Hay puertas que se abren y puertas que se cierran. A simple vista parecen iguales, pero su premisa es radicalmente distinta.
Con la I Guerra Mundial las gentes pensaban que se cerraba una puerta. Tanto horror y sufrimiento no podían repetirse. Era una lección aprendida a golpe de muñón y gangrena. Veinte años después de su fin el mundo calaba las bayonetas dispuesto a enzarzarse en un horror todavía mayor. Decenas de millones de muertos.
La guerra entre Ucrania y Rusia asemeja el tremolar de los estandartes antes de una batalla. No concluye nada, no resuelve nada, sólo anuncia un pavor que todavía está por sobrevenir, una deuda de rencor y brutalidad.