Querido amigo:
No sé muy bien cómo empezar esta carta. Me gustaría
convencerte de algo, pero eso no se estila porque “con-vencer” la gente lo
entiende como “vencer-a”, imponerse, y no como lo que es, ganar juntos la partida. En realidad eso es lo que querría, que tú y yo saliéramos victoriosos, unidos,
como en tantas otras cosas grandes o pequeñas.
Quiero decirte que veo cómo te has convertido en uno más de
los portavoces de quienes abogan por el aborto. Te haces eco de sus consignas, sus
ideas, sus imágenes. Verte metido en eso me hace darme cuenta del enorme
alcance que ha tenido la presión ambiente capaz de transformar la
mentalidad de una sociedad hasta el punto de incorporar a sus filas a personas
como tú. La negra nube ha corrompido con sus mentiras los rincones más nobles
de gentes de bien que pensáis defender algo bueno sin reparar en la verdadera
naturaleza de eso que ahora proclamas.
La vida no tiene absolutamente nada que ver con derechas o
izquierdas. No nació en un grupo de opinión, un laboratorio o la sede de tal o
cual partido. La vida es un milagro, difícil de comprender, que se despliega
ante nuestros ojos sin que lleguemos a captar sus mil matices. El universo
entero es pasmoso, con sus cambios y ajustes continuos, pero que aun encima en
ese cosmos en permanente transformación exista la vida es algo que inevitablemente
se nos escapa.
De entre todas esas maravillas, hay una que sobresale de
modo especial, las personas. Esos seres que preguntamos, interpretamos,
componemos sinfonías, imaginamos mundos que nunca antes han existido,
desentrañamos las leyes de la naturaleza, hacemos proyectos, anhelamos ir más
allá… y amamos.
La palabra amor está muy manida, lo sé. Ha quedado
identificada con una postal rojo chillón un tanto hortera y con forma de
corazón. Pero amar es otra cosa. Es trasladar el mundo entero a otra persona;
ponerla por delante; hacer que la creación se mueva a su alrededor; sentirnos
más vivos, en nuestro verdadero ser, cuanto más nos volcamos en ese alguien tan
especial, alguien único. Amar es descubrir. Otros vemos a tu chica, la podemos
tener delante, incluso conversar con ella, pero tú la has descubierto y sabes que cada día puedes encontrar en ella
algo nuevo.
No sé si recordarás que en “La vida es sueño” de Calderón de
la Barca a Segismundo lo sacan de la torre donde vivía preso y lo llevan a la
Corte, al tiempo lo vuelven a encerrar haciéndole creer que todo ha sido un
sueño. Tal es el trastorno que todo esto le produce, que llega a dudar de su
propia existencia. Sin embargo le queda una seguridad, algo que no le han
podido arrebatar, su amor por Rosaura:
“Sólo a una
mujer amaba
que fue
verdad creo yo
en que todo
se acabó,
y esto sólo no se acaba”.
Es poesía, sí, pero nacida de la experiencia de la vida. Yo,
Rafael Hidalgo, que vi la luz en Zaragoza un caluroso verano, dudo de muchas cosas, de
demasiadas probablemente. Columnas que antes me parecían inamovibles han caído.
Todo parece venir con fecha de caducidad o, como mínimo, estar bajo sospecha.
Pero de una cosa estoy seguro, de que quiero a mis hijas. No sé cómo serán mañana,
si me querrán o renegarán de mí, si tendrán una vida plena o llevarán una
existencia mezquina; de lo que sí estoy seguro es de que deseo con toda mi alma
que sean felices, que sean ellas mismas, que sepan querer y se rodeen de
personas que las quieran de verdad. Con mis limitaciones y torpezas, incluso
con mis mezquindades a cuestas, las quiero.
Mirar de verdad a una persona es mirarla amorosamente (no
pastelosamente, insisto); verla como quien
es, con todas sus posibilidades, alguien único e irrepetible, que nos llama a
dar lo mejor de nosotros mismos, aunque luego quizá no podamos o no sepamos.
Por eso arrebatar la vida a un ser humano que ya está ahí,
en el vientre materno, es atroz. No puedo maquillar los hechos. Podría emplear
eufemismos que aminoraran lo trágico de esta realidad, pero te engañaría y te
aprecio demasiado como para hacerte eso. No es una causa noble, aunque se
disfrace de virtud para venderse. Cuando se la ve tal cual es, produce espanto,
tanto, que mostrar imágenes de bebés descuartizados parece algo así como juego
sucio. Pero eso es el aborto provocado: matar niños en gestación dentro del
vientre materno.
Nos parece terrible cuando vemos en las noticias que un
padre o una madre han asesinado a sus hijos. Seguimos sobrecogidos el rumbo de
la investigación y no vemos que nada pueda justificar algo así; si acaso, algún
trastorno mental de quien ejecutó dicha acción. Pero cientos, repito, cientos de
muertes cada día en nuestro país las vemos defendibles, a veces incluso como un
“derecho”. Que una madre sea “dueña” de su pecho no significa que dejar
intencionadamente de amamantar a su hijo para que muera de hambre no sea un
acto cruel. Entonces por qué esa divinización de algo así como la “propiedad
corporal”. Cómo defender no ya la omisión de una ayuda a una criatura
menesterosa, sino su aniquilación activa.
Proteger la vida humana no se basa en unas creencias
religiosas, o en un programa electoral de tal o cual partido, o en ganas de
aguarle la fiesta al personal, proteger una vida humana inocente es un acto de
humanidad básico, fundamental, primigenio, que nos hace identificarnos como
personas, es decir, dotadas de un fondo moral, capaces de reconocer en el otro
a un semejante que merece una consideración.
No sé si estas líneas habrán servido para algo, tal vez no.
Pero en cualquier caso quiero que sepas que si algún día te encuentras tú o
alguien a quien conoces en un apuro porque estáis ante la tesitura de un
embarazo inesperado, podéis contar conmigo para ayudaros, pero de verdad, al
margen de no sepamos ponernos de acuerdo en mil cosas. No te arrepentirás. Aquí
tienes mi mano.
Un abrazo.
Rafael
Rafael