miércoles, 9 de octubre de 2019

Españoles, Franco no ha muerto.



Me hallo sumergido, cuando el tiempo y el sueño me lo permiten, en la lectura de Los orígenes del totalitarismo, conocida obra de Hannah Arendt. En la misma atiende fundamentalmente al análisis de los totalitarismos nazi y estalinista por entender que son las formas más acabadas de este fenómeno.

En el prólogo a la tercera parte, llamada Totalitarismo, hace un rápido bosquejo del proceso estalinista de toma absoluta del control de los países que quedaron bajo su área de influencia al acabar la segunda guerra mundial. Escribe así:

"La bolchevización de los satélites comenzó con las tácticas de tipo frente popular y con un falso sistema parlamentario, prosiguió rápidamente hacia el claro establecimiento de dictaduras de partido único,  en las que los jefes y los miembros de los partidos anteriormente tolerados fueron liquidados, y después alcanzó su última fase cuando los dirigentes comunistas nativos, de quienes Moscú, con razón o sin ella, desconfiaba, fueron brutalmente acusados, humillados en procesos espectaculares, torturados y muertos bajo la dirección de los más corrompidos y despreciables elementos del Partido, especialmente de quienes en un principio no eran comunistas, sino agentes de Moscú. Sucedió como si Moscú tratara de repetir a toda prisa las distintas fases de la Revolución de Octubre hasta la aparición de la dictadura totalitaria. Por eso toda la historia, aunque indeciblemente horrible, carece de gran interés por sí misma y ofrece escasas variaciones; lo que pasaba en un país satélite sucedía casi en el mismo momento en otros, desde el Báltico hasta el Adriático".

La estrategia de frentes populares, de fagocitación mediante la polarización política, de conmigo o contra mí, no era nueva. Sin ir más lejos España había sido campo de pruebas para la misma, desembocando en una guerra civil durante la cual los comunistas fueron ganando poder en detrimento de otros grupos revolucionarios como los anarquistas, los republicanos jacobinos o los socialistas (en aquel tiempo de signo netamente marxista); ya no digamos frente a figuras moderadas habitualmente perseguidas. Así, el líder socialista Julián Besteiro, que moriría en la cárcel acabada la guerra, afirmaba:

"La verdad real: estamos derrotados por nuestras propias culpas (claro que el hacer mías estas culpas es pura retórica). Estamos derrotados nacionalmente por habernos dejado arrastrar a la línea bolchevique, que es la aberración política más grande que han conocido quizás los siglos. La política internacional rusa, en manos de Stalin y tal vez como reacción contra un estado de fracaso interior, se ha convertido en un crimen monstruoso..."

La República había nacido bajo un signo de esperanza, prontamente quebrado por la demagogia y los extremismos de muchos de sus impulsores. Ya que hemos nombrado a Besteiro, podemos señalar que cuando se produjo el levantamiento revolucionario de 1934 la primera casa en ser tiroteada fue la suya.

Contra todo pronóstico inicial, la guerra resultó victoriosa para los sublevados, liderados por el general Franco. No sé si es necesario señalar que se cometieron excesos y brutalidades en ambos bandos. Lamentablemente es el sino del caballo rojo del Apocalipsis. La guerra desata los peores instintos del ser humano, aquí y en Sebastopol. Si no, véase por ejemplo el modo de actuar de las tropas alemanas con la población de los países ocupados, y luego la de los aliados (no sólo rusos, también norteamericanos, franceses e ingleses) cuando devolvieron la visita a Alemania. 

El caso es que Franco tenía una serie de referentes claros: el patriotismo castrense, el catolicismo, el anticomunismo, el monarquismo, y el rechazo al sistema de partidos. Aunque con algún altibajo, su régimen se fue liberalizando en casi todos los ámbitos (empresarial, libertades cívicas, prensa, académico, etcétera), pero en el campo político nunca permitió que se cruzara el Rubicón de la pluralidad de partidos políticos, a cuya mezquindad atribuía la debacle que había conducido a España a la guerra.

Serían los herederos del régimen quienes a su muerte dieran el paso de la apertura definitiva, en connivencia con gran parte de las fuerzas que habían ido emergiendo fuera y, a menudo en contra, de dicho régimen.

¿Pretendía el régimen de Franco una quiebra civil permanente, una división social ininterrumpida entre vencedores y vencidos? A mi entender la respuesta es no. Y este "no" se refleja no sólo en las leyes de amnistía que se fueron aprobando y en la progresiva incorporación general al quehacer del país, sino también en la orientación que acabó dándosele a uno de los grandes símbolos del Régimen: el Valle de los Caídos.

El Valle de los Caídos es un monumento singular. (Por cierto, levantado no mediante mano de obra esclava, como se presenta a menudo, sino mediante compensaciones penales y pecuniarias significativas). Singular no sólo en su arquitectura, sino sobre todo en sus enterramientos, y no hablo precisamente del de Franco.

Si uno viaja por Europa, a Francia, por ejemplo, encontrará que allí existen algunos cementerios de soldados alemanes caídos durante la segunda guerra mundial. Así el de La Cambe alberga más de 21.000 alemanes caídos durante la batalla de Normandía. A la entrada del mismo un cartel reza así:

"Hasta 1947, este era un cementerio estadounidense. Los restos fueron exhumados y trasladados a Estados Unidos. Es alemán desde 1948 y contiene unas 21 000 tumbas. Con la melancolía de rigor, es un cementerio para soldados, muchos de los cuales no habían elegido la causa por la que luchar. Ellos también han encontrado reposo en nuestro suelo de Francia".

Básicamente señala quiénes están enterrados en él, y aclara, esto es importante, que muchos de ellos luchaban allí a pesar suyo; vamos, que no eran tan malos.

Pues bien, si nos trasladamos al Valle de los Caídos resulta que allí están enterrados indistintamente caídos de los dos bandos, entremezclados, sin notas aclaratorias sobre quién era de "los buenos" y quién militaba en el bando equivocado. Allí sólo se rinde cuentas ante el Hacedor. He ahí su singularidad y el signo de que, con mayor o menor acierto, la intención al menos era reconciliatoria.



Insisto, esto no significa que Franco pretendiera que la II República, y menos el Frente Popular, fueran algo bueno, ni que renunciara a su propio pasado. Lo que sí significa, si se quiere entender, es que por encima de todo pretendía la reconciliación entre los españoles más allá de aquel conflicto, aunque ello fuera insuficiente para muchos de quienes no coincidían con sus postulados (algunos partícipes de su propio bando) e, incluso, lo habían combatido.

Es cierto que esto no fue entendido así no sólo por muchos antifranquistas, sino también por muchos de sus más inmovilistas seguidores que todavía hoy convierten el lugar en un centro de exaltación política.

Ahora un gobierno en funciones, mediante un decreto ley, es decir, el poder ejecutivo legislando para un caso particular por razones de "extraordinaria y urgente necesidad", según reza el texto (y eso que lleva allí enterrado más de 43 años), quiere sacar a Franco de su tumba y esconderlo en un panteón familiar. Claramente es una medida con fines mediáticos y propagandísticos, pero eso no es nuevo en el mundo de la política.

Lo que llama la atención es que, a la vez que lo reprueban, parezcan dar la razón a Franco es su suspicacia frente a los vicios del partidismo, reivindicando lo más revanchista de la II República mediante leyes orwellianas de Memoria Histórica, o empleando argucias legales para llevar a cabo un acto sectario que, a buen seguro, podría haberse gestionado de otro modo. De hecho parece ser que Franco no quería ser enterrado allí, sino en El Pardo, según expresó su mujer.

En fin, ya dice Ortega y Gasset en sus Meditaciones del Quijote que España es la tierra de los antepasados. "Por tanto, no nuestra, no libre propiedad de los españoles actuales. Los que antes pasaron siguen gobernándonos y forman una oligarquía de la muerte que nos oprime. «Sábelo -dice el criado en las Coéforas-, los muertos matan a los vivos» (...) el reaccionarismo radical no se caracteriza en última instancia por su amor a la modernidad, sino por la manera de tratar el pasado (...) la muerte del pasado es la vida (...) Esto es lo que no puede el reaccionario: tratar el pasado como un modo de vida. Lo arranca de la esfera de la vitalidad, y, bien muerto, lo sienta en el trono para que rija las almas".




4 comentarios:

  1. Muy bien escrito y bien fundamentado, creo que falta un algo de generosidad en muchos políticos nuestros y sobretodo en los muchos más que les apoyan y votan o simplemente callan. Quizá valdría recordar, y más si hablamos de exhumaciones" el imperativo que nos legó Azaña, hombre imperfecto pero no por ello falto de razón en este caso: "es obligación moral, sobre todo de los que padecen la guerra, cuando se acabe como nosotros queremos que se acabe, sacar de la lección y de la musa del escarmiento el mayor bien posible, y cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que les hierva la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelva a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres que han caído magníficamente por una ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, piedad, perdón."

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  2. Quizás no debería estar ahí.Pero, después de tantos años.... Creo que España tiene mayores problemas que resolver.
    Un abrazo,Rafael.

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    1. La verdad es que urgente, urgente, lo que se dice urgente...

      Un abrazo grande para ti, Amalia

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