«Evasión o victoria». Tal parecía la final de la Copa del Mundo de Fútbol. Afortunadamente, los nuestros han sido los "buenos", y no por ser los nuestros, sino por su juego limpio y constructivo, mientras la selección holandesa se ha enfangado en un estilo bronco y agresivo.
Y se suceden los pases, y los agarres, y las patadas, y las escapadas, y Holanda demuestra que sabe jugar cuando no va a la gresca, pero recae una y otra vez; y España no se arredra, y pasa el tiempo, y el partido acaba en prórroga, y mi mujer va a la ventana, y se sienta, y se vuelve a levantar porque los nervios afloran. Y los golpes y contragolpes se suceden; y se acercan los penaltis, cuando Iniesta busca y rebusca y arriesga, y como el maestro Yoda, no lo intenta sino que lo hace, y chuta con fuerza y precisión, y la pelota entra en la red, y mi mujer vuela por los aires porque la he cogido en volandas, y por la ventana abierta por el calor sofocante y húmedo entra un estrépito que grita un monosílabo como un big-bang: "¡gooooool!"
Y los dos últimos minutos se nos ha olvidado qué es eso de estar sentados. Y el árbitro ("manifiestamente mejorable") pita el final. Y vemos que a veces triunfa la justicia, y gana el mejor, con elegancia, con buen hacer, con humildad, con coraje, con alegría, con camaradería.
Y me digo a mí mismo que ya soy mayorcito para algarabías, y mi mujer, contenta, me recuerda que al día siguiente es laborable. Y me contesto que sí y le respondo que sí, pero me enfundo los vaqueros y una camiseta y me calzo unas zapatillas y salgo a la calle a escuchar bocinazos y gritos y bullicio, y me encuentro inmerso en una riada humana que va hacia el centro de Zaragoza con banderas de España y camisetas de la selección. Y por un día nadie es de estos ni de aquellos, ni sospechoso de lo uno o lo otro. Y muchos ecuatorianos y un grupo de marroquíes y varios de negros de vete a saber dónde se unen a la fiesta que han hecho propia.
Y sé que es sólo fútbol, pero por una vez parece que estamos todos de acuerdo en quiénes son los nuestros, en que hay un nosotros, en que nuestra bandera no es una vergüenza sino el signo de una comunidad. Y vuelvo a casa empapado en sudor porque la temperatura es de unos doscientos grados celsius y treinta mil fahrenheit y ha llovido hace un rato. Y ya de madrugada y después de ducharme me siento a escribir esto y me digo que me ha gustado, que ojalá pudiéramos celebrar más cosas juntos, y no sólo gestas deportivas, y que los aguafiestas y malmetedores se podían estar calladitos unos días más, que ninguno, ninguno en absoluto, les hemos echado de menos. Y me voy a la cama, aunque sé que apenas voy a pegar ojo, pero esta noche no me importa. Y sonrío porque la victoria de once lo es de millones, y entre ellos, estoy yo.
Que hermosa descripción Rafael. En mi casa (Madrid) sucedió algo parecido. Mi mujer y yo estábamos mano a mano sufriendo, como hemos hecho a lo largo de todos los partidos del mundial. Los nervios afloraban, e incluso nos llegamos a temer lo peor. De alguna manera, intentábamos visualizar la victoria en nuestra mente. Las palabras cesaron. Únicamente mirábamos la pantalla. De repente engancha Iniesta y GOL !!. Salí a la terraza de nuestra casa y grité GOOOOOOOL con todas mis fuerzas. A pesar de que la algarabía entraba por las ventanas, creo que fui el único vecino del bloque que lo hizo. No pude contener los nervios y salí dos veces mas a gritar GOOOOOOOL. Se me quebró la voz. Mi mujer me dijo que me calmase. Minutos de angustia, Holanda es capaz de desestabilizar y resolver hasta en el último segundo. El balón se acerca al área de la roja. Peligro. Peligro desacivado. Torres se rompe. Tras unos instantes de vacilación suena el final del partido. En aquellos momentos me embargó una emoción que luchaba por aflorar desde que yo era pequeño y soñaba con que España ganaba un mundial. Ganaba por fin un mundial. Y el sueño era realidad. Fuera, la fiesta no hacía más que empezar. Claxones, canciones, fuegos artificiales. La noche no fue oscura. Fue roja. Agarré una bandera y cubrí a mi mujer con ella, que se divertía al verme tan exaltado. Abrí un reserva que tenía en la nevera desde hace mucho, para una ocasión especial. Me bebí tres copas de vino. Yo no podía salir como tu. Pero aquél rioja me supo a Victoria. A una deseada, luchada y merecida Victoria.
ResponderEliminarAh, (y te ruego disculpes mis dos mensajes seguidos, pero es que creo que tuvimos la misma percepción del momento) por supuesto comparto tu valoración de la unidad de once jugadores, que se apoyaron entre ellos sin distinción de tipo alguno, sin ansias de descolle de tipo alguno, como un bloque compacto, sólido y unido. Menuda lección de vida que nos han dado. Si mantenemos ese espíritu, que lo mantendremos, seguro que nos llegarán mas alegrías.
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