Estaba con mis hijas de excursión y al hilo de nuestra conversación se me ocurrió contarles una anécdota que a su vez me narró a mí un notario.
Aquel notario, cuando se licenció en Derecho, comenzó ejerciendo de abogado, y su primer caso fue defender la titularidad de un cliente sobre ciertas tierras. En dichas tierras otro hombre había construido una moderna granja de conejos, pues sostenía a su vez que él era el verdadero propietario del terreno. El caso es que quien acabaría siendo notario venció el pleito, y el granjero se vio obligado a demoler la granja y abandonar aquellas tierras, quedando completamente arruinado.
Meses más tarde quien había ejercido de abogado se reencontró con su cliente y éste, como quien no quiere la cosa, le dejó caer:
- Por cierto, ¿recuerdas aquel juicio que ganamos sobre las tierras donde había una granja de conejos? Pues resulta que he encontrado unos papeles y he descubierto que el otro hombre tenía razón.
El abogado se quedó tan abatido que decidió colgar la toga y preparar oposiciones a notarías.
Después de contarles esta historia, pensaba que mis hijas se quedarían impresionadas sobre la injusticia que se había cometido con el granjero, pero entonces la de siete años con cara de verdadera preocupación me preguntó:
- Papá, ¿y qué pasó con los conejos?
¡¿Los conejos?! A mí en ningún momento se me habían pasado por la cabeza aquellos roedores. Adiós granjero, adiós notario, adiós moraleja... Estaba claro que la jerarquía de prioridades era otra.
Entre mis hijas hubo un intercambio de impresiones hasta que llegaron a la consoladora conclusión de que probablemente habrían acabado por soltar a los peludos animalitos. Yo, por mi parte, me sentí feliz de corroborar su buen corazón.
Efectivamente, un buen corazón al acordarse de los pobres conejillos.
ResponderEliminarUn abrazo, Rafael. Feliz comienzo de semana.
Amalia, ya ves que el gen naturalista se mantiene en la nueva generación.
EliminarUn abrazo para ti también.
Buenos días Rafael. Siempre sorprendentes, los niños nos recuerdan que nuestras decisiones afectan a todos. No sé por qué extraña razón adulta priorizamos eliminando, nos quedamos con la crema y desechamos el resto, hasta que un pollo/conejo descubrió lo rentable que es el mercado de la leche desnatada. Un abrazo.
ResponderEliminarBueno, Xtobefree, priorizar es poner algo delante y algo detrás, así que la cuestión es qué va en un sitio y qué en otro. La verdad es que su modo de ordenar me resultó simpático. Un abrazo para ti.
EliminarPero que ternura!!! Para comérsela!!!! :)
ResponderEliminarUn cariñoso saludo :)
Belén, y tú que lo digas.
EliminarUn fuerte abrazo.
Está muy bien la inocencia de la infancia. Cuando crezcan un poco más les explicas dónde acabaron los conejos: también es bueno que descubran la cruel realidad de estos animalitos. Asados al ajillo están deliciosos, seguro que os gustan...
ResponderEliminarPP REINA, no creas, no tienen el menor escrúpulo en comer conejo, pollo y lo que se tercie.
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