martes, 8 de junio de 2010

La respuesta del tuareg


El teniente Arribas (que fue quien me narró esta experiencia siendo ya coronel retirado) era entonces un joven y bravucón legionario. Estaba destinado en Sidi Ifni, que en aquel tiempo era un protectorado español al oeste del actual Marruecos. Las tropas contaban con beduinos para moverse por aquellas tierras ventosas, áridas y monótonas, donde el agua potable es un bien más preciado que el oro.

Los tuaregs, curtidos y silenciosos, son un pueblo de singular nobleza. Llegan al extremo de levantar una tienda en la arena virgen para que sus huéspedes reposen donde nadie antes lo hizo.

De entre todos los beduinos que los acompañaban, había uno que llamaba poderosamente la atención de Arribas. La razón era su peculiar forma de rezar. Los musulmanes tienen la norma de orar cinco veces al día arrodillándose en dirección a la Meca, mas el citado tuareg, al cumplir con el precepto, en vez de inclinar la cabeza hacia delante, la ladeaba.

Un día, vencido por la curiosidad, Arribas se acercó al explorador y le preguntó por el motivo de ese gesto tan inusual. Todos agachaban la cabeza de frente, ¿por qué él la giraba acercando la faz a la arena?

El hombre de tornasolada tez le dirigió una mirada profunda como la noche, y con la serenidad propia de quien vive en paz con el cielo y con la tierra, le respondió:
Oigo al desierto llorar porque pudo ser pradera y se quedó en desierto.

1 comentario:

  1. rafael, seguro que habia tuareg, en sidi ifni???
    es un detalle, pero pudiera tener su importancia.
    un saludo
    Furriel Nacho

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