La magia consiste en centrar la atención del público en un
punto distinto al de aquel en que se está produciendo el engaño. En el fondo no
es más que una labor de distracción. La política trapichera tiene mucho de
ilusionismo. Que hemos dejado la cosa hecha unos zorros y el personal está que
trina, creemos fuegos de artificio en otro punto para desviar la atención.
En esto el nacionalismo anda bastante vivo. Pueden realizar
una gestión penosa, dejar las arcas vacías, un endeudamiento de vértigo, y, a
la par que piden un rescate, amenazar con la independencia.
En su discurso, el “otro” es el culpable de todos los males,
o, como diría Sartre, el demonio,
aunque ese demonio sea el mismo que me tiene que dejar el dinero para no
ahogarme.
Hasta aquí, nada nuevo. Lo que ya resulta pintoresco es que en
esa dinámica secesionista se improvisen sobre la marcha modelos, como si fuera
un mercado de autoservicio en el que el contexto histórico, económico y social
fuera indiferente. Primero se puso como referencia el Quebec, ahora es Puerto
Rico, y mañana igual son las islas de Samoa o Fidji, tanto da. Con ello se
pretende amortiguar la estridencia que provoca la palabra “independencia”, y
que corre el riesgo de no ser aceptada por una mayoría de la población
supuestamente demandante de la misma.
Sin embargo, al hacer estos planteamientos, se olvida una
cosa bastante obvia: ¿está la otra parte dispuesta a asumir el papel que se le
dé, sea cual sea este?
Uno se puede ir de casa dando un portazo, pero pretender dictar
al mismo al que se deja plantado el modo en que en adelante me va a tratar, es
harina de otro costal. Voy al caso concreto. El actual presidente del gobierno
de Cataluña aboga por tener un estatus como el de Puerto Rico, pero para ello
el resto de España tendría que asumir el mismo papel que Estados Unidos con la
isla caribeña, y, que yo sepa, hasta la fecha nadie se ha manifestado por la
labor. Cada uno tiene su historia, y no veo el encaje de dicho modelo en la
nuestra.
“Hijo mío –decía la madre al hijo que la amenazaba con
marcharse-, te quiero mucho y habría querido que siguieras aquí, pero si te quieres ir de casa no te lo puedo impedir. Ahora bien, lo que no puedes pretender es dictarme
el menú que he de cocinar ni traerme tu ropa sucia para lavar. Mientras has
estado, formabas parte del hogar, pero ahora que te vas, deberás
arreglártelas solo”.
En fin, hagamos lo que esté en nuestra mano para que los
despropósitos que algunos anuncian no pasen de tristes trucos de trilero sin
más consecuencias que mucho ruido y un mal rato.