El poder tiene apetito de poder. Esto ya lo veía Nietzsche. Es un hambre voraz, insaciable. Si no hay un contrapoder que lo detenga o un código moral que lo perfile, se lo lleva todo por delante, como la Nada de La Historia Interminable.
El actual presidente de España lo tiene claro. Si los medios de comunicación son críticos, mejor regularlos o comprarlos con dádivas pecuniarias que verse sometido a esa crítica.
Recordemos cómo en pleno Covid, con la población cautiva y sin poder facturar, el gobierno que había negado la mayor se dedicaba a regar con millones de euros a los medios de comunicación que, agradecidos, asentían a cada nueva ocurrencia del fantasmal comité de expertos.
Que los tribunales nos son desfavorables. No hay para qué cambiar las leyes, basta con sustituir a los magistrados.
Estamos en las mismas. El Tribunal Constitucional dictaminó que los confinamientos y otras medidas tomadas durante el estado de alarma eran inconstitucionales. (Ojo, porque el actual líder del PP quería endurecer aún más el toque de queda en su feudo gallego. Por mandar que no quede). ¿Modificamos la Constitución? ¿Para qué arriesgarse en ese juego? Naaaa. Ponemos jueces serviles que no cuestionen nuestras decisiones. Así que los nuevos magistrados del Tribunal Constitucional desdicen lo que se decía, y dan más poder... ¡al poder! En adelante, si se dictamina un nuevo estado de alarma, habrá barra libre. (Ver noticia).
Ya lo dijo "nuestro" presidente cuando declararon inconstituacionales varios preceptos de los dos estados de alarma: "lo haría de nuevo". Y tanto. Se fue de rositas.
De aquí a una ley habilitante como la que enterró la Constitución de Weimar sin necesidad de derogarla sólo hay un paso.