martes, 23 de junio de 2020
El fascista... que no lo fue
Esta tarde he acompañado a mi madre y a mi hermana a misa. Se cumplían ochenta y dos años del fallecimiento del mi tío Ángel y han querido pedir por él.
Ángel era el mayor de los hermanos de mi padre y el más brillante. Fue el único que cursó una carrera superior, Derecho. Su mayor afán era licenciarse para trabajar y así poder pagar los estudios a sus otros ocho hermanos, pues cada curso cambiaban de centro escolar debido a la precaria situación económica de mis abuelos.
Mi padre recordaba su congoja de niño tímido deambulando curso tras curso de un colegio a otro. Él siempre era el nuevo, el último en llegar.
El último año de carrera Ángel sufrió un contratiempo inesperado. En el Heraldo de Aragón apareció un artículo firmado con su nombre crítico con un profesor del que era alumno predilecto. Mi tío nada había tenido que ver con aquel escrito, pero el docente, herido en su amor propio, tomó represalias y lo suspendió. Fue la única asignatura que aquel estudiante brillante suspendió en toda la carrera y la que le impidió completarla.
Los amigos de mi tío lo animaban a cambiar de universidad. "Con don .... nunca aprobarás". Pero Ángel, consciente de su valía y tenacidad, les contestaba que haría un examen tan impecable que no le quedaría otro remedio que aprobarlo. Tenía todo el verano por delante para prepararlo.
Sin embargo aquel verano de 1936 no iba a ser un verano normal. El crispado clima social y político que vivía el país se fue agravando y a mediados de julio se consumó la tragedia. España se desgarró en dos desatándose una guerra fratricida.
Ángel se alistó como alférez provisional. Nunca había militado en ningún partido ni sindicato. Sus únicas preocupaciones se habían dirigido a cuestiones académicas. Mas su generosidad y arrojo lo llevó a incorporarse a uno de los cuerpos más duros y castigados, los regulares. Siempre en primera línea del frente.
La guerra siguió su curso y a la vuelta de Asturias le dieron unos días de permiso en que pudo regresar a casa. Mi padre, todavía niño, recordaba que lo notó apagado, desprovisto de esa alegría serena que lo había caracterizado. Lo acompañaban algunos moros a sus órdenes a los que mi abuela sumó a la mesa familiar.
Unos días después Ángel se despidió de todos por última vez. Falleció en el frente de Teruel. Era el veintitrés de junio de 1938. Tenía veintitrés años.
Su esquela reza:
"Don Ángel Hidalgo Velázquez. Alférez provisional del 4º Tabor de Regulares de Alhucemas número 5. Estudiante del último curso de la carrera de Derecho. Dio su vida, a los 23 años de edad, por Dios y por la Patria..."
Mi tío no era un fascista, ni un niño bien, ni ningún otro tópico parecido de los que emplean quienes pintan la historia de pasquín. Mi tío era un muchacho de su generación que en medio de una crisis nacional terrible a la que él no había contribuido puso en juego nada menos que su vida.
Quiero pensar que a pesar de la indeseable experiencia de la guerra el odio no anidó en su corazón. Desde luego no lo reflejaba en sus cartas, y me consta que ni mi padre ni ninguno de sus hermanos lo sintieron nunca a pesar de la pérdida de Ángel y de otro hermano, Pepe, que moriría de una tuberculosis cogida en el frente.
Por el contrario todos ellos sostenían que algo así no debía repetirse. Que azuzar los odios era una impiedad. Y que esa lección había tenido un precio demasiado como para tirarla por la borda.
La política que no busca la concordia y el bien común es el seguro camino a la perdición. Sobre todo a la perdición de los demás.
Ángel, descanse en paz.
Descanse en paz.
ResponderEliminarUna historia muy triste. Una gran pena que sucedan estos casos.
ResponderEliminarEl odio no conduce a nada bueno y fomentarlo es algo terrible.
Descanse en paz.
Bien se merece tu bello recuerdo.
Un abrazo.
Tienes razón. El odio es el germen de la discordia.
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