lunes, 26 de julio de 2010
Coherencia o la difícil armonía entre decir y hacer
Una de las cosas más difíciles de esta vida es ser coherente, o al menos a mí me lo parece. Cuando el toro está lejos, tenemos muy claro cómo hay que lidiarlo. Pero ¡ay amigo!, en cuanto se acerca, nuestros esquemas se tambalean.
Por eso nuestras convicciones tienen que pasar el duro test de la realidad. Las máximas hiperbólicas de nada sirven si luego son inaplicables.
Hay un viejo chiste que cuenta cómo un hombre se fue a afiliar al Partido Comunista. El encargado de rellenar las solicitudes comenzó a formularle una serie de preguntas:
- Camarada, si te tocara la lotería, ¿qué harías?
- Le daría el dinero al Partido.
- Muy bien. Y si tuvieras un barco.
- Se lo daría al Partido.
- Estupendamente. ¿Y si tuvieras un tractor?
- ¡Para ahí!, que el tractor ya lo tengo.
Ciertamente, tendemos a exigir a los demás que se comporten según ciertos principios que nos parecen válidos. Pero cuando los mismos se convierten en una exigencia para nosotros, la cantidad de justificaciones para incumplirlos se multiplica hasta el infinito.
Un monje se pasaba la vida insistiendo en que la fe lo era todo. En cierta ocasión fue a coger agua al pozo del monasterio. Tanto se inclinó para agarrar el cubo, que perdió el equilibrio y se precipitó para adentro. Por fortuna, durante la caída consiguió agarrarse a un manojo de hierbas que asomaba en la pared del pozo. El religioso, mirando aterrorizado para la boca del pozo, gritó:
- ¡Auxilio! ¿Hay alguien ahí arriba?
En ese instante las nubes del cielo se abrieron y una potente voz se dejó escuchar.
- No temas. Suéltate y déjate caer, que yo te cogeré.
El fraile tras un segundo de cabilación, gritó:
- ¿Y hay alguien más?
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