martes, 4 de mayo de 2021

La duda socrática, ¿enemiga de Atenas?




En uno de mis habituales despertares nocturnos me ha venido el siguiente pensamiento a la cabeza: ¿Sócrates supuso un beneficio o un perjuicio para Atenas? ¿Fortaleció o debilitó a su comunidad?

 

Me he dicho que esta pregunta se la tengo que formular a alguien que conoce a fondo al personaje, Gregorio Luri.

 

Expondré los términos de mi inquietud.

 

A la hora de actuar uno de nuestros mayores enemigos es la duda. Si uno va a salvar una sima, librar un combate o cortejar a una dama, dejarse invadir por la duda es sacar todos los boletos para fracasar. Quizá por eso los budistas dicen que la duda es el peor demonio.

 

Sócrates era el maestro de la duda. En los diálogos de Platón y Jenofonte lo encontramos preguntando a sus conciudadanos y sumiéndolos en la perplejidad. Bien es cierto que el fin no es dejarlos perdidos en la oscuridad, sino superar los prejuicios e iluminar la verdad. Pero no debemos olvidar que con su método los privaba de sus certezas sin asegurarles llegar a otras nuevas. Además, aquellas certezas a que se llega no acostumbran a tener la solidez de las anteriores. Ahí está la aguda distinción de Ortega entre creencias e ideas; en las primeras se está, mientras que las segundas las tenemos. Son, sin duda, las creencias, más firmes, pues nos son tan evidentes que no nos percatamos ni siquiera de su consistencia.

 

A Sócrates lo vemos protagonizando algunos momentos heroicos. Así cuando combate en Potidea, en Delio o en Anfípolis. O cuando se enfrenta a sus conciudadanos en el juicio a los estrategos de las Arginusas o en el que lo acaba condenando a muerte a él mismo. También muestra una admirable serenidad en el modo de encarar su propia muerte. Pero en todos esos sucesos se apoya en unas seguridades: la que le confiere pertenecer a su polis, o actuar en justicia, o poseer un alma perdurable. Ahí no hay cavilaciones en él.

 

Incluso cuando interroga a sus iguales lo hace en la confianza de que Apolo le ha encomendado esa misión. Sin embargo, al hacerlo, está moviendo la tierra bajo los pies de sus interlocutores. Les priva de la confianza que tenían en sus propias convicciones sin ofrecerles un credo nuevo (al menos en teoría), no les propone una receta distinta que les sirva de soporte, pues parte de reconocer que no la tiene, que su única habilidad es descubrir las contradicciones de los otros y ponerlas al descubierto. ¿Y qué no es contradictorio en esta vida? ¿Qué aguantará la prueba de lo indubitable?

 

Decía Julián Marías que la auténtica filosofía surge en situaciones de desorientación; cuando una persona o una sociedad necesitan saber a qué atenerse. Sin embargo, ¿hasta qué punto, en determinadas ocasiones, el propio filosofar no ahonda en esa desorientación?

 

Esas cosas me planteaba a eso de las tres de la madrugada. ¿Cómo va a descansar uno con estas ideas danzándole en la cabeza?

4 comentarios:

  1. No saber qué decisión tomar es un tormento.
    Un fuerte abrazo.

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  2. Cuando tengas la respuesta a esa duda compártela si no es molestia.

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    1. La respuesta es que sí, pero también que a veces es necesario...

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