Jesús se está dirigiendo a sus discípulos. Sabiendo que está
a punto de ser entregado para sufrir una muerte ominosa, pronuncia unas
palabras que traspasarán la historia y conmoverán los cimientos del alma humana.
El sacerdote las está leyendo como ha venido haciendo la Iglesia desde hace dos
mil años, en las catacumbas y en las catedrales, en Bizancio y en las Islas
Salomón, entre mendigos o ante reyes; cuando, de repente, un móvil lanza su
impertinente timbrazo. Suena y suena, sin que su propietaria reaccione. Ante el
incesante ring-ring algunas caras comienzan a girarse hacia la señora. Finalmente,
la mujer se pone a hurgar en el bolso. Remueve, agita, abre cremalleras varias.
¡Eureka, lo ha encontrado! Toquitea y cesa la cascada de timbrazos. ¿Definitivamente?
No, basta que pase un minuto para que retornen con la misma estridencia que al
principio. La mujer vuelve al bolso, pesca el móvil y se digna responder desde su
sitio para aclarar a la persona que está al otro lado que ahora no puede. Y uno, que de los buenos propósitos ha pasado a las
puertas del averno gracias a una desconocida, se pregunta por qué si “ahora no
puede” es incapaz de desconectar el dichoso aparatito.
No será la última. En otros momentos de la celebración suenan
otros móviles. ¡Cómo pasar un minuto sin ellos! Un señor, con cara de
póquer, ni se inmuta, a ver si así pensamos que el pedo telecomunicativo se lo
está echando otro.
Esta falta de respecto no es exclusiva de los lugares
sacros. La puede encontrar uno sin dificultad en una conferencia, en la
proyección de una película, en un concierto o en una representación de teatro;
como ha sucedido en “A cielo abierto” en Valladolid, donde su protagonista, el
actor José María Pou, ha tenido que llamar la atención desde el escenario a
causa de la reiterada interrupción de melodías “movilísticas”. El ABC se hahecho eco de este hecho, aunque dada su frecuencia, casi lo que choca es que sea
noticia.
Ahora llegan las gafas de Google que nos van a
grabar querámoslo o no y sin nuestro conocimiento. De la invasión de los
pitidos a la privación de la intimidad. Al final ha venido a resultar que el Gran
Hermano son los otros.
Sin móvil se vivía mejor.
ResponderEliminarAlciato, depende. Tirado en la cuneta yo rezo porque me haya acordado de cargar la batería del aparatito.
EliminarAlciato usted vive bien de todas las formas...
ResponderEliminarRezo por los dandys...
Abrazos de derechas....
JA Manonegra, un dandy, sí señor, ese es nuestro Alciato.
EliminarHola Rafael, yo siempre le bajo el sonido al teléfono aunque una vez se me olvidó y sonó en el momento más importante.
ResponderEliminarCreo que acordarse de quitar el sonido al móvil, se está convirtiendo en una de las más importantes muestras de respeto a lo que estemos haciendo, es como decir, nada de lo que suceda puede interrumpir este momento. Un abrazo. Fernando.
Fernando, así que eres tú el del móvil... ¡¿ehhhh?!
EliminarSi es que la gente no sabe ni donde está. No tendría que hacer falta notas de apagar el móvil, simplemente usando la cabeza llegaría para saber cuando hay que apagarlo. Un abrazo
ResponderEliminarReleante, pero si hasta en los autobuses tienen que poner cartelitos de reservado a embarazadas y ancianos porque si no parte del personal gira la cara hacia la ventanilla cuando sube alguno para no moverse. Si yo te contara...
EliminarUn abrazo para ti.
Buenos días Rafael. Yo tampoco comprendía la razón de tal esclavitud hacia la técnica hasta que me aconteció una vez y sonrojó en tal grado a este Melón que ya desde entonces ejerzo la santa paciencia y comprensión que me tuvieron.Lo mismo me ocurre con la impuntualidad. Un abrazo.
ResponderEliminarXtobefree, primero Fernando, ahora tú. ¡Pero qué os pasa a los navarros!
EliminarEs broma. Aquí el que esté libre de pecado que mande el primer SMS.
Lo que revienta es que dándose cuénta no tengan a bien apagar el dichoso aparatito.
Un abrazo para ti.
PD. Tú no eres impuntual, es que tienes un reloj canario.
Rafael, qui, sulle porte delle chiese, c'è un cartello che dice: "Spegni il cellulare, il Signore ti chiamerà lo stesso!"
ResponderEliminarUn grande abbraccio
Martina, pues aquí le pilla a más de uno comunicando.
EliminarUn abbraccio mediterráneo.
A cualquiera le puede pasar (y que conste que a mi no me ha sucedido nunca), lo malo es la reacción cuando suena. Lo comprensible es que se apague y se pida perdón, al menos a los de alrededor. Pero lo que ya me repatea es que además de interrumpir, descuelgan y empiezan a hablar como si tal cosa. Entonces sí que me cabreo. Pienso que o bien son unos ineptos que no tienen ni idea de educación ni de convivir en sociedad; o bien son unos egoistas y egocéntricos redomados. O ambas cosas...
ResponderEliminarPor supuesto que si le suena el móvil a alguien, lo suyo es mirar el tuyo por si acaso...
Habría tanto que hablar sobre esto.....
Un abrazo, Rafael.
Paco, hay quien dice que antiguamente, hace muchos, muchos, muchos años, la gente sobrevivía sin móviles. Uno no sabe si creérselo, porque parece un poco exagerado y, sobre todo, no te explicas cómo podía ser eso. Pero bueno, es lo que cuentan.
EliminarUn fuerte abrazo y no dejes de llamar si vienes por aquí (usa el móvil)
Yo le quito el sonido en algunos momentos porque creo que hay que guardar unas normas.
ResponderEliminarA veces se me olvida volver a poner "la musiquita" y me encuentro con llamaditas perdidas y mensajes tales como: "¿qué pasa que no contestas...?.
Se podría escribir un libro con esto de los móviles.
Pero, fundamentalmente, "hay que educarlos".
Un beso, Rafael.
Amalia, hasta invitando a educar móviles eres una poetisa.
EliminarUn abrazo.