domingo, 3 de marzo de 2019
Gigantes, cabezudos... y reaccionarios
Somos los aragoneses gigantes y cabezudos, dice la zarzuela. Yo añadiría: "y reaccionarios". Y no digo esto con ánimo ofensivo, sino descriptivo. Hay que reconocer que incluso un mal puede tener como contraindicación algún bien, quizá la capacidad aglutinante, cierta estabilidad, qué sé yo.
Recuerdo que cuando llegó la actual democracia surgió un nuevo partido político llamado PAR por el cual mi padre, en aquellos días, sentía alguna simpatía. PAR eran las siglas del Partido Aragonés Regionalista, más tarde se reconvertiría en Partido Aragonés y, con el tiempo, en una agencia de colocación.
Aquella fuerza naciente se presentaba como defensora de los intereses de Aragón en el marco de la Nación española. Por aquel entonces a nadie se le habría pasado por la cabeza hablar de nacionalismo en Aragón. Todavía hoy suena a "moderno de pueblo", al menos a mí, pero siempre he sido un poco raro, supongo.
El PAR básicamente se apoyaba en una idea motor: si en el nuevo marco político no contamos con una fuerza que defienda nuestros intereses estaremos al albur de quienes sí tienen representados los suyos. Aquello ya tenía un punto de reacción, todo lo comprensible que se quiera, pero reacción.
No obstante hacía falta algo más, tangibilizar ese ideario, hacerlo palpable, y ello se consiguió mediante la oposición al trasvase del Ebro que, por aquel entonces amenazaba con producirse en Cataluña. Aquello implicaba que el agua pasaría por delante de nuestras narices pero no se podría destinar a redimir las áridas tierras del Valle del Ebro.
El trasvase no se llevó a cabo, así que cesaron las movilizaciones y con ellas cualquier urgencia de hacer un plan hidrológico ambicioso para Aragón. Con el tiempo reapareció el peligro, a veces desde Cataluña, otras desde el Levante o Murcia, con igual respuesta por parte del grueso de la sociedad aragonesa: movilizaciones para detenerlo y falta de iniciativa una vez conseguido.
Al final, tristemente, hay que reconocer que los hechos han ido dando la razón a quienes nos acusaban de actuar como el perro del hortelano. ¿Por maldad? No, desde luego. Más bien por falta de nervio, de impulso propio, de aspiraciones.
Y así ha sucedido con tantas cosas. Véase la pasión despertada con los bienes del Monasterio de Sigena, reclamados a Cataluña, con razones legítimas, pero que fueron ignorados durante décadas, también por Cataluña.
Ahora acuden a contemplarlos riadas de personas que ignoran el grueso de nuestro patrimonio, que pasan de largo ante La Seo, el Museo Provincial, el Diocesano, la catedral de Tarazona o tantos otros monumentos infinitamente mejor conservados que el monasterio de Sigena.
Y ello para desgracia de las monjas que pueblan este monasterio medieval, último en Aragón que cumple la función para la que fue creado.
Ahora se ha convertido en codiciada pieza de las fuerzas políticas que saben manejar el espíritu reaccionario de un pueblo. Las religiosas se acabarán marchando; qué remedio, cuando tu casa se transforma en un escaparate deja de ser un hogar. Eso sí, perdida la tensión reactiva, también desaparecerá el interés por Sigena. Es el precio que paga un pueblo incapaz de originalidad, de unirse para algo distinto a oponerse.
Un temor me invade: ¿no compartiremos este mal con otras partes de España?
Paso a ver qué cuentas y me dejas sin saber que decir. Espero que no te importe que nosotros cuando vamos a Zaragoza "solo" visitemos El Pilar. Un abrazo desde Pamplona.
ResponderEliminarFernando, tú en Zaragoza puedes visitar y dejar de visitar lo que te plazca, ¡pero no llamar...!
EliminarUn abrazo
Vengo a saludarte. Tengo muchos problemas con el blog y lo tuve que dejar cerrado por las guarras páginas que me entraban y me siguen entrando. Es un no parar por ser católica. Un horror.
ResponderEliminarCapuchino, pues muchísimas gracias. Me alegro mucho de saber de ti. Un abrazo
EliminarYo deseo lo mejor para Aragón.
ResponderEliminarEstuve cuatro veces en Zaragoza y tengo unos grandes recuerdos .
Un abrazo. Feliz semana.
Amalia, pues hay que repetir. Y ahora con Cicerone
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