1) Comprendo perfectamente que haya gente que crea en Dios o que no crea en
Él. Sé que la vigencia social en Europa y en nuestro tiempo se alinea con el ateísmo (desconozco lo que sucede en otras partes del planeta). Lo que me parece necio es que quien lo niega ningunee a quien lo afirma,
como si la posición de este último fuera mera superstición sin base real.
Efectivamente
la afirmación de Dios puede presentar ciertos problemas de orden teórico y
práctico (no confundir “problema” con imposibilidad), pero no es menos cierto
que su negación presenta asimismo enormes inconvenientes, tales como la
existencia y consistencia del mundo, la libertad, el sentido, etcétera.
Aquí el
que no ha conocido la duda que tire la primera piedra (abstenerse hinchas de
cualquier signo, este texto no va dirigido a quien ignora el término “diálogo”).
2) Repito, entiendo que haya personas que no creen en Dios, lo
que no comprendo es la satisfacción que tantos de ellos muestran en que esto pueda
ser así.
La inexistencia de al menos una expectativa remota de trascendencia (y
con ella de sentido) me parece una verdadera tragedia. Desde una posición de
increencia me parece mucho más razonable la actitud desesperada e irracionalista
de Unamuno que la autosatisfecha de, pongamos por caso, Fernando Savater (a
quien reconozco, dicho sea de paso, no pocos méritos en otras facetas del
conocimiento y la divulgación filosófica, aunque claramente no comparto su
celebración del ateísmo).
3) La actitud de la inmensa mayoría del género humano a lo
largo de su historia ha sido la creencia en algún tipo de divinidad, y esto
desde Atapuerca a Jérôme Lejeune. De hecho una enorme porción del pensamiento
filosófico desde sus orígenes ha pivotado en torno a esta cuestión. ¿Por qué
entonces pretender que a quien cree en una trascendencia no le asiste el más
mínimo atisbo de racionalidad?
A este respecto alguna vez he puesto el ejemplo de un
diálogo de La princesa prometida que
mantiene el héroe Westley con el malvado Vizzini:
-
¿Tan sabio sois?
-
¿Habéis oído hablar de Platón, de Aristóteles,
de Sócrates?
-
Sí.
-
Unos incultos.
Pues bien, debían serlo, pues hablan de Dios y no poco. Como
también lo hicieron San Agustín, Leibniz, Kant, Zubiri y tantísimos más.