De vez en cuando las organizaciones hacen un alto para reflexionar
sobre el desarrollo de su misión. ¿Vamos por el camino correcto? ¿Seguimos
nuestros fines fundacionales? ¿En qué consistimos? Para ello acostumbran a
echar la mirada atrás fijándose en la vida de sus pioneros.
La historia misma de la Iglesia es una sucesión de
tentativas (no exentas de tropiezos) de actualizar sus orígenes. Sólo sabiendo
esto se puede entender, por ejemplo, el pontificado de Francisco I.
A este respecto, es muy ilustrativo lo que ha sucedido con
una orden religiosa cuyo fundador llevó una doble y escandalosa vida. Tal fue
así, que el conocimiento de estos hechos hizo peligrar la misma existencia de
la orden. Pues bien, ante esta tesitura los encargados de su saneamiento planteaban que no era
posible una “renovación” (volver a su primer estado), sino que precisaba de una
“refundación” (volver a fundar). Es decir, había que empezar el edificio desde
sus cimientos, de modo que el día de mañana, cuando sus componentes quieran
nutrirse de sus raíces originarias, no tengan que mirarse en un referente
desfigurado.
En mi anterior entrada ponía a dos de los “fundadores” de
las religiones más relevantes de nuestro mundo ante una tesitura similar, el
juicio y condena de una pecadora. Cada uno la resolvía de manera distinta.
Muhammad entendía que la vía de su redención pasaba por la condena a muerte de
la adúltera. Se podía aplicar cierta benevolencia atendiendo a su circunstancia
personal, como permitirle dar a luz o atender a la lactancia del hijo, pero en
última instancia la ley había de cumplirse con todo su rigor.
Yeshúa, sin embargo, primaba la salvación personal sobre el
orden social reglamentado. Ponía en evidencia que nadie está libre de la mancha
del pecado, que nadie es digno de condenar a otro pues sólo el Justo podría
hacerlo, y el Justo, porque ama y desea la salvación del pecador, se ofrece a
sí mismo como víctima expiatoria.
Cuando un musulmán quiere vivir seriamente su fe y contempla
su acta fundacional, ¿qué encuentra? Creo que no es una pregunta baladí, al
igual que podemos hacerla para un cristiano que quiera ponerse de veras a la
faena, al menos como aspiración. A lo mejor así nos empezamos a aclarar (y yo
el primero) sobre lo que sucede y dónde estamos ubicados. ¿Qué entiende un
musulmán observante por ser bueno, o veraz, o pacífico? ¿Qué es para él una
sociedad justa, o la libertad? ¿Hablamos de lo mismo cuando empleamos estos
términos? ¿Qué puesto ocupan en su orden de prioridades? Insisto, no son preguntas retóricas sobre las que ya posea una
respuesta clara, sino que realmente me las formulo.
A raíz de los últimos zarpazos de eso que llaman yihaidismo (la yihad es un mandato del
Islam que obliga a extender la ley de
Dios), una parte notable de la sociedad occidental ha reivindicado los logros de la ilustración. Pero la ilustración,
como toda realidad, es poliédrica, y, además, no puede entenderse sin una base
histórica judeocristiana (aunque a menudo haya actuado de forma polémica con
respecto a ésta). ¿De dónde surgen, si no, principios como la libertad, la
igualdad y la fraternidad? ¿Podría haber nacido la igualdad política en la estratificada
sociedad hinduista? ¿O de la panteísta civilización budista la noción de
libertad individual? ¿O del politeísmo incaico emerger la bandera de la
fraternidad?
A título de ejemplo, un sacerdote que conozco y que estuvo
unos años en Zimbabwe me comentaba que para los animistas de allí la revelación
de que Dios es Padre y nos ama supone una auténtica revolución. Ellos tienen
muchos dioses y creen en una vaga divinidad superior, pero ésta está ausente,
desentendiéndose por completo del acontecer humano.
No es un intento de menospreciar las intuiciones que las
distintas creencias han tenido a propósito de la realidad, pero sí de aclarar
que esto que tenemos no ha surgido de la nada, no nos viene automáticamente
dado. La ilustración es incomprensible sin el cristianismo y no habría asomado
a este mundo sin él, aunque a menudo padezca un destructivo complejo de Edipo.
La verdad es que planteas preguntas muy interesantes. Mi experiencia personal sobre los musulmanes que conozco es contradictoria. Por una parte me parecen buena gente y no creo que sean extremistas ni violentos, son amables, trabajadores y con buen humor. Pero cuando aparece el imán parece como si ya no fueran ellos, obedecen de una manera ciega como si no tuvieran personalidad, y eso da miedo. También es verdad que puede ser una apreciación personal dado que mi contacto con ellos en una situación así es mínima. En cualquier caso sería bueno saber la respuesta a las preguntas sobre el concepto de libertad, la bondad, la justicia... que tienen en otras religiones.
ResponderEliminarEl papa Francisco nos está ayudando a descubrirlo en ese diálogo intereligioso que va manteniendo con otros líderes . Mi experiencia personal hablando de Dios con musulmanes ha sido positiva, he visto hombres de fe y paz, con ganas de amar y ser hombres de bien. La idea de corresponder a un Dios misericordioso ha sido la misma. El problema está en los fanatismos de cualquier índole que cubre con una venda la razón y ciega al alma. Estamos lejos de un verdadero respeto y de una sincera búsqueda de la verdad. Hay intereses políticos por todas partes a los que no le interesan caminos de armonía y entendimiento. Dios solo puede ser utilizado para el bien, todo lo demás nada tiene que ver con Él
ResponderEliminarBellissimo post! Una domanda da sola vale un milione di dollari o di euro?
ResponderEliminarMartina, ¿no serán dos liras...?
EliminarMuchas gracias, eres muy generosa.
PP REINA, ÁNGELO, he comenzado varias veces una reflexión sobre vuestros comentarios pero no me está siendo fácil. El tema es complejo y tiene muchas ramificaciones, así que he decidido lanzar algunos puntos de reflexión:
ResponderEliminar1) Hoy día hay países musulmanes, pero no cristianos. Occidente tiene una tradición cristiana y existen comunidades que lo son, pero no podemos afirmar que los países como tal lo sean. Aquí hay un elemento diferencial. Me limito a señalarlo.
2) El fenómeno del terrorismo islámico, al menos en su alcance, es único. No hay otra religión en el planeta que opere de este modo ni que atraiga tantos adeptos. ¿Por qué se da en el islam precisamente?
3) Los grandes valores (libertad, bondad, generosidad, paz, etc.) difícilmente son rechazados por nadie, la cuestión es cómo se concretan. Por ejemplo, la cuestión de la libertad religiosa con sus implicaciones (posibilidad de profesión pública, de divulgación, de incorporación o abandono de un determinado credo, etc.), ¿es operativa en las comunidades musulmanas? ¿En qué grado y de qué depende?
4) ¿Es compatible el actual modelo social de occidente con el cristianismo? ¿Lo es con el islam? ¿Es compatible la existencia de una mayoría cristiana con otras minorías? ¿Lo es el islam?
5) Cuál es el fin del islam. ¿Qué medios están justificados para alcanzarlo?
Se me ocurren algunas más, pero igual es demasiado, así que lo dejo aquí.
Un saludo y gracias.
Un tema muy interesante que has plasmado en un post muy bueno.
ResponderEliminarLo peor es el fanatismo, la intolerancia. La pasión excesiva, puede no ser buena.
Un abrazo. Feliz fin de semana.
Amalia, está claro que hay pasiones que matan, aunque también hay quien mata desapasionadamente, por "principios".
EliminarMuchas gracias y un abrazo para ti.
muy bien¡¡
ResponderEliminarAbraham, y tú más...
EliminarPues ni entienden nuestra libertad, igualdad y fraternidad ni entendemos su libertad, igualdad y fraternidad; ni ahora, ni antes, ni en el futuro....Así que tenemos muy mal plan tenemos...
ResponderEliminarQue Dios nos pille confesados...
JA Manonegra, existe otra posibilidad, hacer valer nuestra libertad.
EliminarSeguimos combatiendo contra el mal... Y muchos no saben en qué lado se han metido...
ResponderEliminarUn saludo Polizón
Un abrazo para ti, mj bo.
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