Denunciaba Julián Marías el peligro de un mal político tan nocivo como estúpido, me refiero a la voluntad de irritar. Esa perniciosa voluntad enturbió gravemente a la segunda república española propiciando desafecciones innecesarias.
La política sólo opera adecuadamente sobre el sustrato de la convivencia, y esta es imposible sin el respeto al otro.
Nos rasgamos las vestiduras ante el acoso escolar que sufre un niño por el simple hecho de ser diferente, para asistir a continuación a un espectáculo en el que se zahiere a todo aquel que profese determinado credo religioso que no es de nuestro agrado, y llamamos a esto último “cultura”.
Faltar grave y gratuitamente a las convicciones religiosas de mucha gente (aunque fuera de unos pocos, me daría igual) no es un ejercicio de libertad, sino su ultraje. La libertad dimana del reconocimiento de la dignidad de la persona, capaz de gobernarse y por ello de exigirse. Si se pierde este sustento lo que queda es la coacción, el abuso, el imperio del fuerte sobre el débil.
Pero podrían innovar un poco en los recursos irritativos... ¡Los tenemos tan vistos!
ResponderEliminar¡Y tanto! Y madurar más allá del caca, culo, pedo, pis también, pero supone esfuerzo, y sobre eso qué le voy a contar...
EliminarLa libertad religiosa está contenida explícitamente en nuestra Constitución de 1978 como un derecho fundamental que, naturalmente, requiere de ley orgánica para su aprobación, modificación o derogación.
ResponderEliminarUn saludo!
Gracias.
EliminarOtro saludo para ti.
Hay que respetar y admitir las creencias de cada persona.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Hay que respetar a cada persona, Amalia; así es.
EliminarUn abrazo