sábado, 10 de enero de 2015

Escrito en la arena



Es temprano, pero en el Templo ya hay actividad. Unos llevan ofrendas, otros rezan y algunos charlan. En la explanada interior un nutrido grupo escucha a un rabí que les habla con un lenguaje nuevo. Se llama Yeshúa. Sus palabras no dejan indiferente. Conmueven, indignan, cuestionan, iluminan.

De repente se arma un cierto revuelo. Un grupo de escribas y fariseos irrumpe en medio de aquella gente. Son los hombres de la ley, los guardianes de la virtud. Traen consigo a una mujer. Zarandeada, baja la mirada, mientras trata de ocultar sus manos haciéndolas un ovillo. La empujan y la ponen en el centro. Permanece inmóvil.

Uno de aquellos sabios se dirige al rabí en nombre del resto.

- “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?”

No hay respuesta. Parece ignorarlos. Simplemente se agacha y empieza a hacer trazos en la tierra. ¿Acaso no les ha oído?

Repiten la pregunta. La han descubierto cuando fornicaba. No hay duda de su pecado. ¿Por qué calla? Insisten. La Ley es clara. Tú que hablas de lo que Dios quiere. ¿Qué tienes que decir?

Yeshúa se incorpora y los mira. Parece como si leyera en sus duros corazones.

- “Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra”.

Se ha dirigido a todos, para que no haya dudas.

Se agacha de nuevo y retoma su garabateo. Ahora se miran unos a otros. Con que un hombre justo comience los demás tendrán el camino expedito. Pero nadie se inclina a coger una piedra. La desconfianza y el temor se han instalado en ellos. ¿Y si alguien supiera? ¿Y si se descubriera? Todos tienen algo que ocultar. No hay puros.

Algunos ancianos comienzan a abandonar el grupo. A mucha vida muchas flaquezas. El ímpetu inicial de los recién llegados se ha desvanecido. La mujer permanece ahí, inmóvil, silente.

Dos, cinco, nueve. Cada vez más personas se marchan.

El rabí tampoco habla, sólo escribe en la arena. Tiene fama de gran orador, de impactar con su mensaje, pero esta vez no dice nada.

Al fin alza la cabeza. Todos han desaparecido, sólo queda la pecadora. Se levanta, la mira.

- “Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?”

Ella responde.

- “Nadie, Señor”.

Ahora la mira con ternura, a ella, la adúltera, la pecadora, la infame.

- “Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más”.



La situación es muy similar. Una mujer confiesa ante Muhammad que ha cometido adulterio y, además, ha quedado en cinta. El Profeta la manda a su casa pero con la orden de regresar en cuanto dé a luz. Ella hace lo que se le dice.

Después del parto, tan pronto puede, retorna con su retoño. Es un ser frágil, menesteroso. Muhammad, benigno, la vuelve a mandar a su hogar, pero con una nueva instrucción, cuando se produzca el destete (a los dos años) habrá de regresar ante él. La mujer obedece y transcurrido el tiempo señalado se presenta al Profeta.

Le muestra que el bebé ya es capaz de comer por sí solo ofreciéndole una miga de pan. Entonces Muhammad manda hacer un agujero en el suelo y meter en él a la mujer, dejando asomar sólo la cabeza. Después ordena lapidarla. Sí, la ley se ha cumplido.


Yo no sé de teología, pero sí de debilidades humanas (demasiado quizá). Así que si un día me tengo que encontrar con uno de ellos, me gustaría que fuera con Yeshúa, el rabí que es capaz de borrar los pecados con la misma facilidad con que seguramente borró lo escrito sobre aquella tierra fina.



Nota: Curiosamente si se toma el nombre de Yeshúa para atizar con él a los demás se desvirtúa tan radicalmente su Persona que se convierte en su contrario, en ley implacable.

Él, que es justo, todavía no ha tirado ninguna piedra, así que igual es más prudente que dejemos los cantos en el suelo y prestemos más atención a lo que garabatea sobre la tierra porque probablemente nos está diciendo algo.

12 comentarios:

  1. Soberbia entrada, Rafael. Dios es amor o no es nada. Desde luego, lo que no es, o no debería nunca ser, es muerte y violencia.

    Un abrazo, Javier.

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  2. Hasta ahí llega ese amor de todo un Dios, contemplar las mil y una aberraciones que se hacen en su nombre, y seguir queriendo abrir su ser misericordioso. Mientras exista un solo hombre en la tierra, Él sigue esperando y confiando en que su amor se derrame.
    Genial post Rafa. Me ha encantado. Un abrazo

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    1. Ángelo, a veces es todo tan confuso. Y la Luz vino, pero más de uno andamos despistados.

      Gracias y un abrazo

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  3. Gracias Rafa por esta reflexión... Ciertamente somos rápidos juzgando las debilidades del "otro". Si nuestra mirada fuera misericordiosa como nos enseña Jesús, otro gallo cantaría.
    Un abrazo!

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    1. Emma, decía Sartre que el demonio es el otro. Yo cada vez pienso más que el demonio está en nosotros. Pero bueno, habría que exponer esta idea y no es plan ahora.

      Muchas gracias.

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  4. No es bueno juzgar porque nadie estamos libres de errores.
    Y, desde luego, la violencia nunca la he entendido.

    Te he dicho alguna vez que escribes genial??

    Un abrazo

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    1. Sí me lo has dicho, pero tú repítemelo, para que no se me olvide.

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  5. Pues a mi me encanta no sólo como escribes sino tb los temas q tratas. Magnífico post como siempre.

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  6. De repente una piedra vuela e impacta en la cabeza de la adúltera. Yeshúa se vuelve y mira indignado al agresor:
    "Es que es mi mujer..."
    Fuera de bromas, está claro que en este siglo XXI aún hay personas que responden de esta forma a pesar de lo escrito en la arena. Son acciones antinaturales, en ocasiones ancestrales como quemar en la pira del difunto a la viuda o lapidar a la hija que se ha ido con el que no debía, noticias que aparecen con frecuencia en los medios de comunicación. No hace falta recordar que en el mundo "civilizado" también se producen hechos parecidos. Sólo se me ocurre una idea: seamos, o por lo menos lo intentemos, ser Yeshúa.

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    1. PP REINA, no sé si las llamaría antinaturales, salvo que entendamos que lo humano como tal es metanatural (más allá de lo natural). Más bien lo "antinatural", si tomamos el término en un sentido muy amplio, es lo otro, perdonar, no devolver el golpe, no atajar el peligro, o no alinearse con el rebaño.

      Saludos.

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