jueves, 3 de febrero de 2011
Reflexiones nocturnas, o la queja y el consuelo
En memoria de César Tejedor Campomanes, a quien no tuve la fortuna de conocer.
Conservamos en casa el libro de filosofía de COU de mi mujer. Se titula “Historia de la Filosofía en su marco cultural” y está editado por SM. Año de impresión: 1984.
En la portada aparece una ilustración de William Blake: “Night Thoughts, or the Complaint and the Consolation” (Reflexiones Nocturnas, o la Queja y el Consuelo). Un hombre, con los ojos cerrados, yace sobre un gran libro abierto. No se sabe si duerme o está muerto. En su mano derecha todavía sostiene la pluma con la que ha estado escribiendo.
Pese a que esta Historia de la Filosofía es a priori un libro de texto para estudiantes, hay que decir que se trata de una auténtica joyita, hasta el punto de que de vez en cuando todavía lo consulto con agrado.
La obra está muy bien estructurada, con clarificadoras exposiciones, acertadas citas de los más destacados filósofos, y en el inicio de cada capítulo, la presentación del marco histórico en que se desarrolló cada una de las corrientes de pensamiento: política, arte, economía, religión, ciencia, literatura, etcétera.
Dado lo atinado de esta obra y los buenos momentos que me ha deparado, pensé que sería una buena idea agradecérselo a su autor, un tal César Tejedor Campomanes (según reza en el interior del volumen, doctor en Filosofía y catedrático de Instituto). Habían pasado veinte años desde que la publicara, pero tan excelente trabajo no merecía quedar enterrado bajo la infinita sucesión de libros de texto de contenido menguante y volumen creciente que las editoriales lanzan curso tras curso.
Busqué en Internet qué era del citado César Tejedor, y descubrí, con un íntimo estremecimiento, que no hacía mucho había fallecido junto con su esposa y su única hija de siete años. La causa: un escape de gas. (Ver noticia).
Qué final para aquel hombre; alguien particularmente culto, excelente pedagogo (escribiendo certifico que lo fue, lo que me hace sospechar que en clase también debió serlo), un formador riguroso, buen comunicador, ponderado. ¿Cómo pudo suceder aquel fatal accidente? ¿Cómo pudo permanecer muerto junto a su mujer y su hija sin que nadie los echara de menos? Sólo el olor a gas delató su existencia al cabo de varios días.
Su muerte lo convirtió en una noticia de página interior; una instantánea pasajera que, sin embargo, parece ser la metáfora de algunos aspectos de nuestra sociedad; esa que encumbra al mediocre y relega al excelente, que escucha embelesada a quien la halaga mientras ignora al que le exige que mejore. Aquí radica nuestra culpa, a nadie podemos imputar los males que nos aquejan.
La portada de aquel libro de COU no era sino la anticipación profética del final de su autor. El hombre que escribía para adentrar a sus alumnos en el auténtico conocimiento, para acercarlos a la verdad por él entrevista, nos dejaba su obra, siempre inacabada, quedando sumido en un sueño del que no volvería a despertar.
Blake lo vio: Reflexiones nocturnas, o la queja y el consuelo. Después, silencio.
No he podido evitar un escalofrío mientras me adentraba en la lectura de tu entrada.
ResponderEliminarYo creo que su muerte fue dulcemente anónima; como las palabras con que hoy le recuerdas.
Pilar, la verdad es que a mí también me impresionó mucho. Desde luego fue una muerte dulce y calma; aunque muerte al fin y al cabo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Fabulosas tus palabras; tanto en su contenido como en sus formas. Escribes muy bien. Se nota que sientes lo que dices y, finalmente, trasmites al receptor la sensación... que puede terminar en sentimiento.
ResponderEliminarEnhorabuena de verdad o, como diría un florentino, "davvero".
Me compraré el libro, pues veo que tiene muchas recomendaciones.
Un fuerte abrazo.
¡Un abrazo, amigo!
ResponderEliminar