Todos los años en una comarca hacían un concurso para ver qué campesino cultivaba los mejores garbanzos. Indefectiblemente ganaba Tomás, que cada cosecha iba mejorando la calidad de su producción. De triunfo en triunfo llegó a la ancianidad. Así que un día unos hombres quisieron saber el secreto de su éxito.
- ¿Qué cómo lo hago? Me limito a regalar las mejores simientes a mis vecinos.
- ¿A sus vecinos? Pero entonces tendrán mejores plantas.
- Bueno, sí, cada año son mejores. Pero son ellas las que polinizan mis cultivos, así que gracias a eso consigo tan buenas cosechas.
Si nuestro entorno es fecundo, estimulante, próspero, nosotros podemos nutrirnos de él y ser más (justamente en eso consiste el verdadero progreso, en ser más). Por el contrario, en un mundo árido, estéril, nos atrofiamos. Difícilmente podremos dar grandes frutos en un ambiente hostil al mérito.
Cuando se aprobó la polémica asignatura de "Educación para la ciudadanía" algunos centros escolares tranquilizaban a los padres diciéndoles que allí iban a hacer un apaño para impartir la asignatura de otra manera y que, por tanto, no debían objetar.
No es mi intención abordar la problemática de esta asignatura (tampoco me siento cualificado), pero sí señalar que aparte del componente egoísta que este planteamiento tiene (los míos se salvan, allá los demás), olvidaban que el día de mañana esos muchachos van a moverse en un mundo de personas conformadas con esos planteamientos que a ellos se les han evitado... temporalmente.
Igual sucede en los demás órdenes de la vida. La tentación es buscarnos Arcas de Noé para ponernos a salvo, pero en tanto que seres sociales no hay vía de salvación fuera de la de la comunidad a la que pertenecemos.