miércoles, 1 de diciembre de 2010

La pizza políglota



Era la primera vez que viajaba al extranjero y mi estancia iba a prolongarse durante todo un curso. Agraciado con la Beca Erasmus, mi destino era la ciudad inglesa de Portsmouth.

Después de todo un día viajando (Zaragoza-Barcelona-Londres-Portsmouth) un grupo de seis estudiantes aragoneses llegábamos felices y cansados a nuestro destino. A mí me asignaron una especie de pensión familiar regentada por un marinero miembro de la cofradía del puño –no, no era comunista, era un “agarrado”-.

El caso es que pese a lo avanzado de la hora (las 11:00 PM es muy tarde en el país de los Beatles) el casero no se dignó darme la cena, de modo que hube de acudir en solitario a una cercana pizzería.

Allí atendía una dependienta heavy acompañada, en mi lado del mostrador, por dos colegas de largas melenas. La música sonaba a todo volumen en un radiocasete que había sobre una balda.

He de aclarar que en aquel entonces mi inglés no es que fuera malo, sencillamente no era. Como decía Parménides: “el ser es, y el no ser no es”. Bueno, pues en mi caso no era. Comparado con mi nivel lingüístico, Tarzán de los monos era una eminencia académica y catedrático de Filología.

El caso es que cuando miré el menú me tope con una larga serie de palabras ininteligibles y dos únicos precios (en libras, para más INRI). ¿Dónde estaban la “pizza Carbonara”, la “Fruti di Mare”, la “Napolitana”? Mi primer contacto con las letras inglesas y no entendía una papa.

La dependienta me miraba expectante. ¿Qué iba a pedir?

Me eché el mundo por montera y señalé uno de los precios -el más barato, que como rezaba el lema reivindicativo de aquellos tiempos: “¡Somos estudiantes y no maleantes!”-.

Pensé que tenía la cuestión resuelta, pero parecía ser que no, pues la chica comenzó a preguntarme algo que a mí me sonaba a suajili. Tenía que explicarle que no la entendía, así que con mi acento macarrónico le dije:
- I don´t know.
En aquel momento yo estaba convencido de que le estaba diciendo: “No entiendo”. ¡Pobre de mí! En realidad afirmaba “No lo sé”. Así que ante mi respuesta, la pizzera continuaba lanzándome nuevas preguntas y yo contestando una y otra vez lo mismo. Como aquello parecía que no iba a acabar, decidí que lo mejor sería darle la razón y decirle “sí” a todo. Pregunta, pues yo “yes”. Otra pregunta: “yes”. Otra más: “yes”. Yo veía que a cada “yes” mío la chica marcaba una crucecita en el papel; de modo que no lo debía estar haciendo mal del todo. Yes, yes, yes, yes... Al cabo de un rato había perdido la cuenta de los “yes” que había pronunciado, pero mi interrogadora por fin dejó de hacer cruces y se puso a preparar la dichosa pizza. Mi oratoria la había derrotado. ¡Victoria!

El relieve de aquella pizza es indescriptible. Tenía de todo, literalmente. Jamón, champiñones, atún, huevo, anchoa, salmón, maíz, todos los tipos de queso que puedan producir los mamíferos en general y las vacas en particular, carne picada, sucedáneo de cangrejo, olivas, piña, etc., etc., etc.

He de confesar que en aquellos momentos lo que menos me preocupaba era lo voluminoso del asunto. Lo único que quería era pagar y salir de allí con mi trofeo. Le entregué el billete más grande que tenía y me dio las vueltas. ¡Prueba superada! Mi primera toma de contacto con la lengua de Shakespeare había sido todo un éxito. Al menos eso pensaba yo.

Naturalmente, pese al mucho apetito que tenía, no me pude comer más de una cuarta parte de aquel engendro. La casera me guardó el resto en la nevera por si lo quería para otro momento, pero al cabo de un par de días fue a parar a la basura.

Lo más grave del caso es que hasta transcurrida una semana yo no comprendí lo que había pasado. El sistema de petición de pizzas allí es diferente. Uno pide la base que quiere (afortunadamente pedí la mediana y no la grande) y a partir de ahí empieza a elegir los ingredientes que quiere añadirle. La dependienta comenzó preguntándome si quería cebolla o lo que fuera; al tratar de responderle que no la entendía, lo que le decía era “no lo sé”. Imagino que pensaría: “si no lo sabe él, lo voy a saber yo”. Así que repetía su pregunta de nuevo, hasta que me decidí a decirle sí a todo. En ese momento comenzó el maratón gastronómico: “¿Pepinillo?” Yes. “¿Pimiento?” Yes. “¿Mozzarella?” Yes. “¿Salchicha?” Yes... Ellos siempre dicen “yes”.

Si la música era heavy, la pizza lo fue más. Traducido a lo musical, una mezcla de Iron Maiden, ACDC y Mötorhead agitados y bien revueltos. Con todos aquellos ingredientes, del precio mejor ni hablamos.

Sólo diré que aquella experiencia me hizo aprender un par de cosas: que un estómago a los veinte años lo aguanta todo, y que si aprender un idioma es caro, no saberlo todavía lo es más.

9 comentarios:

  1. Yo estuve en Suiza hace muchos años y me acerqué a Lucerna yo solo. Hasta que no llegó la hora de comer no me di cuenta de mi problema con el idioma. Fui menos temerario que tú porque encontré un bar que se llamaba "Manolo" y allí comí sin dejar de hablar español. Un abrazo. Fernando.

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  2. Menos mal que entraste en una pizzeria. Anda que si dices yes en otros sitios...
    ZP cuando le preguntan en inglés también responde YES.
    Abrazos

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  3. Hola Rafael. Divertidísimo, al menos tenías claro que cuando no se avanza ni obtiene el resultado esperado hay que cambiar la estrategia, suele aparecer la faceta artística, la mímica me da buen resultado.Bendito hambre.

    Ángelo, Mies van del Rohe, otro que también tuvo que aprender inglés, sentenció "Less is more" la cesión cuando hay genio es un acierto, en otro caso, menos siempre seguirá siendo menos.

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  4. Yo estuve de Erasmus en Leicester en el 92. ¡Qué tiempos! La comida básica de los primeros días eran los pies -"pies" pronunciaban mis amigos-. Éramos también seis sevillanos, y la mitad no entendía ni papa de inglés. Una vez fuimos a comprar un "beef pie" y al preguntar al tendero qué era, viendo que no podía hacerse entender el hombre se puso los dedos en la cabeza a modo de cuernos y dijo: "muuuuu". Si es que no hace falta hablar idiomas...

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  5. Que Dios te bendiga siempre y gracias un saludo en cristo Jesús

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  6. Joe, Fernando, ¡qué potra! Desde luego el nombre del bar no dejaba lugar a error.

    Ángelo, este fue sólo el aterrizaje. Los sucesos que siguieron darían para una saga de películas de La Pantera Rosa. Mejor correr un tupido velo.

    NIP, la mímica desde luego es un idioma muy universal. Me tomo nota para futuras giras internacionales. Aunque cuando quiera pedir el jamón y la piña no sé muy bien cómo haré.

    José Miguel, muy bueno lo del mugido. A la hora de hacer gestos, con lo de los cuernos, hay que tener mucho cuidado.

    Lourdes, gracias por tus bendiciones. Te deseo lo mismo.

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  7. Hola Rafael, muy divertida la anécdota, me he reido mucho. Un abrazo

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  8. Gracias a ti que el Señor te bendiga cuenta con mis oraciones unidos en oración y un abrazo

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  9. Ana Belén, yo ahora también me río (entonces no, claro está). Es curioso que pequeñas "tragedias cotidianas" con el paso del tiempo se convierten en verdaderas comedias.

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