lunes, 6 de agosto de 2012

La Francia de Vichy



He estado leyendo últimamente diversos escritos sobre uno de los episodios más inquietantes de la reciente historia europea; me refiero a la situación de Francia durante la Segunda Guerra Mundial. Estas lecturas han culminado con un libro que ya tiene unos cuantos años, y que, me temo, no ha sido reeditado en español: “La Francia de Vichy 1940-1944” de Robert O. Paxton (Editorial Noguer 1974).

 
El autor nos descubre cómo una Francia desmoralizada y dividida, que contaba con el que era considerado hasta entonces más potente ejército de Europa, es derrotada en apenas mes y medio por su vecina Alemania; la misma nación que sólo dos décadas atrás había sucumbido ante los aliados.
Gobierno y parlamento se baten en retirada, para, finalmente, otorgar poderes especiales al héroe de la Primera Guerra Mundial, el mariscal Pétain, de modo que pudiera acordar un armisticio.
“Nadie puede dudar de la alegría y alivio que surgieron después de la cólera, cuando el mariscal Pétain anunció por la radio, poco después del mediodía del 17 de junio, que el gobierno por él formado la noche anterior estaba gestionando un armisticio” (Pg 16).

El miedo al enemigo, al desorden, y a la propia guerra, propició una actitud entreguista. “En Vierzon, ante el río Cher, el populacho dio muerte a un oficial tanquista que deseaba defender los puentes. Un coronel llamado Charly, que el 20 de junio ordenó a sus tropas que rompiesen el cerco que les habían puesto los alemanes cerca de la Línea Maginot, fue muerto a tiros por sus hombres, quienes temían que su jefe «fuese a llevarles a todos al degolladero». (…) Charles de Gaulle recordó amargamente en sus memorias que «ni una sola figura pública elevó su voz para condenar el armisticio». Vale la pena revivir tan penosos recuerdos sólo para destacar que el armisticio no fue la conspiración de una minoría” (Pg 17).

Soldados alemanes integrados en la vida parisina.
En principio, Francia quiere mantenerse al margen de la guerra en la medida de lo posible y hacerse un hueco en la nueva Europa que una Alemania hegemónica va a constituir.
“En el verano de 1940 los más elementales deseos de normalidad y el anhelo de regresar al hogar y reanudar cada uno sus ocupaciones situó a muchos franceses en el sendero de una complicidad cotidiana que condujo, gradual y eventualmente, a un apoyo activo a medidas alemanas que hubiese sido inimaginable en 1940” (Pg 24).
Conviene no olvidar que la Segunda Guerra Mundial empezó con una Alemania nazi aliada de la Unión Soviética de Stalin. De hecho, ambas potencias se repartieron Polonia, tal como habían acordado en el Pacto Germano-Soviético. Así pues, no es de extrañar que el Partido Comunista Francés alentaran la pasividad, cuando no la claudicación abierta, con respecto a la política agresiva de Hitler.

El ministro alemán de Exteriores, Ribbentrop, firma el tratado Germano-Soviético que, entre otras cosas, fija el reparto de Polonia. Detrás, el ministro soviético de Exteriores, Mólotov, y Stalin.
“Los comunistas ejecutaron su viraje el 23 de agosto de 1939 con la pérdida de sólo unos cuantos intelectuales, de modo que el partido por el que un francés de cada seis había votado en 1936 denunció la guerra contra Hitler en 1939 como un fratricidio imperialista cuyo vencedor, ya fuese la City de Londres o los nazis, no incumbía a los trabajadores franceses y alemanes. Atacó, desde luego, a Pétain como lacayo de los capitalistas franceses, y ello permitió al Partido afirmar, después de la guerra, que él había iniciado la Resistencia. Al mismo tiempo, sin embargo, atacó a los aliados como fomentadores de una guerra imperialista y aseguró que Francia sólo podría permanecer libre si evitaba convertirse en dominio británico. «Ni Pétain ni De Gaulle», rezaba un cartel comunista en París en enero de 1941. «Francia no quiere ni la cólera ni la peste»” (Pg 38). Por ello, la Resistencia en esos primeros tiempos fue meramente testimonial, y en ella el Partido Comunista brilló por su ausencia.
Para colmo, Francia, derrotada y declarándose neutral, sufrió un ataque de quienes poco antes habían sido sus aliados. “Los días 3 y 4 de julio, la armada británica efectuó una operación destructiva contra la flota francesa anclada en Mersh-el-Kebin (Argelia) y se apoderó de buques franceses en los puertos de Gran Bretaña, alegando que las promesas verbales de Vichy no garantizaban suficientemente que los alemanes no se apoderasen de la escuadra francesa cuando así se les antojara. Más de 1200 franceses perecieron en esta penosa aplicación de «realpolitik» y, a partir de entonces, De Gaulle tuvo que hacer frente a la acusación de que su movimiento servía de trampolín a los intereses imperiales británicos” (Pg 41-42).

Un detalle del bombardeo británico de la Armada francesa en Mersh-el-Kebin
Este y otros enfrentamientos (como en Siria) estuvieron a punto de desencadenar una guerra declarada con el Reino Unido que en gran medida no se produjo por la falta de autonomía militar de Francia con respecto la Alemania nazi.
Esto nos lleva al punto neurálgico de la cuestión, que se resume en la siguiente afirmación: “La colaboración no fue una demanda alemana a la que algunos franceses accedieron por simpatía o por astucia. La colaboración fue una propuesta francesa que Hitler acabó por rechazar” (Pg 55).
Efectivamente, previendo la victoria Alemana en la guerra europea, el gobierno de Vichy quiso garantizar el estatus de Francia como imperio colonial y buscó un acuerdo con Hitler, de modo que en vez de ser tratada como vencedora Francia fuera considerada como aliada no subordinada, pero el afán revanchista del líder nazi y la prórroga de la guerra más allá de las previsiones iniciales lo impidieron.

De Gaulle tuvo la osadía de hacer un llamamiento a la lucha desde el exilio en el mismo momento en que se proclamaba el armisticio. Su audacia, arrojo y tesón consiguió sentar a Francia entre las potencias vencedoras.
A raíz del enfrentamiento de las tropas francesas de Vichy contra las anglogaullistas en Dakar, en su búsqueda de un acuerdo con los alemanes, el ministro francés de la Guerra general Huntziger escribiría el 26 de septiembre de 1940 al general alemán Von Brauchitsch:
“Es un hecho que entre Francia y Alemania hay un armisticio, pero también es un hecho que Francia está luchando con Alemania contra Gran Bretaña. Esta situación anómala debe quedar resuelta” (Pg 68).
En cuanto a la política interior, el fracaso de la Tercera República se había puesto de manifiesto ya antes de la derrota. Ello llevó al gobierno francés de Vichy a emprender una serie de reformas saltándose el parlamentarismo paralizante anterior. “Pero en su excitación, los franceses cometieron la más elemental de las imprudencias, pues debido a su impaciencia para remediar errores antiguos y transformar las condiciones que habían conducido a la derrota, realizaron grandes cambios estructurales durante la ocupación del enemigo” (Pg 129).
En Vichy primero prevalecieron los tradicionalistas, luego los tecnócratas. En todo caso, no se gestó un Estado de tipo nazi-fascista. En la zona ocupada (costa Atlántica y centro del país), sin embargo, sí actuaron numerosos grupúsculos fascistas que repudiaban al gobierno de Vichy por considerarlo anticuado y ajeno a la revolución fascista.
“A pesar de que con el tiempo perdieron terreno, los tradicionalistas no dieron paso a ideólogos fascistas, sino a técnicos administradores profesionales y hombres de negocios ya destacados durante la Tercera República. Aunque los personajes fascistas alcanzaron cierta prominencia en las cuestiones propagandísticas, en el antisemitismo oficial y, en 1944, en la ofensiva paramilitar de Vichy contra la Resistencia, hubo sectores vitales enteros dentro de la Revolución Nacional –como la finanzas, las relaciones exteriores y los servicios armados- que jamás estuvieron en sus manos.
Judíos son trasladados por la gendarmería para su deportación a campos de concentración.
Uno de los aspectos más tenebrosos de Francia durante la Segunda Guerra Mundial fue su participación en la marginación, primero, y persecución, después, de los judíos. Ya en 1940 se aprobaron leyes que los excluían de diversas funciones públicas.
“Es verdad que a partir de 1942, el proyecto alemán de deportación le fue impuesto a Francia por una orden tajante y a pesar de cierto pataleo por parte de Vichy. Al principio, sin embargo, los alemanes se preocuparon tan poco de las cuestiones internas de Francia que ésta fue utilizada incluso como lugar de destierro para los judíos alemanes. El 23 y 24 de octubre de 1940, y a pesar de las enérgicas objeciones del gobierno francés, seis mil judíos alemanes fueron enviados a Francia desde la región occidental de Alemania. Del mismo modo que Francia no quedó incluida en la «Gran Región Económica de la Europa Media» de los planes de paz alemanes, tampoco fue considerada como parte del área que debía ser «purificada» de la presencia de los judíos. En 1940, por consiguiente, hubo un antisemitismo francés indígena que tuvo plena libertad para sacar a relucir su propio veneno” (Pg 155).
Si bien el régimen de Vichy había tenido como uno de sus baluartes a la hasta entonces maltratada Iglesia, su proscripción de los judíos sembró fuertes tensiones. “El descontento que suscitó entre los católicos la deportación de los judíos (…) adquirió carácter masivo en el verano de 1942, y ésta fue la primera cuestión sobre la cual hubo obispos (como monseñor Salièges de Toulouse, monseñor Théas de Montauban, y el cardenal Gerlier de Lyon) que expresaron su abierta oposición al régimen. Por consiguiente, Vichy dividió tanto a la Iglesia como a la propia Francia” (Pg 141)
Judíos prisioneros en el Velódromo de París antes de ser trasladados a los campos de exterminio del este de Europa.
Cuando Alemania dé un giro a su política y ataque la Unión Soviética, el Partido Comunista entrará realmente en acción. Hasta entonces el ejército alemán se había atenido a las instrucciones dadas en el momento de la invasión: cortesía y respeto con la población, lo que había derivado en una convivencia bastante pacífica, pero las acciones terroristas que se van a desencadenar darán paso a las represalias cruentas.
“El partido comunista pasó del «ni Pétain ni De Gaulle» a la resistencia activa después del ataque de Hitler el 22 de junio de 1941, y toda la capacidad clandestina del Partido se inclinó por el bando de los aliados. (…) Se tradujo en una serie de muertes violentas que situaron la cuestión de la ley y el orden en primer plano en la segunda mitad de 1941. Con el tiempo, los comunistas actuaron en una cooperación más estrecha con los gaullistas, pero en los primeros y angustiosos meses de la Blitzkieg alemana en el este, el terror estuvo a la orden del día. Este terror suscitaría medidas contraterroristas por parte de los alemanes, con Vichy tratando de mantenerse al mismo nivel. (…)
El primer soldado alemán asesinado en Francia después del armisticio fue el cadete naval Moser, acribillado en la estación del metro de Berbès-Rochechouart, en París, el 21 de agosto de 1941. Siguiéndole el suboficial Hoffman, muerto a tiros en la Gare de l´Est el 3 de septiembre, un mayor del Ejército, un funcionario civil también abatido a balazos en Burdeos el 22 de octubre, y –como víctima más elevada en graduación- el Feldkommandant de Nantes el 20 de octubre. Los alemanes reaccionaron con ejemplar ferocidad y, apoderándose de los presos comunistas y comunes ya encarcelados como rehenes, fusilaron a nutridos grupos de ellos a medida que pasaba el tiempo sin conseguir la captura de sus agresores. El 25 de octubre, seiscientos rehenes franceses fueron amenazados y más de un centenar de ellos fusilados, 50 en Burdeos y 48 en un solo grupo en Nantes (…).
Ante estas barbaridades, el mariscal Pétain propuso presentarse personalmente en la Línea de Demarcación, en Molins, a las dos de la tarde del 25 de octubre, como rehén, considerándose a sí mismo como prisionero hasta que los alemanes contestasen a su nota de protesta. (…) No fue necesario que Pétain cumpliese lo prometido, pero Vichy hallose bajo una intensa presión para que contuviese el terrorismo francés” (Pg 190).
La evolución de la guerra llevará al ejército alemán a ocupar toda Francia a partir de noviembre de 1942, Vichy será cada vez más un mero títere. El deseo del régimen de apaciguar al invasor y conseguir de él algunas concesiones acabará por convertirlo en cómplice. Cada vez tendrá menor apoyo popular, si bien el prestigio del mariscal Pétain contará con un vigor inusitado.
Francois Mitterrand, que con el paso de los años sería presidente de la República, recibido por el mariscal Pétain. Mitterrand llegaría a recibir la "Orden de la Francisca" del gobierno de Vichy. Más tarde partiría de Francia y contactaría con De Gaulle.
“El rasgo más notable de la opinión pública acerca de Vichy fue la clara distinción que la gente, en su mayoría, trazó entre Pétain y sus ministros. Los dos primeros ministros de Vichy fueron blanco de atentados, Laval fue herido en Versalles el 27 de agosto de 1941, cuando ya no ocupaba su cargo, y Darlan fue muerto a tiros en Argel, la víspera de la Navidad de 1942. Pétain, en cambio, todavía podía congregar multitudes adictas mucho tiempo después de la ocupación total de Francia en noviembre de 1942, no sólo en ciudades tradicionalmente nacionalistas como Nancy (26-27 de mayo de 1944), sino incluso en el inquieto París tan sólo cuatro meses antes de la Liberación, el 26 de abril de 1944. La presencia de Pétain (…) aportó una cobertura moral al régimen mucho después de haber quedado ampliamente desacreditados los demás miembros del mismo” (Pg 216).
Mitin del mariscal Pétain en Nantes en mayo de 1944.


Mitin del general De Gaulle en Nantes ya liberado en septiembre de 1944.

Acabada la guerra las complicidades eran tantas y de tan diversa índole, que las iras acabaron descargándose sobre gentes a menudo ajenas a los hechos sustanciales del conflicto. Luego, se echó un velo de silencio atendiendo exclusivamente a la Resistencia, de modo que Francia quedase limpia y en igual estatus que las naciones vencedoras. Parece que el tiempo va cerrando las heridas, y el país galo comienza a mirar con serenidad y dolor su reciente historia.

Joven, acusada de colaboracionista, con un niño en los brazos fruto de su relación con un soldado alemán. Con la cabeza rapada y la multitud increpándola.

Joven a quien rapan la cabeza acusada de colaboracionista por haber tenido relación con algún alemán.

Mujeres descalzas, con la cabeza rapada, una esvástica pintada en la frente y sin apenas ropa, acusadas de colaboracionistas, son paseadas para exhibirlas.

Mujeres acusadas de prostituirse con alemanes.


Hombre acusado de colaboracionista en la liberación de Rennes.

2 comentarios: