Gregorio Luri me ha liado, así como suena. Trataré de
explicarme. Yo me estaba leyendo dos libros a la vez (bueno, a ratos un ensayo
y a ratos una novela de intriga, no los dos simultáneamente); esto a todas
luces es un exceso para mis capacidades mentales. El caso es que acudí a una librería
para comprar un libro para regalar a una de mis hijas y “me dejé caer” por la
sección de pedagogía para ojear algunos libros del filósofo y pedagogo Luri que
había visto en otras ocasiones. Y allí estaba el volumen Mejor educados llamándome seductor: “¡léeme, léeme!”. Yo me negaba,
todavía no era el momento, tengo un buen atasco de libros y en breve me voy de
vacaciones con mis gorriones, lo que implica cambio absoluto de prioridades, pero
aquellos cantos de sirena continuaban seductores. Y sucumbí, ¡y tanto que
sucumbí! Lo he devorado en dos largas tardes aparcando todo lo demás. ¿Por qué?
Trataré de explicarlo.
Para empezar he de aclarar que cuando leo ensayos acostumbro
a subrayar. Sólo hay dos excepciones en que no lo hago, que no haya nada de interés
que resaltar o que todo el escrito sea sustancioso. Esta última alternativa es
altamente improbable ya que poquísimas personas pueden contar en cada párrafo
algo particularmente relevante; pues bien, el libro de Luri pertenece a este
exclusivo grupo. Es un puro concentrado vitamínico. Cada párrafo aporta algo de
valor y lo hace con intensidad, sin un ápice de desperdicio ni concesión
retórica alguna. ¿Cómo aparcar algo así?
Segundo punto: la temática. Básicamente gira en torno a la
educación de los hijos, y lo hace con una lucidez y sentido práctico
excepcionales. En ocasiones la lectura puede llegar a resultar incluso dolorosa,
pues ciertas “taras” de nuestra época me afectan a mí mismo, natural de los
siglos XX-XXI, y precisamente por haber padecido sus malas consecuencias puedo
dar fe de lo certero de su diagnóstico. Hay un salmo que dice: “Que el justo me
golpee, que el bueno me reprenda, pero que el ungüento del impío no perfume mi
cabeza…”, y así me siento en esas ocasiones, golpeado por un justo (justo en
sus apreciaciones). Aquí no hay concesiones a lo políticamente correcto ni afán
de ir contracorriente, sino lisa y llanamente deseo de mejorar, exposición de
motivos, por eso le obliga a uno a claudicar ante la evidencia de los hechos.
No sólo me parece una lectura altamente recomendable para profesores y, sobre todo, para padres, sino además muy grata.
El problema viene ahora; leído un libro de estas
características cómo no enganchar con otros del mismo autor. Dios mío, ¡estoy
perdido! La pila de libros pendientes va a seguir elevándose.