viernes, 30 de agosto de 2013

Desvergüenza o la gaviota sobre-vuela



Supongamos que un señor, llamémosle Fulano, dirige una gran empresa. Un juez abre una investigación a su contable porque descubre que el empleado se ha hecho con una auténtica fortuna depositada en Suiza, pongamos 6.821.000.000 Ptas (47 millones de euros), por elegir una cifra “al azar”. El tal Fulano, empresario de pro, se rasga las vestiduras porque le han robado y él es un señor honrado hasta la médula. En su bondad, Fulano creyó en la honradez del contable. Se equivocó al depositar su confianza en aquel individuo. ¡Pobre Fulano, traicionado en su buena fe!

Pues bien, ¿puede alguien concebir que siendo honesto en sus ingresos y habiéndole birlado semejante fortuna Fulano permita que se borre íntegramente el ordenador en el que trabajaba su empleado ladrón? ¿Hay algún precedente cósmico de algo remotamente parecido a eso? ¿Qué empresa borra la memoria precisamente del ordenador en el que se ha venido almacenado su contabilidad?

Y ya puestos a asombrarnos ante un supuesto “hipotético” y absurdo como este: ¡qué nivel de ingresos tan brutal debería haber tenido la empresa de Fulano como para que le birlen 47 millones de euros sin que lo note!

Imaginemos que los ingresos de la organización de Fulano proceden de donaciones “altruistas”. ¿De verdad es creíble que empresas dedicadas a ganar dinero den tantos millones euros a la organización de Fulano a cambio de ¡¡¡nada!!!? Que me digan qué empresas son esas, que paso el cestillo ya mismo.

Claramente esas empresas sueltan esa pasta gansa a cambio de “favores”, como es de cajón, pero esos favores no los podría hacer el contable solo, a fin de cuentas un contable lleva contabilidades, no otorga obras, licencias, concursos, subvenciones, propugna leyes, etc. ¿No debería el honrado Fulano iniciar una investigación a fondo en su organización para depurar el sinnúmero de complicidades existentes y que han llevado a un nivel de corrupción tal? Sólo podría haber una razón para no hacerlo, que la citada organización viviera precisamente de la corrupción, es decir, fuera una organización que operase delictivamente bajo una apariencia honesta. Pero eso sólo pasa en las películas. Afortunadamente la vida real es muy distinta, sobre todo en España… 
 

martes, 27 de agosto de 2013

¡Abajo las Humanidades!



Biblioteca Nacional de Corea del Norte. La guía muestra las inmensas instalaciones al reducido y bien vigilado grupo de extranjeros. Sorprendentes cifras rígidamente memorizadas. Un orden impecable, casi irreal. El periodista español pregunta por "1984" de Orwel. ¿Lo tienen?


- "No, preferimos tener libros útiles, tecnológicos, que ayuden y enseñen a la gente".


Una respuesta soberbia, iluminadora, robótica. ¡Abajo las Humanidades! No cuestionar, no indagar, sólo sumar, multiplicar y obedecer. Las Humanidades ni enseñan ni ayudan a la gente. Es más, suponen una amenaza -y de las muy peligrosas-. Nada más temible que el "pensar".

Aquí, en el "mundo libre", también se oyen ecos de ese ideario granjero. Inglés y matemáticas, ¡abajo las Humanidades! Demos algo útil a nuestros hijos. Fuera la filosofía, fuera la historia, fuera la literatura. Sólo consignas y titulares. Como dijo aquel, "la economía lo es todo".

viernes, 23 de agosto de 2013

Nuestra banalidad del mal



Eichmann, trajeado, atiende desde el banquillo de los acusados. La cabeza levemente ladeada. Cuando le preguntan responde sin alzar la voz, con corrección. El público busca al monstruo, pero se topa con un hombre de apariencia normal, más bien discreta. Se defiende; él no estaba invadido por el odio ni era un antisemita exaltado, simplemente cumplía órdenes; con mucho celo, habría que añadir, tanto que varios millones de judíos acabaron muertos en las cámaras de gas. Pero no se siente responsable. La eficiencia no tiene bandera.

Impactada por lo que está contemplando, la filósofa Hannah Arendt acuñará un concepto inquietante: la banalidad del mal. El mal desde la asepsia, incoloro, inodoro e insípido, para su ejecutor, claro está, no para la víctima. Realizada la labor de taxidermia moral, el hombre de la calle está preparado para hacer cualquier cosa sin remordimientos. No somos personas sino engranajes, accidentes, piezas recambiables.

Verano de 2013. Terraza junto al parque, dos granizados, mi amigo médico me cuenta con un punto de consternación lo que se ha encontrado en su nuevo destino. Mujeres que usan del aborto como método anticonceptivo preferente. Son muchas. Algunas han pasado por quirófano cinco, seis, siete veces. No muestran el menor remordimiento ni angustia. Hablan de ello como si se tratara de quitarse un lunar. No se percibe el menor atisbo de síndrome post-aborto. Entienden perfectamente lo que les explica, que una criatura está creciendo en su vientre. Alguna incluso ha oído los latidos de su corazón, pero encuentran mil razones para acabar con esa vida. “Si al menos hubiera sido niña”, le comenta una a modo de justificación.

No cabe duda de que hay quienes sufren el síndrome postraumático y el síndrome post-aborto, personas cuyo  fondo insobornable, que decía Ortega, les alerta en forma dolorosa de que algo va mal, algo grave, trascendente, vital. Pero somos muy complejos y en ocasiones el mal se cubre con su disfraz de banalidad; es entonces cuando se vuelve invisible a nuestros ojos, aunque ahí esté, indolente, más demoledor que nunca.


martes, 20 de agosto de 2013

La avara




Era una mujer avara. Siempre preocupada por el dinero. No gastar, ahorrar, ahorrar, ahorrar, arañar hasta el último céntimo. Había enviudado en dos ocasiones y su tercer matrimonio era una calamidad. Como no quería aportar nada en casa, su marido había  llegado al extremo de colocar un candado en el teléfono de modo que ella no pudiera llamar. Pese a todo vivía a costa de él. La obsesión de ella era atesorar porque "un día" lo iba a necesitar, y qué sería de ella el día que él no estuviera.
Yo no le conocía amigas. Cuando iba al médico, acudía a hablar con mi compañera de trabajo Cristina para contarle lo que le habían dicho. Luego Cristina se me quejaba, me decía que estaba hasta el gorro, aunque al final era la única que le hacía algún caso e incluso la fue a visitar al hospital cuando la ingresaron.

Con el tiempo fui descubriendo su historia. Era analfabeta. Había quedado huérfana muy niña. Su padre había luchado en el bando republicano durante la guerra civil, después se exilió a Francia y acabó preso de los alemanes en el campo de exterminio de Mauthausen, donde murió. Entonces comencé a sospechar que quizá aquel afán por atesorar no era casual, que la miseria había corroído su vida y le había penetrado hasta las entrañas.
Tras el alta hospitalaria vino a vernos. Se la veía animada. Nos dijo que estaba mejor, aunque su piel tenía un tono intensamente amarillo nada halagüeño. El cáncer de hígado se la llevó al cabo de un mes.

No había tenido hijos, así que el abundantísimo dinero acumulado a base de mil privaciones y sufrimientos quedó en el banco, a disposición de sus sobrinos. Conocí al menor de ellos, un mocetón de treinta y tantos que, alegremente, me comentó que recordaba a su tía de cuando era niño. De su tía no había vuelto a saber hasta el momento de heredar. Vivía aquello como una especie de lotería.
Un día me encontré con su viudo por la calle (esta vez no había sido ella la superviviente). Destilaba resentimiento por cada poro, por no haberle dejado nada a él. Me quedó un poso amargo.

A menudo me acuerdo de aquella mujer, con lástima, con conciencia de la fragilidad humana, de la desdicha. Una vida atrapada por unos apegos al dinero de los que no obtuvo otra cosa que la infelicidad. Lo que había de salvarle la vida "un día" le privó de vivirla.

lunes, 19 de agosto de 2013

La moda de España...



Mientras la crisis de Gibraltar continúa dando titulares, la moda estival que reina en España es la bandera británica impresa en una camiseta. Eso sí, un poco desgastada, para darle ese aire desaliñado y "casual" que nos han marcado los gurúes de la moda. Es lo que hay.

viernes, 16 de agosto de 2013

"Intemperie", de Jesús Carrasco




Libro duro, desgarrado, genialmente escrito, con una riqueza de vocabulario inusual.

Lo había visto reiteradamente en las librerías pero me había resistido a comprarlo. Me frenaba que estuviera tan promocionado y en términos tan ostentosamente laudatorios (“La riqueza de Miguel Delibes y la fuerza de Cormac McCarthy fundidas en una voz propia”). La portada con la cara de una oveja no se me hacía atractiva. Además, el autor del bigotón me era un completo desconocido.

Un día mi hermana me comentó que se lo habían recomendado. Sin otro libro en ciernes acabé por claudicar.

El arranque me sorprendió por el tema y la atmósfera. Una huida, un niño ocultándose, un páramo entorno reconocible e indeterminado. No hay alarde, sino más bien una sequedad en hechos y expectativas tan cruda como el paisaje; apenas se nos dan unas noticias mínimas de los porqués. Pero esa aparente sobriedad viene narrada con un dominio del lenguaje verdaderamente proverbial. Es este el que me retuvo en la lectura puesto que en las primeras páginas apenas se nos da cuenta de otra cosa que no sean los quehaceres del chico para sobrevivir en un medio hostil.

En su evasión el muchacho se topará con un pastor al que unirá su destino. Entonces la narración poco a poco va ganando en ritmo y dramatismo. Se adivina la fatalidad, pero no sabemos cuándo ni en qué forma mostrará su oscura faz.  Y mientras avanzan, su desventura va grabándose a cincel en el alma del lector.

Un gran libro que nos descubre a un gran autor, Jesús Carrasco; no sé si pastor del ser, que diría Heidegger, pero sí magnífico pastor de la lengua española.

lunes, 12 de agosto de 2013

"Cristiada", una nicaragüense y los gitanos evangélicos




Finalmente este verano he visto la película “Cristiada”. Versa sobre el levantamiento de una gran parte de los cristianos de México entre 1926 y 1929 contra las medidas anticlericales del gobierno de Plutarco Elías. Igual que digo que en líneas generales me gustó, certifico que entre los presentes hubo a quienes no agradaron las escenas de tiros. Francamente, en una película que versa sobre un levantamiento armado yo espero tiros. De hecho, casi fue la parte que me pareció mejor resuelta. Pero bueno, que para gustos los colores.

Sin embargo no es mi intención hablar de la película, sino del coloquio posterior en el que participamos unas cuarenta personas. Había opiniones para dar y vender: los cristeros hicieron bien, se pasaron diez pueblos, eso no es cristiano, son unos santos, qué hace un cura pegando tiros, viva la madre que lo parió, yo quiero un gorro como esos, pues a mí ponme un tequila... Pero algo cambió cuando a petición de uno de los presentes habló una religiosa nicaragüense, la única religiosa  que había en la reunión y la única americana.


Sus palabras fueron iluminadoras. Vino a decir que en México, como sucedía y sucede en gran parte de la América hispana, habían sufrido mucho y la gente era muy pobre, así que lo único que tenían era la fe. La fe es su sostén, se vive con intensidad, todo lo impregna. Por eso, cuando el pueblo sintió que se la querían arrebatar, se alzaron. Desde este geriátrico en que hemos convertido Europa nos cuesta entenderlo, porque hace días que nuestra prioridad fue “el bienestar” (el nuestro, claro está, a los demás les pueden ir dando, y si no que se lo pregunten a los africanos que mueren ahogados intentando cruzar nuestras fronteras).

También habló sobre la religiosidad en su tierra. Explicó cómo en las ceremonias necesitan expresarse con cantos, palmas, bailes incluso; así que cuando vienen a España tienen que inhibirse, ahogar ese impulso de celebración y alabanza. Esto me hizo caer en la cuenta de que uno de los éxitos de distintas corrientes protestantes es, precisamente, su acomodamiento a esos modos de expresión. No creo que sea casualidad el gran número de gitanos que se han hecho evangélicos.


En fin, que la que no iba a hablar fue la que contó cosas más interesantes, como suele ser habitual.

viernes, 9 de agosto de 2013

Carta al Nobel de la Paz, Barack Obama


Estimado señor Nobel de la Paz:
Me permito recordarle que el artículo 12 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos dice lo siguiente:
 
“Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, en su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o a su reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales injerencias o ataques”.

No parece demasiado difícil de entender. Yo no he estudiado en la Universidad de Columbia ni en la Harvard Law School y lo capto a la primera.
Es por eso que me cuesta entender qué justificación puede tener que el gobierno que usted preside haya puesto en marcha un programa devigilancia masiva al que se encuentran sujetas personas como yo. Y no sólo eso, sino que mientras usted sonríe satisfecho de sí mismo después de haber metido las narices en mi correo, mis comunicaciones, mis fotos, mis escritos, etcétera, se las ha ingeniado para que la noticia sea la huida del pobre desgraciado que hizo pública su villanía, el tal Edward Snowden.
Siempre he pensado que somos los ciudadanos los que tenemos que vigilar a los políticos, y no al revés.
Así pues, le ruego que en adelante se abstenga de fisgar en mis comunicaciones y se ocupe de algo más provechoso y decente.
Se despide de usted (espero que definitivamente).
Rafael Hidalgo

jueves, 8 de agosto de 2013

Una canción para Marion


Semana de cine. No porque me haya pasado nada extraordinario, sino porque he ido a ver dos películas. La primera, una de zombis: “Guerra Mundial Z”. Como superproducción que es se ha hablado mucho de ella. Así que sólo diré que estuve media película con un nudo en el estómago por la tensión de tanto zombi dando bocados. Vamos, que me lo pasé pipa pues a eso iba. No le pido más.


La segunda: Una canción para Marion. Película inglesa, sin efectos especiales ni alardes de cámara. Cuenta la historia de un matrimonio anciano compuesto por Marion y Arthur. Aparentemente opuestos, ella es vital y sociable mientras él se presenta como huraño y amargado, sin embargo se aman profundamente. Marion participa activamente en un coro de gente mayor dirigido por una joven y entusiasta maestra, interpretada por la actriz Gemma Arterton (Gemma, ¡qué guapa eres!, y además actúas deliciosamente. Espero que no empieces a hacer los pornoposados y sandeces que han hecho otras, no te hace la menor falta convertirte en vendedora de carne. Tal que así me gustas un montón). El misántropo Arthur, distanciado de su hijo, tendrá algún que otro roce con los miembros del coro hasta que una fatal noticia dé un giro a su vida.
 



Se trata de una historia humana, con un estilo clásico y nada pretenciosa. Y aunque no estará entre los grandes títulos de la historia del cine, nos acerca a lo más maravilloso de la creación: la realidad personal. Cada persona es alguien, singular, único, digno de ser querido en su condición concreta, y esto se ve reflejado en la película. Ningún personaje es intercambiable, como un tornillo. Arthur ama a Marion, es su vida, y otro tanto le sucede a ella. La directora del coro tiene en cuenta a cada uno de los ancianos que participan en él, incluso al arisco Arthur tan hostil en un principio. El hijo de Arthur y Marion, separado y padre de una niña, sufre por el distanciamiento con su progenitor, pues la vida humana es relación, pero no una relación abstracta, sino concreta, con otras personas concretas que nos importan por lo que son. Y en ese cruce de relaciones es donde se produce el drama humano, las dificultades, la aventura de la vida.

Una película sencilla, humana, sobria y bonita. Puestos a ponerle nota, le daría un 7.

La intrusa (o cuando a la Academia Francesa le dio un subidón)


 
El señor Shimura es un hombre gris con una existencia gris, solitaria y rutinaria. Algunos minúsculos cambios en su vivienda lo alertaran de que hay una extraña. En torno a este argumento gira la novela de Éric Faye titulada en español “La intrusa” (la original se llama “Nagasaki”).

Veamos, la novelita –empleo el diminutivo porque es muy corta- no es que tenga nada malo. Es una historia sencilla, narrada con sencillez en torno a dos personajes sin excesivas complicaciones. Lo que ya no me cuadra es que se anuncie como ganadora del Gran Premio de Novela de la Academia Francesa. No sé si es un premio importante o no, pero desde luego suena muy rimbombante. A mí se me ha hecho simplemente entretenida. En mi opinión el apelativo “novelita” que he empleado antes refiriéndome a la extensión se puede aplicar también a sus cualidades literarias. No entiendo esos títulos de grandeza tan pretenciosos. ¿De verdad que es la mejor obra que dio Francia en 2010? Me cuesta creerlo.

lunes, 5 de agosto de 2013

La lección de August


Los libros hacen que se despierten en nosotros distintas reacciones. Unos los vemos como papel malgastado, otros como divertimento, y unos pocos suscitan nuestro aplauso. Con “La lección de August” yo abrazaría a su autora, ni más ni menos. Señora R. J. Palacio o como quiera que en realidad se llame, puede estar usted satisfecha de haber ayudado a hermosear el mundo ofreciéndonos unas gafas para ver con claridad. ("Uno sólo puede ver claramente con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos". El principito) ¡Gracias y enhorabuena!

Veamos, August es un niño de diez años con una grave anomalía cráneo-facial. Durante su corta existencia ha sufrido decenas de operaciones, lo cual le ha impedido ir al colegio. Ahora lo hará por vez primera y ello va suponer un gran reto en su vida y en la de quienes le rodean.

El libro está narrado en primera persona, pero no sólo desde la perspectiva de August, sino también de otros muchachos, como su hermana adolescente Vía o la de algunos de sus nuevos compañeros de curso.

Esta historia sólo puede ser presentada de modo adecuado en un libro, pues el cine nos convertiría en espectadores y distorsionaría completamente el modo de acercarnos a las vivencias de August desde dentro. “Por dentro, yo me siento normal. Pero sé que los niños normales no hacen que otros niños normales se vayan corriendo y gritando de los columpios. Sé que la gente no se queda mirando a los niños normales en todas partes (…) Creo que la única razón por la que no soy normal es porque nadie me ve como alguien normal”.

La obra representa un verdadero despliegue de humanidad en la que uno se ve reflejado en distintos personajes y momentos, como cobarde y como amigo, como canalla y como padre que sufre por la vulnerabilidad de su hijo, como blanco de burlas y como ser generoso que sabe perdonar.

No deja indiferente, pero evita caer en la sensiblería. Aunque muestra los golpes que recibe el protagonista, siempre existe el contrapunto del amor que despierta.

“La lección de August” es eso, una verdadera lección de vida que tenemos a nuestra disposición en 414 conmovedoras páginas. Lectura archirrecomendable no sólo para adultos, sino también para adolescentes. Dejar de leerlo sería perderse algo maravilloso.

 

(Gracias José Manuel)

sábado, 3 de agosto de 2013

Seda



Frases breves y sin complicaciones, con un vocabulario sencillo consigue un efectismo potente. Los capítulos mínimos, el resultado brillante. Así me ha parecido "La seda" de Alessandro Barico.

Un cuento para adultos que cuenta la historia de Hervé Joncour, un francés que hace diversos viajes a Japón para hacerse con huevos de mariposas de seda. Allí se despertará su pasión por una misteriosa mujer, esposa o concubina de un importante señor nipón.

Para mi gusto desentona la tórrida carta que aparece en la parte final del libro, de la insinuación al Kamasutra explícito. No me cuadra.

Por lo demás, se lee de un tirón.