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BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO

jueves, 15 de julio de 2010

¿Quién pilota la nave?

Polonia se vio conmocionada ayer por su mayor tragedia desde la II Guerra Mundial. El avión Tupolev 154 en el que viajaba el presidente de Polonia, Lech Kaczynski, se estrelló en la ciudad rusa de Smolensk después de haber intentado aterrizar tres veces en medio de una intensa niebla. Desde la torre de control se le advirtió que debía desistir y tomar tierra en el aeropuerto bielorruso de Minsk. Pero el piloto decidió probar suerte por cuarta vez a las 10.58, dos horas menos en la España peninsular. Fallecieron los 97 ocupantes del aparato.
Así rezaba el comienzo del artículo en el que el diario El País informaba del trágico accidente acaecido el 10 de abril de este año. En el mismo murieron varias de las principales autoridades polacas que acudían a participar en un acto de recuerdo a las víctimas de la matanza de Katyn en la II Guerra Mundial.

Ahora se ha sabido gracias a la caja negra del avión, que el piloto, antes de tomar tierra, afirmó: “Si no aterrizo, me mata”. Según algunos rumores de los que la prensa se ha hecho eco, ya en otro viaje el presidente polaco habría obligado al piloto a aterrizar en condiciones metereológicas adversas.

Hablando de otra cuestión, Julián Marías escribía:

El servicio que el piloto tiene que presentar a sus pasajeros no es ciertamente llevar el avión por la ruta y a la altura que ellos propongan.

El papel del piloto es pilotar bien la nave y llevarla a buen puerto, no convocar consultas para que los viajeros tomen las decisiones. De hecho, si se mete en ese fregado, pone en riesgo lo más importante que está en sus manos: la seguridad del pasaje.

El caso del avión polaco resulta casi arquetípico. "El político" da por hecho que sus intereses son prioritarios, e indica al piloto qué debe hacer; el final no puede ser más calamitoso.

Lo triste es que eso sucede en todos los órdenes de la vida. Gran parte de nuestros políticos se empeñan en regular cómo se deben pilotar todas las naves. No se contentan con gobernar bien o mal la propia, sino que desean mandar sobre las demás. Y así consiguen poner en peligro a las personas implicadas en esos “vuelos”. Querrán decir a los médicos cómo hacer su trabajo; o a los farmacéuticos; o a los maestros; o a los jueces; o a los historiadores; o a los esposos de qué modo deben llevar su matrimonio o educar a sus hijos ...

Para muestra, un botón: Estamos asistiendo a un proceso de fusiones de cajas de ahorros sin precedentes en nuestra historia. Hay fusiones a dos, a tres, a cuatro, a siete bandas. Casi todas con financiación del FROP, aunque se sospeche que habrá quien no podrá devolver dichas ayudas. Todos los economistas saben que, en el fondo, son quiebras encubiertas; un modo de evitar el pánico de los ahorradores que conduciría a la quiebra general del sistema.

Pues bien, resulta que en gran medida el origen de este desastre está la injerencia permanente del poder político en las cajas de ahorro, hasta el punto de que los propios partidos políticos causantes del desaguisado han tenido que acordar una reforma de la ley de cajas que restrinja su presencia e influencia. Aunque no la hacen desaparecer, ¡buenos son ellos!

Hay cajas que se han metido en inversiones faraónicas y disparatadas para contentar al partido en el poder y favorecer a sus amigos políticos, ignorando los intereses de los pequeños ahorradores que habían depositado en ellos su confianza. Entidades que han respaldado a promotores de vivienda sospechosos de corrupción. Cajas que han dado préstamos multimillonarios a partidos políticos, para luego condonar dicha deuda, mientras miraban con lupa las operaciones de financiación a trabajadores o pequeñas empresas. Los casos se multiplican por doquier, y algunos alcanzan cifras escandalosas.

Pero los políticos (alguna "honrosa excepción" habrá) no escarmientan, y siguen dando instrucciones a los pilotos de la sanidad, de la justicia, de la educación. Ignoran cualquier recomendación sensata, y se limitan a buscar el refrendo de sus incondicionales. Al final el precio a pagar siempre es el mismo: la colisión.

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