lunes, 5 de julio de 2010

Dos españoles únicos





El presente artículo lo escribí en 2005. Lo envié bastante extractado a la revista TU Lankide de la Corporación Mondragón que lo publicó en uno de sus números. Entonces se cumplía medio siglo de la muerte de Ortega y Gasset, y 25 años de la de Félix Rodríguez de la Fuente. Hoy ya son 55 y 30 años respectivamente los que han pasado desde que estos dos genios dejaron este mundo. Vaya en su memoria el presente escrito.





Este año 2005 se han producido dos efemérides de especial significación: el cincuentenario de la muerte de José Ortega y Gasset, y los veinticinco años del fallecimiento de Félix Rodríguez de la Fuente. La España actual sería incomprensible sin estas dos figuras que nos han dejado una fecunda impronta en sus respectivos ámbitos de actuación, la filosofía y la biología en su más amplio sentido.

Ambos personajes comparten una serie de cualidades que les han permitido llevar a cabo una labor de plenificación en sus áreas de conocimiento que no han tenido parangón en la época contemporánea. ¿Qué cualidades son esas?

Para empezar el entusiasmo por la realidad. Los dos sienten que el mundo es valioso en sí mismo, atractivo, hermoso, amable, digno de ser descubierto y comprendido. Uno se queda extasiado ante la hermosura de una idea iluminadora o frente a los trazos de un cuadro de Velázquez, el otro observa paciente al abejaruco alimentando su ruidosa nidada o al lince ibérico avanzando agazapado hacia su presa.

También comparten un espíritu generoso que les lleva a querer comunicar esos hallazgos, no los acaparan o los reservan para unos pocos “iniciados”. Quieren que el mundo participe de esas inestimables riquezas que ellos van poseyendo. Por eso buscan los medios de darlas a conocer, de enriquecer al mayor número. Pero para llegar a mucha gente deben poner a su alcance conceptos que no siempre son asequibles, por eso tienen que crear un lenguaje que, partiendo del uso común, sea capaz de alumbrar con nuevas reverberaciones las realidades metafísicas o naturales con que se encuentran. De ahí que su tarea fructificadora comience por la del propio idioma. Sabiduría y divulgación son sus estandartes.

Siempre me ha llamado la atención la afirmación de Ortega en La deshumanización del arte según la cual cada época histórica mantiene en todas sus manifestaciones una “sorprendente y misteriosa” solidaridad consigo misma. Pintores, músicos, escritores... todos manifiestan los mismos valores estéticos. A este hecho no son ajenas las dimensiones humanas no artísticas, como puedan ser la filosofía o la biología.

Según Julián Marías la época en la que vivimos comienza con la generación del 98. De su simiente recogemos nuestras cosechas. Nuevos aires oxigenan Europa pero esta vez España decide darse por enterada a tiempo e inicia una de sus épocas más esplendorosas.

En filosofía Husserl (1859-1938) abre una nueva página del conocimiento gracias a su fenomenología. Cuando la madre de las ciencias parecía languidecer bajo las brumas del positivismo y del psicologismo, el pensador austriaco la rescató para abrir sus puertas a nuevas realidades. Había que superar el idealismo que había esterilizando el pensamiento filosófico, había que contemplar cada cosa en su propio ámbito, en su propia realidad, de modo que fuera de veras comprendida. Husserl todavía recelaba de la metafísica, por lo que propone un método que sea exclusivamente descriptivo.



La consigna estaba dada: “Rescatar la realidad. Rescatar y respetar toda realidad”. Si bien el pensador moravo recaería en un sutil idealismo esto no quita para reconocer que su aportación al mundo del pensamiento ha sido decisiva.



Ortega y Gasset pronto reaccionaría a la llamada y, mediante su razón vital, pondría a la altura del tiempo la filosofía española. Pero no se limitaría a la cátedra o a la tribuna, sino que se apoyaría en la prensa de la cual han emergido la práctica totalidad de sus libros.

Las ideas de Ortega podían ser leídas y, lo que es más importante, comprendidas por cualquier lector español. Desde las páginas de El Sol o Crisol cualquier ciudadano podía acceder a quehacer filosófico del gran maestro, y así descubrir que el mundo debía ser mirado con nuevos ojos; que no me puedo comprender aislado de mi circunstancia, ya que ella es una parte constitutiva mía; que la realidad humana es narrativa, histórica, dramática.

Pero, ¿qué pasaba en el campo de las ciencias naturales, de la biología? Lo que sucedía es que otro ilustre austriaco, Konrad Lorenz (1904-1989), iba a dar un giro en el modo de comprender el mundo animal empleando como herramienta de trabajo la observación en el medio natural. Su carácter principalmente descriptivo, sería criticado por muchos de los biólogos del momento que entendían que toda investigación debería realizarse en condiciones de laboratorio. Lorenz pone en marcha la “etología” entendida como la ciencia que estudia el comportamiento animal.



¿No se percibe cierto parentesco entre los planteamientos de Husserl y los de Lorenz? ¿No propone el primero contemplar cada cosa en su contexto propio y el segundo observar a las especies en sus propios medios? ¿No parten ambos de un respeto por la realidad?

Heredero en gran medida de los planteamientos del padre de la etología, Félix Rodríguez de la Fuente iba a ser ante todo un “observador de campo”, o, lo que más tarde se llamó, un naturalista.

En España unos pocos naturalistas dedicaban sus esfuerzos a conocer y proteger nuestro patrimonio natural, pero eran, en el mejor de los casos, raras avis. Félix consiguió, en relativamente pocos años, que un país en el que las leyes defendían lo que se llamaba la “extinción de las alimañas y los animales dañinos” se elaborasen normativas que defendiesen a nuestras especies salvajes, como el lobo o el halcón peregrino. Leyes pioneras en Europa, hay que decir, pues países con mayor tradición proteccionista como Alemania, Gran Bretaña o Francia irían a la zaga de España. Pero ese logro pasó por introducir en los hogares españoles las vidas y costumbres de los más diversos especímenes, así pudimos contemplar la nutria nadando gracilmente por las aguas de un río en busca de pescado o al águila real arrancando de un peñasco a una joven cabra ibérica.

España no es la misma desde que Ortega y Gasset o Félix Rodríguez se sumergieron en sus intensas vocaciones con un grado de autenticidad envidiable. Hagamos fructificar su legado y seamos cada día un poco más sabios y un poco más respetuosos con nuestro medio ambiente.

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