miércoles, 3 de abril de 2013

Unamuno y Ortega desde orillas opuestas





Para aquellas fechas (abril de 2005) yo tenía prácticamente concluida mi tesis doctoral (Muerte e inmortalidad personal en Julián Marías), por ello quería contrastar algunos puntos con el filósofo objeto de la misma. En particular me interesaba recabar sus impresiones sobre el punto más original de mi escrito, el que vinculaba la necesidad humana de dar sentido con la existencia de Dios. Algún día hablaré de la entrevista que mantuve con él en su piso de la calle Vallehermoso. Pero ahora lo que me interesa señalar es cómo Marías volvía una y otra vez a Unamuno. Para él, hablar de muerte y perdurabilidad implicaba adentrarse en Unamuno.

Leyendo un extraordinario libro de Harold Raley (La visión responsable), he dado con una cita que confirma que el planteamiento de mi tesis fue acertado. La misma está sacada de una conferencia de Julián Marías impartió en Soria en 1972. Dice así:
 
“Ahora bien, Ortega no ha planteado excesivamente este problema de la muerte y la inmortalidad. Hay en su obra algunas referencias, no muchas; en cierto modo, porque parece como si el tema de la muerte fuera propiedad de Unamuno. Unamuno lo tocó de modo tan intensivo, tan constante y tan obsesivo, incluso, que parece como si fuera intrusismo ocuparse de este tema, parece como si fuera invadir el terreno de Unamuno. El problema está, por tanto, en que el tema lo ha planteado Unamuno; quien ha descubierto los recursos para plantearlo ha sido Ortega, pero Ortega no lo ha planteado sino muy someramente. A mí me parece necesario ir más allá de los dos, justamente plantear el problema, el problema de Unamuno –que no solo es suyo-, a la luz de los recursos intelectuales que debemos principalmente a Ortega”.

Ortega mostró un gran descontento intelectual con Unamuno. Pensaba que este debía haber sido quien llevase el pensamiento español a las cimas de la filosofía. Pero el pensador vasco se lazó al antirracionalismo más feroz y Ortega se sintió llamado a plantarle batalla y edificar por sí esa filosofía a la altura de los tiempos. Sin embargo, Unamuno había tenido el acierto de plantear el problema de las ultimidades en toda su radicalidad: qué va a ser de mí. No de la humanidad o del ser humano o de cualquier otra abstracción, sino de mí, el hombre concreto “de carne y hueso”. Tengo hambre de inmortalidad y, sin embargo, estoy condenado a perecer. La razón me muestra lo perecedero, mientras el corazón me empuja a la fe.
Ortega había elaborado los instrumentos intelectuales para enfrentarse a esta cuestión, pero no dio el paso, el vertiginoso paso. Sería su discípulo y amigo Julián Marías quien tendría la audacia de abordar la más grave de todas las cuestiones.

4 comentarios:

  1. Esa sensación tuve cuando tuve que abordar el capítulo de la muerte y la posibilidad de la resurrección en mi tesis doctoral. Harold nos ayudó una vez más a tender puentes entre unos y otros. Un abrazo.

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    1. Manuel, la verdad es Harold Raley es impresionante. ¡Qué suerte contar con personas como él!

      Otro abrazo para ti.

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  2. Dos grandes hombres.

    Gracias a tí, descubro que Julián Marías vivió en la calle Vallehermoso, es decir,cerca de mi casa.

    También vivió cerquita Benito Pérez Galdós.

    Pues, mira, me hace ilusión.

    Un beso, Rafael.

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    1. Amalia, está visto que es una zona "con mucho nivel" y, sobre todo, con mucho corazón.

      Un abrazo para ti.

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