Era malo, muy malo, muy malo, y lo difundían a los cuatro vientos. Mientras
fue prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe nos recordaban
machaconamente que aquello se había llamado “Inquisición”. Sí, eso era él, un inquisidor,
un hombre frío y dogmático que buscaba víctimas para organizar autos de fe.
Falleció Juan Pablo II y llegó el momento de elegir nuevo
Papa. Quinielas, muchas quinielas. ¡Uno, equis, dos! Él aparecía como una de las alternativas,
aunque no la principal. De hecho, era la peor opción. Si el Cónclave se
prolongaba demasiado, horror de horrores, sus posibilidades se incrementarían.
¡Torquemada en el solio pontificio!
Y salió elegido, aunque con una prontitud inesperada. El
Espíritu Santo se equivocaba (para no variar). ¿Cómo la Tercera Persona de la Trinidad no había
consultado a los analistas, tertulianos, periodistas, escritores, políticos, teólogos de salón y demás “expertos” en todo?
Savonarola se adueñaba no de Florencia, ¡sino de la mismísima Roma!
Y sacó su primera encíclica: “Temor y temblor”. ¡Ay, no, que
esa es una obra de Kierkegaard!
Primera encíclica: “Dios es amor”. ¿Pero de qué iba aquello?
¡Íbamos a presenciar una película de terror y nos encontrábamos con un romance!
Además, parecía que había hecho suyo el lema de la Real
Academia Española: “limpia, fija y da esplendor”. El "Papa de tránsito” se
ponía a levantar alfombras para barrer a fondo. Y, no conforme con eso, pedía perdón. ¿El
inquisidor? ¿No habíamos quedado en que era un juez implacable?
No, no había perdón para él. Seguro que ocultaba algo. Era impuro. La
presunción de culpabilidad que pesaba sobre el Papa era a perpetuidad, aunque dicha sospecha
no tuviera un contenido definido y pudiera adaptarse a cualquier tema que
surgiera.
Ahora Benedicto XVI ha abdicado. Y viene a resultar que el
fanático inquisidor era un intelectual
de primera magnitud. Además, nos explican, era una oveja rodeada de
lobos. En realidad, aclaran, se va asqueado de la ponzoña que todo lo invade
dentro de la Iglesia. Antes de que le echen arsénico en la sopa, tira la toalla buscando amparo en el refectorio monacal.
Da igual que el Papa explicara otras cosas, estas hacían referencia a Dios y a Su voluntad y eso no vende. Lo que en realidad pasaba era que Ratzinger estaba fuera de grupos de intriga, de ahí su independencia y honestidad. Acabáramos. ¿Intelectual?
¿Oveja? ¿Independencia? ¿Honestidad? Pero si nos decíais que era malísimo. Sólo
hay echar un vistazo a las hemerotecas de los últimos lustros.
Que no, que no, que no les hemos entendido. Él era más o menos bueno (lo
descubrimos cuando se va a enclaustrar y no será una molestia), aunque, claro está, un Papa,
por definición, nunca lo puede ser del todo. Lo verdaderamente malo es lo que
viene ahora; aunque no tengan, ni ellos ni nadie, la más remota idea de quién va a ser
elegido. Pero todos son lobos codiciosos y trepas; como aquel prelado bávaro lo
había sido un día, hasta que sucedió algo sorprendente: lo llegamos a conocer.