miércoles, 30 de septiembre de 2015

Entrevista a Guillermo Urbizu (poeta). Parte 1



En Polizón y Náufrago hemos entrevistado a un ensayista de la talla de Gregorio Luri; a una gran novelista, tal que Ángeles de Irisarri, y a un eminente historiador como es Luis Suárez.

Sin embargo teníamos pendiente una deuda con uno de los grandes géneros, la poesía. De modo que hemos ido en busca de otro grande, Guillermo Urbizu. Quédense con este nombre, amigos, y disfruten de la entrevista, yo ya lo he hecho... y de qué manera.

¡Bienvenidos a bordo una vez más, polizones!

viernes, 25 de septiembre de 2015

Manifiesto



Muy breve. Casi a golpe de titular. Lo que ha pasado en Cataluña (y pasado mañana puede suceder en el País Vasco, en Galicia, o por un efecto contagio en cualquier parte de España), creo que debería llevarnos a sacar alguna lección. De lo contrario mereceremos lo que nos venga, es decir, nuestra disolución como sociedad y, por tanto, nuestro encanijamiento como individuos:

1) Urge cambiar el sistema electoral. No puede ser que partidos nacionalistas con aspiraciones secesionistas se conviertan en partidos bisagra a los que hay que hacer concesiones cada vez mayores tras cada proceso electoral.

2) Urge una reforma en la educación consensuada por los grandes partidos pero no al servicio de los mismos, sino de la nación. No puede entregarse la educación en manos a quienes se han propuesto romper la nación desde posiciones particularistas, igual que nadie en su sano juicio delega la instrucción de un ejército a la oficialidad del enemigo.

3) El fundamental, sin el cual todo lo anterior carece de sentido. No existe nación sin un proyecto nacional. Habrá estado, habrá administración, pero no será sino un mecanismo ciego en manos del mejor postor o del más hábil manipulador.

Por tanto, urge un proyecto nacional ambicioso, aglutinante y con sentido histórico, que tenga en cuenta la realidad española (desde su génesis) y posea el afán necesario para llevarnos a la mayor plenitud como sociedad. Esto pasa por renunciar al halago, las excusas, la mentira y la comodidad. No valen los lamentos y echar la culpa a unos o a otros. Debemos ponernos a la faena de exigirnos más, o somos los dueños de nuestro destino y lo tomamos en nuestras manos, o renunciamos a nuestra libertad.



Apostilla: Cataluña no es un apéndice de España que se puede amputar sin mayores consecuencias. Cataluña es una de las piezas constituyentes y constitutivas de la Nación Española. Además, posee una sexta parte de la población del país.

El problema del nacionalismo no quedaría resuelto con la secesión, sino consagrado y, por tanto, impulsado a cotas todavía mayores.

Llegados al punto en que estamos, un cierre en falso sería nefasto.

jueves, 24 de septiembre de 2015

Ramón Menéndez Pidal entra en el debate catalán



A don Ramón Menéndez Pidal le tengo simpatía. Entre otras cosas, le estoy agradecido por varios de sus libros que leí con sumo agrado; además, fue él quien puso a nuestro alcance la joya del Cantar del Mío Cid.

Hombre liberal e íntegro, tuvo una disputa a través de la prensa con Antoni Rovira Virgili, uno de los prohombres del catalanismo. La misma se produjo cuando se estaba debatiendo la Constitución de la II República. A raíz de un artículo de don Ramón, Rovira Virgili publicó una agria refutación. Entonces Menéndez Pidal contestó al anterior en el diario El Sol con otro artículo titulado “Sobre la nación española: respuesta a Rovira Virgili”, era el 27 de agosto de 1931.

Lo traigo aquí por su “rabiosa actualidad”, y porque ahora que se alegan razones históricas para determinadas iniciativas, no está de más atender a las razones que daba alguien que de historia sabía un rato:

"[...] No entretendría yo al lector con estos dimes y diretes si los vivos ataques del Sr. Rovira y Virgili no fueran enseñanza y meditación. Tocan al nervio de nuestra nueva estructura nacional. ¿Qué he podido decir yo en mi anterior artículo molesto a un catalán para que así arremeta contra mí? Pues simplemente decía que Cataluña no vivió un momento sola, sino siempre unida a las regiones centrales, a Aragón, a Castilla, no sólo política, sino culturalmente. Esto es lo que molesta; con una pertinancia tan ciega como hemos visto, se trata de negar todo lazo espiritual; ésta es, en su fachosa desnudez, la verdad de las cosas.

Y ahora, ¿no ven ustedes que estoy cargado de razón cuando digo que el desamor perdura y que si su signo prevalece no es posible estructurar una España sino peor que la pasada, en que ese desamor se engendró? Si esa psicología rencorosa fuese general, si el ensimismado exclusivismo del genial Prat de la Riba fuera a seguir de moda mucho tiempo, no habría sido inclinarse y decir tristemente adiós cuanto antes a esos hermanos que reniegan la fraternidad.

Pero todos tenemos experiencias en contra y podemos afirmar que esos sentimientos, aunque dominantes entre los luchadores del régimen antiguo, no son generales, ni parecen ser los de las generaciones nuevas. Pero si por transigir de momento con el viejo desamor, por una componenda para salir del paso, tomasen las hojas de la nueva Constitución cualquier pliegue funesto, ¡qué grave deformidad vendría en el cuerpo de España! La que siempre fue una nación, se convertiría en un simple Estado; compartimentos estancos, nacioncillas aisladas, cultivadoras del hecho diferencial, empeñadas en negar obcecadamente, como vemos, los lazo ideales, para quedarse sólo con los lazos materiales que convengan. Peor que un Imperio austrohúngaro.

No nos hagamos ilusiones. Si bajo esta psicología del resentimiento, el Estado Español no tiene respecto de la región una prenda de unión espiritual en la enseñanza, la generación del desamor acabará por raer, con pertinaz trabajo de zapa, todo sentimiento de unidad espiritual; la fuerza moral de la nación, la única fuerza de los pueblos, será arruinada y la disgregación del nuevo Imperio austrohúngaro será rápida.

Pero, dentro del terreno de la cultura, no toda la culpa es de los que en la periferia roen, como carcoma, la unidad espiritual, sino de los que en el centro debieran cuidar de afirmarla.

¡Qué pobre es la literatura en este campo! Nos hacía falta, por ejemplo, un penetrante estudio sobre el concepto nacional de España, partiendo de San Isidoro o, para pedir poco y lo más importante, limitándose a la época en que, con la invasión árabe, la Península dejó de ser un Estado, hasta que volvió a serlo en el siglo XV, bajo el imperio de grandiosas ideas nacionales.

En esa Edad Media bastaría estudiar el maravilloso siglo XIII, sus literatos, sobre todo sus cronistas que, desarrollando viejísimas ideas, expresan a España como unidad operante, realizadora de una misión histórica, común a todos sus reinos. En una región propugna esta idea el obispo de Tuy; en otra, aquel gran navarro, el arzobispo Jiménez de Rada, el hombre que más inspiradamente sintió a España y más doctamente enseñó a comprenderla como un conjunto nacional; después, Alfonso el Sabio, que, al planear la Crónica General fundiendo en su relato las hazañas de León y Castilla con las de Navarra y de Aragón, dice que escribe «del fecho de España», el «fecho» en singular, el hecho unitario de una nación que, por su mal, se fraccionó en Estados varios: «et del daño que vino a ella por partir los regnes».

En ese mismo siglo XIII, la crónica de D. Jaime el Conquistador. Abrimos el libro. El rey aragonés decide ir en ayuda del rey castellano contra una inquietante rebelión de los moros de Murcia; pero los nobles catalanes y aragoneses le niegan su concurso con desabridas respuestas, continuamente reiteradas; tenían rencor de agravios pasados y no pensaban más que en afirmar sus privativos fueros, su Estatuto. Pero al fin los catalanes renuncian a su fuero y se avienen a conceder la ayuda pedida para que D. Jaime, «pueda servir a Dios y auxiliar al Rey de Castilla». No en vano habían nacido en la región que D. Jaime tenía por «la plus honrada terra d'Espanya». Y las razones supremas que el Rey proponía (después de agotadas las de carácter práctico, ineficaces) para que los irreductibles dejasen a un lado el Estatuto en que obstinadamente se parapetaban eran tres razones de orden ideal primera, por servir a Dios; segunda por salvar a España; tercera, porque él y ellos ganasen el prez y el honor de salvarlas: «que Nos e vos haiam tan bon preu e tan gran honor que per Nos e vos sia salvada Espanya». Es decir, los propone el lema «Dios, España y Prez».

Al recordar esta nítida precisión con que el Rey Conquistador percibe, en lo material y en lo ideal, todos los motivos de solidaridad hacia una patria más ancha que su particular patria, y que su reino propio, al ver cómo inculca esos motivos a sus vasallos, no sabemos abandonar las elevadas naves del alcázar historial para salir a la calle. ¡Despierta, Rey Don Jaime; habla otra vez de España a los que no piensan sino en su propio Estatuto! ¡Yergue otra vez tu frente cubierta con ese yelmo de grandes alas avezadas a los vuelos aguileños!

A los muchos catalanes que, como D. Jaime, sienten su nación catalana intimada en la española, a las generaciones nuevas que pueden leer sin torvo desamor las épicas crónicas de su tierra, me dirijo con fervorosa esperanza. ¡Salud!"




Nota: La foto es muy posterior al escrito de don Ramón, pero como aparece Julián Marías a quien también profeso simpatía, pues me he dicho: “vamos a ponerla”, y eso he hecho.

lunes, 21 de septiembre de 2015

Entrevista a Luis Suárez Fernández (Real Academia de la Historia)



Hoy traemos a nuestra isla de náufragos a don Luis Suárez Fernández, destacado miembro de la Real Academia de la Historia y uno de los mayores conocedores de la Edad Media.

Con él hablaremos de figuras tan interesantes como los Reyes Católicos, Carlos V, Richelieu, o el propio Francisco Franco. ¡No te lo puedes perder!

¡Bienvenidos a un nuevo vídeo de "Entrevistas para náufragos"!

martes, 15 de septiembre de 2015

El estruendo de las plañideras



Cuando estudiaba empresariales tenía un compañero que acostumbraba a salir de los exámenes en estado de pesimismo total: “Fatal. Me ha salido fatal. Se me cargan”. Yo, que no era precisamente Keynes, me dedicaba a darle ánimos. Le decía que no sería para tanto, que ya vería cómo le habría salido mejor de lo que esperaba. Aquello llegaba a resultarle ofensivo; quién iba a saber mejor que él el desastre de examen que había hecho, ¡tenía derecho a lamentar su desgracia! Así que yo agachaba la cabeza y lo acompañaba compungido en vista de su estado de postración. Luego salían las notas, y la más baja de las suyas era un ocho, mientras que yo nadaba en las procelosas aguas del aprobado raspado.

Traigo esto a colación porque últimamente se ha intensificado el estruendo de las plañideras. Veamos, resulta que “España” viene oprimiendo, explotando, jorobando en suma a no pocas regiones desde tiempos del sursuncorda (de hecho la tal España tiene una “deuda histórica” con casi todas), pero como viene a resultar que a estas alturas sólo se reconocen como españolas Soria, Calatayud y Teruel, porque el resto tienen singularidades históricas irreductibles a cualquier categoría humana, sucede que estas tres cimas de la prosperidad constituyen una metrópoli que somete a la tiranía a comunidades que, ¡válgame el cielo!, tienen hasta metro y aeropuerto.

Por lo visto en Calatayud tenemos más derechos civiles que en Tarrasa o en Irún. Por ejemplo, aquí podemos, estoooo, podemos… ¡bueno, podemos hacer cantidad de cosas que allí es imposible porque les detendrían! ¡Cómo no van a protestar de semejante avasallamiento si los tratamos peor que a una mujer taxista en Arabia Saudí!

Luego está el tema de la carga fiscal, que no hay derecho.  Ellos con un IVA del 58% y aquí, a orillas del Jalón, barra libre y tax free. Claro que yo hasta ahora pensaba que los impuestos los pagaban los ciudadanos no los entes históricos, y que como algunos impuestos son progresivos, tal que la renta, los que más tienen pagan más, así que donde hay más ricos se recauda más, pero esta mayor recaudación es un síntoma de bonanza, aunque escueza el bolsillo. Lo sé, hay otros factores (ya me gustaría a mí estar empadronado en Navarra), pero el que he señalado no es precisamente desdeñable. De todos modos, como he indicado al principio, yo en temas de economía ya era un desastre en la universidad y la cosa no ha mejorado.

Puedo entender que Juanita se quiera separar de Bartolo, que ya no sienta nada por él y que cada cosa que hace o dice le resulte cargante, lo que no digiero bien es que la culpa la tenga que tener Bartolo sí o sí; que Juanita no repare en que si Bartolo habla es un parlanchín, si calla un muermo, si sonríe un idiota, si está serio un cenizo. A ver, que Bartolo tiene sus virtudes y sus defectos, como todo hijo de vecino, pero el pobre hombre ya no sabe cómo ponerse para que Juanita no le diga lo mal que no está haciendo en todo momento y lo damnificada que se siente y que por eso se quiere separar.

Tenemos una crisis de proyecto histórico. Tenemos una crisis de liderazgo. No es algo nuevo, viene de atrás (no de Franco, sino ya de antes; aunque parezca mentira entre Franco y el Big Bang había “algo”). Pero precisamente por eso, lo que tenemos ante todo es un COMPROMISO de exigencia, o más exactamente de autoexigencia. Hay que ver qué tenemos que hacer y no qué nos deben a nosotros, lo demás son aspavientos de dama ofendida bastante cargantes, por cierto.

sábado, 12 de septiembre de 2015

Lince, oso panda, orangután... escritora (especie protegida)



Me detengo a mirar una lista de concursos literarios, los hay de todos los géneros: poesía, ensayo, novela, guiones, terror, humor, deconstructivismo… El que no encuentra el suyo es porque no quiere. En las bases se fija el perfil que deben reunir los participantes; a unos se les exige ser naturales de una localidad o un país, otros tienen que ser mayores o menores de cierta edad, o funcionarios.  De esta última discriminación (“distinción”, si es que a alguno lo de discriminación le suena despectivo) hay una que no entiendo, y mira que le he dado vueltas, me refiero a los concursos literarios exclusivos para mujeres. La verdad, no le encuentro el sentido.

Comprendo que no se quiera hacer competir a un niño de siete años con un adulto de sesenta y dos, que una empresa (aunque sea tan descomunal como el Estado) convoque un concurso para sus empleados, que una región anime a los lugareños a escribir, o a hacer el pregón de sus fiestas, o a vestirse de cabezudo. Lo que no alcanzo a entender es que se hagan concursos literarios (no es uno ni dos ni tres) exclusivos para mujeres.

Hoy día puede haber tantas escritoras como escritores; desconozco su número, pero desde luego no me resulta raro encontrarme con lo uno o con lo otro. Si en algún ámbito no existe discriminación es precisamente el literario, donde la excelencia se demuestra en soledad frente a una hoja en blanco, se pinte uno los labios o se pase la maquinilla cada mañana. ¿Hay algún escritor que no envidie el éxito de J.K. Rowling, la profundidad de Teresa de Ávila o el manejo de situaciones de Jane Austen?

No puedo ni imaginar la que se armaría si un concurso literario tuviese entre sus requisitos que los partícipes fueran “sólo hombres”; no digamos ya si fuera financiado con dinero público. ¿Por qué entonces se trata a las mujeres como menores, o como una débil especie que no puede medir su capacidad literaria con un varón? Me parece que algunos defensores (y defensoras) de las mujeres o no se enteran o les hacen un flaco favor.