jueves, 23 de septiembre de 2010

Crisis, crisis, crisis


Hay un escrito del filósofo Daniel Innerarity que me parece especialmente iluminador. Dice así:
Los malos tiempos son siempre buenos tiempos para la filosofía, a la que se puede permitir una única vanidad: la de ser una especie de espectadora de náufragos y superviviente de catástrofes. El filósofo es un personaje que sabe esperar y, sobre todo, sabe esperar el cadáver de su enemigo, el hombre hábil, práctico, satisfecho y seguro de sí mismo. La filosofía no es más astuta que los triunfadores oficiales, pero acumula suficiente vejez a sus espaldas como para saber que el éxito es la antesala de algún fracaso, que la seguridad no es tan duradera como promete y que, tarde o temprano, el hombre se ha de enfrentar a algún tipo de catástrofe, ya sea bajo la forma de perplejidad, desorientación, o pérdida de sentido. Éste es el momento que la filosofía aguardaba secretamente para vengarse del sarcasmo con que era despreciada por los traficantes del éxito. Las preguntas filosóficas surgen, decía Heidegger, en medio de una gran desesperación, cuando «todo peso quiere desaparecer de las cosas y se oscurece todo sentido».

El problema es que los filósofos, los auténticos filósofos, parecen desaparecidos. No se los ve, no se los oye, no se los conoce. Son los sofistas de todo-a-cien que nos han tocado en desgracia quienes se dedican a prodigar recetas caducas y demagógicas, fórmulas que son un auténtico insulto a la inteligencia. En su necedad, se pavonean y charlotean convencidos de que el carné del partido y el cargo público obtenido a base de servilismo les garantizan aquello que más anhelan: el éxito. Flashes, enjambres de micrófonos mendigando sus palabras, son la prueba de su gran valía.

Mientras, el magma se mueve bajo sus pies –peor: bajo nuestros pies-, aunque ellos piensan que no les afectará, que las erupciones son cosa del cretácico.

¿Crisis? La crisis no existe si no tiene coste electoral. Es más, según en qué posición se esté puede ser hasta beneficiosa. La única crisis que les preocupa es la que les quitan un trozo del pastel. Mientras, la sociedad se descoyunta sometida a la avidez insaciable de todos los egoísmos, la verdad es enterrada bajo los escombros de la demagogia, y una ola de furia y fanatismo se infiltra con determinación desde el levante en un bosque sin raíces que ha olvidado su razón de ser.

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