Carmelo el caracol decidió que ya era hora de conocer mundo; así que con su casa a cuestas, abandonó la hoja de lechuga en la que había pasado los últimos días y se dirigió campo a través a la aventura.
Cruzó huertos, recorrió riberas, anduvo por viñedos, se adentró en bosques y subió colinas.
En su periplo hizo muchos amigos, pero el mayor de todos fue Gustavo el gusano. Tan buenas migas hicieron, que Gustavo decidió acompañarlo.
Un día se vieron en la necesidad de atravesar una enorme planicie cubierta únicamente de fina arena. Los dos amigos, entusiasmados con su travesía, avanzaron sin temor, confiando en que en un par de días alcanzarían la arboleda que se divisaba al otro lado.
Pero quiso la fatalidad que una descomunal tormenta se desatara por la noche. Las gotas golpeaban con fuerza y en aquel terreno no había lugar alguno donde guarecerse.
- ¡Métete en tu casa! -clamó Gustavo a su compañero-. Tú la llevas a cuestas y puedes protegerte.
- Así es. Y ojalá pudiera entrarte a ti también. Pero como eso me es imposible, me quedaré fuera contigo.
El gusano insistió una y otra vez a Carmelo, pero el caracol no atendió a sus demandas y permaneció a su lado todo el tiempo.
La tormenta alcanzó tal magnitud que aquellas tierras se inundaron y los cuerpecillos de los dos animalitos llegaron a anegarse en las aguas.
Por la mañana cesó la lluvia y asomó el sol. Los dos compañeros estaban casi muertos, y apenas podía moverse.
- ¿Por qué lo has hecho? -preguntó Gustavo-. Te podías haber salvado sin ningún problema. En cambio te has quedado toda la noche fuera sufriendo las inclemencias del tiempo.
La respuesta de Carmelo no pudo ser más concisa.
- Eres mi amigo. Si no te puedo ayudar, por lo menos correré tu misma suerte.
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Por fortuna al mediodía alcanzaron la arboleda y repusieron fuerzas. Pocas semanas después se pudo ver a un caracol feliz acompañado de una hermosa mariposa que revoloteaba a su lado y le proporcionaba sombra cuando los rayos del sol eran demasiado intensos. Se trataba de Gustavo, que tras hacerse una crisálida había resurgido convertido en una mariposa multicolor.
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Los demás animalitos envidiaban la suerte de Carmelo, por disponer de tan linda compañía, pero Gustavo siempre tuvo claro que el verdadero afortunado era él, y nunca jamás se separó de su compañero porque bien sabía que el que tiene un amigo, tiene un tesoro.
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