jueves, 20 de mayo de 2010
Todos los hombres no somos iguales
El enunciado de este escrito es una herejía con respecto al pensamiento dominante, pero yo la sostengo. Es más, no sólo me consta que no todos los hombres somos iguales, sino que a esta afirmación yo añado: “afortunadamente”.
Si sostengo que los hombres no somos iguales, es posible que haya quien piense: “¡Qué engreído! Seguro que se cree superior a los demás”. Ahí es donde yerran los igualitaristas. No, no me creo superior, es más, soy más que consciente de que en la práctica totalidad de los órdenes de la vida soy muy poquita cosa, que muchísima gente me da mil vueltas en un sin fin de cosas. Estos dibuja mucho mejor que yo, aquellos cantan como los ángeles, los otros tienen una voluntad de hierro, los de más allá poseen una capacidad de razonar asombrosa…, pero no por ello me siento un desgraciado, muy al contrario, soy una persona afortunada pues cuento con otras personas capaces de suplir los infinitos aspectos en los que no poseo cualidades especiales.
Ahora bien, si quiero que me sean de provecho los beneficios que los demás me pueden aportar es preciso que previo a todo realice una operación: mi reconocimiento de que no todos somos iguales. De lo contrario sí seré un prepotente y trataré de hacer o juzgar lo que desconozco, o minusvaloraré el trabajo realizado por los demás.
Conviene discriminar lo bueno de lo malo, lo excelso de lo mediocre, lo justo de lo injusto. Aconsejaba Séneca que las opiniones no debían ser contadas sino pesadas. Este es el principio para la prosperidad de las personas y la sociedades.
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