martes, 25 de agosto de 2015

La cajera y el burócrata



Voy a un supermercado, compro el doble de lo que pensaba (para no perder la costumbre) y me coloco al final de la fila. Estamos bastante gente. La cajera va a toda velocidad, pero por un momento se detiene, agarra un micrófono y su voz suena por la megafonía: “señorita Patricia, señorita Patricia, acuda a caja”. En menos de un minuto aparece la señorita Patricia que estaba reponiendo yogures y se pone a atender en otra de las cajas. “Por favor, vayan pasando en orden”. Duplicadas las fuerzas todo fluye para alivio de los clientes aunque los yogures tengan que esperar.

Voy a una gran biblioteca pública. Hay varias ventanillas, una para préstamo de libros, otra para devolución de libros, otra para alta de socios, otra para solicitudes de archivo y otra para que no sean pares. Encuentro el libro que buscaba y me coloco en la fila de préstamos. Es bastante larga y el señor que va primero está haciendo una consulta al que atiende. Las otras ventanillas están completa, absoluta y radicalmente vacías. Al frente de cada una de ellas una persona con cara del más completo, absoluto y radical aburrimiento. A ninguno se le ocurre decir que pasemos por su ventanilla, iría en contra de la excelencia de la especialización. En su día en aquella biblioteca recogieron firmas para solicitar que no se amortizaran dos puestos pues se resentiría el servicio. Es lo que tiene la falta de personal…

Acudo a las oficinas de Tráfico, se repite la escena de la biblioteca pero sin libros. En la interminable cola de “Información” un único señor con edad de estar jubilado atiende con santa paz. No se lo reprocho, si todos los días es así tiene tajo ininterrumpido desde el punto de la mañana hasta el día del Juicio Final por la tarde. Por lo visto todo pasa por ahí salvo las citas previas. Incluso para pedir un triste impreso hay que incorporarse a la fila del ciempiés y ver girar el tiovivo de las agujas. Miro a mi alrededor, tres ventanillas vacías, otra con una persona y otra con dos. Está claro, los usuarios no sabemos hacer las cosas bien, ni tenemos el mínimo sentido para adaptarnos a los procesos burocráticos establecidos.


El día que resuelvan gestiones administrativas en los supermercados no tengo la menor duda de adónde acudiré.

domingo, 16 de agosto de 2015

¿Adónde vamos y a dónde nos llevan?



Aquí hay algo que no encaja. Acabo de leer un titular que ABC que dice: «Javier Arenas: "Los próximos comicios serán los más importantes desde 1977"», no he seguido, estoy cansado. Hace días que desde el nacionalismo catalán se plantean las próximas elecciones regionales como un plebiscito secesionista (también tuvimos en su día un Plan Ibarretxe y otras iniciativas igualmente "creativas").

Vamos a ver, por edad (aunque sé que no lo parece ya cumplí los veintidós) he vivido las primeras elecciones de este último periodo constitucional, y las segundas, y las terceras... y así hasta las últimas. Con contadísimas excepciones cada una de ellas se ha planteado en términos de emergencia nacional, en las que nos jugábamos el ser o no ser. Si es así, ¿qué han estado haciendo los partidos políticos en los últimos 40 años? ¿Cómo un cambio de gobierno puede plantearse una y otra vez como un cambio de régimen? Cuestiones meta-partidistas, como la educación, la estructura territorial o la política exterior de la nación, van dando bandazos sin cesar, no hablemos ya el cuestionamiento de la propia existencia de la nación desde muchas de las instancias que deberían sostenerla.

El reclamo electoral recurrente es éste: «vota (a tal o cual) porque si no esto se va a pique». ¡No puede ser! No podemos estar así continuamente, sometiendo TODO a debate una y otra vez; pretendiendo hacer borrón y cuenta nueva, borrón y cuenta nueva... ¿Cómo vamos a avanzar? ¿Hacia dónde? ¿Cómo no va a acabar sacrificándose el interés colectivo en favor del de grupos o individuos si carecemos de un proyecto común mínimo? ¡Qué pena y qué pena!, así, por duplicado, o por triplicado mejor: pena, penita, pena.

jueves, 13 de agosto de 2015

Método, método, método



Mi padre me repetía a menudo una consigna a modo de lema o guía de vida: «Método, método; sin método no se puede hacer nada verdaderamente valioso». Método, método, volvía a insistir. Y yo lo oía, pero no lo escuchaba. Para mí era como los mantras que pronuncian los tibetanos mientras dan vueltas a unas ruecas, un sonido monocorde y previsible que como un ruido de fondo acaba por pasar inadvertido.

Ahora que él ya no está sus palabras cobran una densidad inusitada: método, método, y tras ellas escucho otras cosas que él no pronunciaba pero que adivino implícitas: hijo mío, porque me importas te repito esto a pesar de tu indolencia, de tu sonrisa desdeñosa, de la sucesión de síes que pronuncias buscando sólo que te deje en paz. Si no eres disciplinado, sistemático, metódico, no harás nada que merezca la pena. ¡Aprovecha tu vida!

Jesús dijo a los suyos: “Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré”. Por lo visto el precio que hay que pagar para aprender algunas lecciones es la ausencia. Sólo cuando el sello no está aparece la huella.


Papá, lamentablemente no he sabido ser mejor de lo que era antes, pero al menos ahora soy consciente de que tenías razón. Sin método no hay fecundidad. Quizá aún no es tarde para empezar a aprender.