lunes, 24 de febrero de 2020
Taxista yin, taxista yang y pasajero zen
Marcel es un tipo entusiasta, hospitalario y fuerte. Le gusta conversar y festejar la vida.
Este domingo algunos aikidokas de Zaragoza acudimos a Lérida invitados por él para compartir un entrenamiento matinal. Disfrutamos porque nos va el barro, y es que, como decía aquel, hay gente pa to. Al concluir, para recuperar las calorías perdidas y multiplicarlas por tres, nos fuimos a comer ternasco a un restaurante.
Entre bocado y bocado Marcel me contó algo que le había sucedido recientemente en Madrid. Junto con otro aikidoka valenciano había tomado un taxi en la estación para dirigirse al lugar donde se iban a alojar. Ambos conversaban en catalán cuando el conductor les abroncó, detuvo el vehículo y les ordenó que se bajaran.
La charla era completamente ajena al conductor, pero por lo visto que fuera en catalán lo sintió como una ofensa. (Supongo, aunque sólo es un suponer, que si hubiera sido en inglés, alemán o coreano no habría habido ningún problema problema, aunque uno ya no sabe). No contento con eso, pretendió cobrarles la parte realizada del trayecto interruptus.
Marcel se negó amablemente, y le dijo que si los llevaba a su destino naturalmente le pagarían, pero que tirados en mitad de quién sabe dónde no pensaba remunerar un servicio abruptamente inconcluso. Finalmente el taxista prefirió perder la carrera y allí los abandonó.
El valenciano estaba indignadísimo por lo que les acababa de suceder, y propuso a Marcel hacer una larga caminata antes que coger otro taxi. Ya se veía cómo eran los taxista de Madrid. Pero Marcel, muy budista él, le dijo que no, que el colético conductor les había regalado una oportunidad de autodominio, y que renunciar a coger un taxi por el agravio sufrido sería reconocer una derrota.
Finalmente tomaron otro taxi y retomaron a su conversación. Esta vez el conductor resultó ser particularmente cortés y dicharachero, de modo que se sumó a la charla que, naturalmente, prosiguió en español, porque todos ellos eran gente educada con ganas de entenderse.
Marcel me confesó que desde hace un tiempo había decidido no enfadarse.
"Antes me enfadaba bastante a menudo. Pero me he dado cuenta de que no merece la pena. Ahora en las personas con las que surge algún conflicto veo una oportunidad de mejorarme, de ser dueño de mí, y me lo tomo con serenidad".
Me parece un reto formidable: no enfadarse nunca. Uno conoce sus limitaciones pero... suena tan atractivo.
También intento no enfadarme. Si bien, hay veces que me cuesta trabajo conseguirlo porque algunas situaciones me alteran.
ResponderEliminarPero no enfadarse es bueno para la salud.
Un fuerte abrazo.
Para la salud propia... ¡y ajena!
Eliminar;)
Pues yo me enfado por haberme enfadado. Un abrazo
ResponderEliminar¡Y quién no...!
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