lunes, 25 de octubre de 2010

Ombliguismo o la muerte de Copérnico


Ortega y Gasset advertía frente a los partícularismos, entendidos como la exacerbación de un aspecto de la realidad en que la parte pasa a convertirse en todo; lo relativo se absolutiza. Así la raza se transmuta en racismo, la nación en nacionalismo, o la feminidad en feminismo.

Está claro que nada de malo tiene pertenecer a una raza, a una nación o al género femenino, lo grave es divinizar esas categorías hasta el punto de convertirlas en excluyentes, en "-ismos".

Una de las peculiaridades de los particularismos es su susceptibilidad. Sacralizado un aspecto de la realidad, toda mención a él debe hacerse según el protocolo ritual establecido por los nuevos gurúes; de lo contrario uno se convierte en profanador.
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Si alguien critica tal o cual aspecto de la política, la economía, el carácter, la historia o la legislación de una determinada región, automáticamente se convierte en anti-región, fascista, réprobo.
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Igual sucede con los dogmas o, lo que es peor, las manías del feminismo, el clasismo, el multiculturalismo, el pansexualismo, y todos los demás "ismos" que se nos puedan ocurrir.
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A menudo son la coartada del demagogo de turno que apoyado en el prestigio social de esos particularismos, finge escandalizarse por las palabras o acciones de quienes no siguen puntualmente el ritual establecido o critican tal o cual aspecto de una parcela de la realidad que se ha divinizado.
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Hay que tratar de inmunizarse frente a los particularismo y recordar algo que decía el padre Pío Gurruchaga: "Las cosas de Dios no son Dios. Sólo Dios es Dios".

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