surgían oferentes "generosos" dispuestos a llenarle los bolsillos a cambio de que su local fuera el elegido, cuando esto pasaba no volvía a pisar ese lugar nunca más.

A la entrada de su pueblo se conserva la antigua puerta de la muralla que hoy da acceso al casco viejo. En la confianza del día a día me decía: "Yo quiero pasar por el portalón con la cabeza alta hoy y dentro de veinte años".

J. se ha jubilado, y voto al Cielo que podrá pasear por donde se le tercie con la cabeza bien alta, aunque sólo Dios, yo y su conciencia sepamos que por ahí camina un hombre honrado.

lunes, 13 de enero de 2014

Mi incapacidad para razonar (sin alzar el vuelo)



Cuando alguna cuestión afecta a aspectos relevantes de la realidad humana acostumbramos a apelar a la "dignidad de la persona". ¿Se puede imponer el fuerte sobre el débil? ¿Es lícito abortar? ¿Podemos poner cortapisas a los menesterosos para mantener nuestro nivel de vida? ¿Eutanasia sí o eutanasia no? ¿Es lícita la tortura en determinados casos? ¿Y la pena de muerte?... Son algunas de las cuestiones en las que sale a relucir la citada "dignidad".

Yo mismo apelo a ella con la esperanza de que mi interlocutor la asuma y tengamos un punto de partida para debatir, pues está claro que sin algún elemento de acuerdo es imposible establecer ningún diálogo.

Pero, ¿qué sucede si mi contertulio me pide que en ningún caso aluda a la trascendencia? ¿Qué pasa si me niega la posibilidad de invocar a una realidad superior? Y no me estoy refiriendo al Dios revelado de alguna religión, sino al hecho mismo de la divinidad, tal como la pudieron concebir algunos filósofos griegos. Sinceramente, me quedo sin argumentos. No sé cómo justificar que existe esa especial "dignidad de la persona".

Hay quien la justifica en la medida en somos animales de la misma especie. Nuestra común pertenencia al grupo de los homo sapiens sería argumento suficiente. Sin embargo yo entiendo que esta realidad no es capaz de soportar una ética del mutuo respeto.

Konrad Lorenz, el padre de la etología moderna, demostró que la agresividad entre individuos de la misma especie es mucho mayor que la interespecífica. Un león cazará una cebra para comer, pero no buscará acabar con todo el rebaño, de hecho, concluida la caza es posible que el grupo de cebras siga pastando en las inmediaciones sin ser molestada, sin embargo sí mostrará una gran agresividad con otros leones que no pertenezcan a su manada y no cejará hasta expulsarlos de su territorio. Por tanto, nuestra mera pertenencia a la misma especie no sirve de base, antes bien, los miembros de los otros clanes se convertirían en competidores a los que hay que desplazar. Y ya no digamos a los débiles, vistos como un auténtico estorbo.

Eso lo percibió claramente Nietzsche, quien, en vista de la reducción del hombre a su condición meramente terrestre, abogaba por el triunfo del súperhombre, aquel que se imponía sobre los demás, particularmente sobre los menos dotados:


"Los débiles y malogrados deben perecer: artículo primero de nuestro amor a los hombres. Y además se los debe ayudar a perecer".


¿Por qué respetar al prójimo? ¿Por qué no aniquilar a mi rival? ¿Por qué no tratar de aprovecharme cuando estoy en una situación que me favorece? Más aún, ¿cómo es posible hablar de justicia en términos biológicos? Yo, personalmente, me siento incapaz.

sábado, 11 de enero de 2014

Un maestro, dos sables y mucho entusiasmo (Nito Jutsu)



No sólo de pan vive en hombre. Así que aquí os dejo con un video de una clase de Nito Jutsu, técnicas de lucha con dos sables inspiradas en las enseñanzas del guerrero Miyamoto Musashi (siglo XVII).

Está impartida por el excelente maestro Santos Nalda (5º Dan Aikido, 1º Dan Judo), autor, entre otros muchos libros, de uno dedicado precisamente a esta especialidad de la esgrima japonesa.




miércoles, 8 de enero de 2014

Detrás de un corazón que late



Mi amiga Natalia además de inteligente y guapa tiene muy buen gusto, por algo se casó con mi amigo Juan.

Es enfermera, mamá de dos lilputienses preciosas la mar de simpáticas (que también son mis amigas), y además zaragozana. Vamos, que lo tiene todo.

El otro día nos encontramos por la calle y me comentó que había mandado una carta abierta a varios medios de comunicación y no se la habían publicado. Y yo, pensando en los lectores de "Polizón y náufrago", me dije, esta es la mía; así que le pedí que me la mandara para que apareciera en este blog. Aquí la tenéis: 



Detrás de un corazón que late



Por la rapidez con la que le latía el corazón, parecía que estaba más nerviosa que nosotros. Juan y yo acabábamos de llegar a la consulta del ginecólogo y a los pocos segundos de conectar el ecógrafo, fuimos conscientes de que ya no éramos dos, sino tres. Era sólo la quinta semana de embarazo, el tamaño de María era apenas el de una lenteja y, sin embargo, su corazón se escuchaba alto y claro.


Yo soy simplemente una madre, sin capacidad de convocar ruedas de prensa, pero me gustaría decir a quien durante estos días alza la voz en nombre de las mujeres y sus supuestos derechos, que a mí no me representa. Que la inmensa mayoría de los embarazos que han acabado en aborto durante estos años en España, ni son de mujeres atrozmente violadas, ni son de niños monstruosamente deformes. Y que a estas alturas del siglo XXI, quien mirando y escuchando los latidos en el ecógrafo no ve a un bebé, es que no tiene corazón.

Natalia Casanova