Me dijo que las Humanidades no valían para nada. Se trataba de un saber inútil sin la menor aplicación práctica. Sólo las Ciencias contribuían al progreso y al auténtico conocimiento.
- Nuestra sociedad –afirmaba- está donde está gracias a la física, las matemáticas, la ingeniería... ¿De qué sirve saber la lista de los Reyes Godos o si “camión” lleva acento?
¡Y qué decir de las religiones! Afortunadamente las Ciencias nos han liberado de sus supersticiones para siempre.
En aquel momento se me pasaron por la cabeza muchas cosas. Entre otras, que si las Ciencias habían prosperado tanto era porque una cosa llamada Filosofía las había fundamentado. También consideraba qué sería de él el día que padeciera un sufrimiento hondo por la pérdida de alguien querido, la falta de amor, una enfermedad, o la amenaza de la propia muerte. ¿Qué pensaría entonces de esas “supersticiones”?
Pero mi amigo no quería plantearse esas cuestiones. Se tenía por un hombre “práctico” que había superado las “metafísicas”, como había llamado en alguna ocasión a los problemas más existenciales.
Al fin, me decidí a hablar:
- Por lo que me dices, tu vida se desarrolla completamente de espaldas a las Humanidades.
- Así es.
- Es muy meritorio. Hasta ahora no conocía otro caso como el tuyo.
- ¿Por qué dices eso?
- Porque yo pensaba que incluso la Ciencia tenía un soporte Humanístico, aunque sólo sea porque está realizada por seres humanos.
- Te equivocas. La Ciencia es completamente autónoma. ¡Ahí reside su grandeza!
- ¿A qué día estamos?
- A lunes. ¿Por qué?
- ¿Me puedes decir la hora?
- Son las once y media –respondió tras consultar su reloj.
- ¡Vaya!, has dejado de ser tan excepcional como creía. Resulta que también estás sujeto a las “servidumbres” de las Humanidades y eres heredero de viejas supersticiones.
- ¡Pero a qué viene eso!
- Porque para ti hoy es lunes.
- ¿Y qué?
- Que tus semanas tienen siete días, uno de los cuales es el lunes. Y si la semana tiene precisamente siete días y no cinco ni diez es por razones religiosas, no científicas. Los sumerios y los babilonios descubrieron que había siete astros que se movían con independencia del conjunto de estrellas. Eran la Luna, el Sol y los cinco planetas visibles, cuyos nombres latinos son Marte, Mercurio, Júpiter, Venus y Saturno. Para ellos eran dioses, y dedicaron un día de la semana a cada uno de ellos. Así el lunes honra a la Luna, el martes a Marte, el miércoles a Mercurio, el jueves a Júpiter, el viernes a Venus, el sábado a Saturno, y el domingo al Sol.
- ¿El domingo al Sol?
- Sí, sólo que con la difusión del cristianismo cambió de nombre para honrar al único Dios. Domingo es el “día del Señor”. Hay idiomas, como el inglés, que todavía conservan el nombre antiguo: Sunday.
Mi amigo se había quedado algo serio. Su locuacidad había desaparecido, pero no su natural curiosidad.
- Y la pregunta de la hora, ¿también tiene trampa o realmente la querías saber?
No pude evitar esbozar una sonrisa maliciosa.
- Como tú dices, tiene trampa –confesé.
- Ala, pues ya puedes empezar a contar. ¿Qué tiene que ver la hora con los diosecillos?
- Hay que decir que la necesidad de medir el tiempo se remonta al inicio de la agricultura. La época de la siembra, la siega y demás, se produce siguiendo unos ciclos, por eso hay que medirlos. Como eran pueblos que adoraban a la Luna, qué mejor forma de medir el año que mediante los ciclos lunares.
- Entiendo. Por eso hay doce meses.
- Efectivamente. Pero los egipcios, siguiendo el modelo anual, dividieron el día y la noche en doce fracciones respectivamente. Doce horas de día y doce de noche. Ya tenemos las veinticuatro horas. Y también llegamos a la conclusión de que para comprender nuestros sistemas de medición, por muy científicos que sean, tenemos que contar una historia. Es decir, recurrir a algo tan supersticioso e inútil como las Humanidades.
- Venga, déjate de rollos y vamos a tomarnos una caña, que me has puesto la cabeza como un bombo.
- Vale, pero con papas.
- Está hecho.
Y así vino a resultar que, a ejemplo de los diálogos socráticos, decidimos que la mejor forma de conversar era con un tentempié delante, y nos pasamos la tarde dándole al palique y lubricando el gaznate.
Me encanta Rafael este blog.La entrada muy buena, siempre que vengo salgo con algo aprendido.
ResponderEliminarUn abrazo.
Anda¡ No tenía ni idea de lo de los días ni del porque de las 24 horas.
ResponderEliminarMe fascina aprender¡
Gracias
Miriam
OOOOh!! Pero lo verdaderamente verdadero, es como narras esta experiencia.
ResponderEliminarMe llamó la atención el título.
Espero que ya estes requete bien.
Saludos en Jesús y María.
Buenos días Rafael. ¿No estarás fundadndo un movimiento paripatético de tapeo?. Todos admiran el neoyorquino puente de Brooklyn pero pocos saben que su autor John A. Roebling era uno de los discípulos predilectos de Hegel. Todos los calendarios necesitan -precisan- cada cierto tiempo un ajuste; Momento de la humildad.Un abrazo.
ResponderEliminarMento, muchas gracias. Por cierto, tienes una bombilla en el pelo. Otro abrazo para ti (aunque puedas dar calambre).
ResponderEliminarMiriam, muchas gracias a ti. También es verdad que hay gente para la que los días parecen tener 48 horas, mientras que a otros no nos cunden ni 2.
María del Rayo, de salud ya estoy mucho mejor, a Dios gracias. De otras cosas, como dicen en las notas de los niños: necesito mejorar. Un abrazo.
NIP, ese movimiento lo tenéis fundado en Pamplona hace siglos. ¡Pero estáis más de bares que en casa! No tenía ni idea de lo de Roebling. A raíz de tu comentario he mirado en Wikipedia. Por lo que parece, el puente de Brooklyn estaba un poco gafado. Otro abrazo para ti.