Lo que está pasando en España es muy grave. Nos amenaza uno
de los mayores males que puede sufrir cualquier sociedad: la discordia. Decía Julián Marías que la verdad nos hace libres,
pero que ello no significa homogéneos.
La unanimidad es siempre impuesta a costa de la verdad. “El desacuerdo es
muchas veces inevitable. Pero se puede confundir con la discordia. Ésta es la
negación de la convivencia, la decisión de no convivir juntos los que discrepen
en ciertos puntos en los que el acuerdo no parece posible” (Tratado sobre la
convivencia –Editorial Martínez Roca).
Pienso que es un libro de obligada lectura ante las
brumas que nos van envolviendo. “Lo que ha sucedido en lo que fue Yugoslavia es
simplemente monstruoso y parece inevitable, pero me pregunto si algún
pensamiento «a tiempo» hubiera podido evitarlo” –comenta el filósofo ya casi al
final.
Lo que está ocurriendo en Cataluña venía fraguándose
desde hace mucho, pero se ha mirado para otro lado, cuando no alimentando, creyendo
que lo peor nunca llegaría, que a nosotros no nos iba a pasar lo que a otros, y
ya está aquí la realidad, golpeando a la puerta; con las letras vencidas en la
mano dispuesta a reclamar lo suyo.
Ha habido grupos alimentando la discordia, el odio, el ombliguismo, la mentira más descarnada, la irresponsabilidad, con impunidad,
con arrogancia, con la complicidad de no pocos oportunistas, arrastrando en la medida
de sus posibilidades a una parte de la sociedad hacia su sectarismo. Y hay que
reconocer que sus esfuerzos se han ido coronando con no pocos “éxitos”, si se
puede llamar así a una involución histórica. Desde otros pagos se ha mercadeado
con todo ello por el más mediocre oportunismo.
Ahora todo se resquebraja, y la tentación es responder a
la discordia con la discordia: “¡hagámosles boicot!”, gritan algunas voces. “No
compres productos catalanes” (como si fuera tan fácil sobrevivir sin la crema
catalana y el fuet de Can Durán).
Y entre tanto ruido, cruce de acusaciones y propaganda cuesta
oír la voz clarificadora, valiente, sensata, veraz, como la de don Julián
Marías, a quien tanto se echa de menos en momentos como éste.
Al acabar la guerra civil Marías escribió varias cartas a
su maestro Ortega, pero no recibía respuesta, ya que el padre de la razón vital
entendía que en circunstancias tan extremas las palabras del intelectual en vez
de clarificar contribuyen a incrementar la confusión, los malentendidos. Sin
embargo Marías, que raramente hacía algún reproche a don José, sí discrepó en
este punto, preguntándose si los silencios no podían ser también
malinterpretados.
Finalmente Ortega rompió su silencio, y en carta escrita
desde su exilio lusitano le dijo a Marías: «Es usted el único que ha acertado
en la táctica para estos tiempos: hacer, hacer, hacer…»
Hay que hacer, y no hacer cualquier cosa, sino lo que hay que hacer. Unos callarán,
otros huirán, los habrá que griten, se lamenten, saqueen, engañen, se peleen,
amenacen. Pero nada de ello es fecundo. Hay que hacer cosas valiosas, que
enriquezcan, que saquen a la luz, “salvaciones”, las llamaba Ortega en sus
insuperables Meditaciones del Quijote.
Muy recientemente he leído un comentario de don Gregorio
Luri (otro sabio, ¡vivo y vigoroso, a Dios gracias!) que me parece en este
sentido especialmente orientador: «En estos momentos quien no tenga una palabra
que contribuya a la reconciliación, debería mantenerse mudo».
Me parece que sintetiza a la perfección nuestro actual
quehacer. (Y conste que con algún planteamiento de don Gregorio sobre los
recientes sucesos puedo no estar del todo de acuerdo, aunque los tengo en mucha consideración. ¿No
es un magnífico principio para empezar a construir algo valioso?)
Verdad, concordia, honestidad, palabras (no gritos), y
eso que se llama pensamiento. No dejarnos aturullar por el ruido ambiente. Que
un día no llegue la desgracia y carguemos con el pesar de no haber tenido “un pensamiento
«a tiempo» que hubiera podido evitarla”.
“Yo desconfío del amor de un hombre a su amigo o su
bandera cuando no le veo esforzarse en comprender al enemigo o a la bandera
hostil. Y he observado que, por lo menos, a nosotros los españoles nos es más
fácil enardecernos por un dogma moral que abrir nuestro pecho a las exigencias
de veracidad”.
Perfecto Rafa, lástima que no te lea mucha gente con influencia o por lo menos algunos periodistas que más bien son sensacionalistas por si les entraba la razón. Vamos al desastre y dentro de unos años tendremos que avergonzarnos todos por esto que hicieron gente sin escrúpulos y desde su interés electoral, económico o de ambición de mandar a costa de destrozar todo o de odiar a los que piensan diferente, ¡aún habrá quien saque pecho! La gente, como no intenta entender ni saber el pasado, no se da cuenta que la historia no se repite pero a veces se parece. A mí me recuerdan algunas escenas de la vida diaria en estos días en Cataluña (lo sé de primera mano, no por lo que pongan en las redes sociales -cuánto daño están haciendo-)) a los tiempos de Hitler, y no olvidemos que Hitler NUNCA ganó las elecciones por mayoría en Alemania... y mira cómo se acabó.
ResponderEliminarGracias, Julio.
EliminarUn fuerte abrazo.
Sólo puedo aplaudir un texto tan brillante y certero.
ResponderEliminarY enviarte un fuerte abrazo.
Como tantas veces, muchísimas gracias, Amalia.
EliminarUn abrazo grande para ti.
Los acontecimientos me obligan a volver...
ResponderEliminarTu querido Marias hubiera sido tachado hoy de "franquista" y "fascista"como el que oye llover...
En mi opinión estamos en un punto de no retorno.
Rezo por nuestros enemigos...
Abrazos catalanes...
En lo de Julián Marías seguramente tienes razón. También es cierto que con esos calificativos el retratado suele ser el que los profiere.
EliminarEn cuanto al punto de no retorno, depende de nosotros. El futuro aún no está escrito.
Abrazos aristotélicos.