
¿Cuántas veces saqué aquel libro de la biblioteca? No sabría decirlo. Sólo recuerdo que lo tenía unos días en casa para sumergirme en sus páginas y conocer cómo fueron los últimos meses de la vida de Besteiro; luego, de vuelta a la biblioteca hasta la siguiente ocasión.
Años triunfales: Prisión y muerte de Julián Besteiro. No me atrevería a calificarlo de novela. Más bien una crónica, sujeta más al rigor histórico que a la inventiva narrativa. Historia dura, crepuscular, desasosegante a veces.
Confieso que su autor me era desconocido aunque, de tanto ir y venir con el libro, acabé por quedarme con su nombre: Javier Quiñones.
Julián Besteiro fue el sucesor de Pablo Iglesias al frente del PSOE y de la UGT. También presidió las Cortes Constituyentes de la II República. El radicalismo al que se lanzó su partido durante el periodo republicano acabaría por apartarlo de la dirección del mismo.
Besteiro había sido profesor de Julián Marías, cuyo pensamiento yo seguía con vivo interés. De modo que mi acercamiento al político socialista vino fundamentalmente de la mano de su antiguo alumno. Además, Marías colaboró con el catedrático en los últimos años de nuestra incivil contienda en lo que fue el intento último por reconciliar las dos Españas desde la integridad moral y la generosidad política.
Un día, como buen náufrago, andaba yo a deriva por Internet cuando di con el blog del autor de aquel libro. No cabía duda, era él: su atención se posaba sobre las cuestiones que le resultaban interesantes, fecundas, sin concesiones a la moda o al discurso manido. Nada de exhibicionismo ni fuegos de artificio. En el fondo era aquello que Ortega llamaba “salvaciones”. Salvar lo valioso de la realidad llevándolo a su plenitud. No dejar en la cuneta de la historia aquello que hace al hombre más hombre.
Esta mañana me he llevado una nueva sorpresa, al descubrir que la última entrada de Quiñones, en la que hace una valoración de las Memorias de Marías, ¡me la dirige a mí! Lo hace con una generosidad manifiesta, de hombre liberal, en el sentido que a esta expresión daban nuestros clásicos. Así que, como de bien nacido, me siento en la necesidad de responderle con un gracias. Gracias y, sobre todo, ¡adelante! Necesitamos salvaciones. Necesitamos un buen puñado de Javier Quiñones.