Amábamos la Naturaleza. No es que nos gustara, sino que la
amábamos; en ella nos sentíamos verdaderamente felices. Por eso, a la primera ocasión, nos íbamos a alguna arboleda, ribera o monte para ver pájaros y todo animal al alcance de nuestra mirada (o nuestra mano).
Éramos los “hijos huérfanos” de
Félix Rodríguez de la Fuente y le comprendíamos y queríamos porque, efectivamente, para nosotros la vida era una
aventura y los animales el más apasionante de los mundos.
Todavía me sorprende que con doce años o menos nuestros padres nos dejaran salir solos de excursión. Cogíamos un autobús o un tren y allá que nos íbamos al Galacho de la Alfranca, a los Mallos de Riglos o a la Laguna de Sariñena. Dudo que por aquel entonces tuviéramos siquiera carné de identidad. Fuimos creciendo y aquellas salidas resultaron menos embarazosas, pues en no pocas ocasiones a la gente le resultaba extraño ver a aquellos críos ir por libre.
En ANSAR (Asociación Naturalista de Aragón) éramos los alevines. La presidía
Henri Bourrut, si bien mantenía cierto liderazgo natural
José Manuel Falcó, con una incipiente esclerosis que fue incapacitándole lentamente hasta acabar con él lejos de estas tierras.
Recuerdo una concentración que hicimos en los ochenta en el Galacho de la Alfranca. Iba a ser roturado para hacer campos de cultivo. Allí, a un tiro de piedra de Zaragoza, había una fauna enorme (martinetes, garzas, un sinnúmero de anátidas, cernícalos, milanos, tejones, zorros...). Hoy, como todo patatar periférico que se precie, sería un paisaje de asfalto y hormigón con hileras de pisos a precio de saldo.
Pero a lo que iba. Acudimos a Pastriz, el pueblo cercano al Galacho, miembros de ANSAR, la Asamblea Ecologista y la SEO (Sociedad Española de Ornitología). Entre todos no creo que llegáramos a las sesenta almas. Llevaba la voz cantante el ornitólogo
Adolfo Aragüés, que dirigió unas palabras en la plaza del pueblo ante los congregados y un escasísimo número de vecinos. Hubo una suelta de palomas en señal de paz. El hecho es que, por ser de corral, quedaron posadas en el tendido eléctrico cercano. Menos mal que la de Noé debía estar más ejercitada, si no todavía estamos metidos en el arca.
La policía local de Zaragoza y la Guardia Civil hicieron acto de presencia. De entre los concentrados salieron algunos silbidos de protesta (bastante mansos, todo hay que decirlo). Mis amigos y yo, cumpliendo el mandato propio de nuestra edad, nos apuntamos a los mismos, entre gritos ocasionales de “¡picoletos!”. No pasó de ahí la cosa y nos dirigimos en grupo al Galacho para tomarlo simbólicamente y pasar el día.
Conforme atardecía, la gente se iba marchando. Las nubes se cerraban a marchas forzadas y entre el meandro y el pueblo mediaba media hora de camino. Los “alevines” apuramos más el tiempo y nos quedamos solos. Finalmente el cielo se aburrió de esperar y comenzó a diluviar. Y quién nos lo iba a decir, los que nos echaron una mano para evitar que nos caláramos hasta los tuétanos fueron aquellos mismos a quienes horas antes habíamos abucheado. Efectivamente, los guardias civiles se apiadaron de nosotros y nos invitaron a subir a su todoterreno para acercarnos al pueblo. Durante el trayecto dejaron ver la simpatía que les despertábamos aquellos cuatro críos con nuestros prismáticos y mochilas a cuestas. “A mi chico también le gustan mucho los pájaros”, comentaba uno. Mientras otro nos hablaba de sus experiencias campestres. Nosotros asentíamos calladamente. Tanto uniforme nos imponía. Desde aquel día la Benemérita me ha inspirado una inevitable simpatía. Sé que no está de moda, pero es así. Máxime cuando en tantísimas salidas al campo he comprobado que son la garantía de que no se machaque la fauna que todavía nos queda (particularmente gracias al SEPRONA).
La prensa local se hizo eco de la concentración. Se hablaba de 250 personas, cosa que distaba de ser verdad. A mí aquella exageración no me gustaba. Sé que inflando la cifra pretendían respaldar nuestra reivindicación, pero creo que la verdad es el único modo de hacerlo. ¿Por qué no denunciar, por ejemplo, la pasividad general a la par de que se alerta del peligro de desaparición del Galacho? Por ejemplo: “Una isla de diversidad biológica cercana a Zaragoza a punto de desaparecer ante al inacción de la mayoría. Sólo 60 personas fueron capaces de alzar la voz para pedir...”.
El caso es que las excavadoras se detuvieron, la Administración comenzó a mover sus pesados engranajes y hoy el Galacho de la Alfranca está declarado Reserva Natural. La visita a la zona está restringida y cuenta con un centro de interpretación y otro de recuperación de fauna. Vamos, todo lo que en aquel entonces nos parecía un sueño.
En lo que a mí respecta, de vez en cuando acudo con mis hijas y la gozo de lo lindo viendo cómo, al igual que su padre hace unos cuantos lustros, comienzan a asomarse a la belleza de la Vida.
[Con Carlos Díez y Luis Gracia en plena danza del grajo -Galacho de Juslibol-]