lunes, 26 de abril de 2010
Zenón de Elea, el filósofo más duro a este lado del Pecos
Que los intelectuales enreden con la política no es algo nuevo. De hecho en la época primera de la filosofía casi no había manejo en el que no anduvieran metidos.
Para mí el caso más llamativo es el de Zenón de Elea, quien se jugó la vida por librar a su ciudad natal de la tiranía. Y cuando uso el calificativo de “llamativo” no piense el lector que lo hago de manera ociosa, muy al contrario, tan llamativo es, que sería digno de aparecer en un programa monográfico de Cuarto Milenio.
Si nos atenemos a los escritos que nos han dejado Diógenes Laercio, Diodoro de Sicilia y alguno más, los hechos sucedieron así:
A mediados del siglo quinto antes de Cristo, Elea había caído bajo el yugo del tirano de Siracusa llamado Nearco. Zenón, como buen griego e intelectual al uso, decidió tomar cartas en el asunto. Así que sufragó una expedición de aristócratas con la misión de que desembarcaran en la costa itálica al amparo de la noche y se hicieran con el control de la polis. El caso es que alguien debió irse de la lengua, y los soldados de Nearco los estaban esperando. Como allí no existía la Sierra Maestra, no pudieron echarse al monte y los exterminaron. Por su parte, el filósofo fue hecho prisionero.
Nearco quiso arrancar a Zenón el nombre de los cómplices que tenía en la ciudad, pero éste, burlándose de su captor, se dedicó a citar a cada uno de los políticos vinculados al tirano.
No cuesta mucho imaginar la escena: Zenón de Elea en plan Bruce Willis en Jungla de Cristal XXVI, aguantando con una media sonrisa burlona los golpes mientras le vacila graciosete al tirano que dirige la tortura: “¿Que quién me ha ayudado? El mono que tienes ahí al lado, tu primo Filipo y la madre que te trajo al mundo. Yippy ka hey, hijo de ...”.
Así que sus carceleros comenzaron a torturarlo cada vez con mayor intensidad, hasta que la misma alcanzó tal extremo, que Zenón se comprometió a confesarlo todo con la condición de que sólo Nearco oyera los nombres de sus compinches. Ufano de su éxito, el tirano se acercó para escuchar mejor la revelación del cautivo, pero en cuanto estuvo a tiro, Zenón le mordió la oreja y no la soltó hasta que fue asaeteado por las espadas de sus verdugos. Ni Hannibal Lecter lo habría hecho mejor.
Cualquiera pensaría que convertido en un pincho moruno habría fallecido. Pues no. Es más, no sólo no murió, sino que todavía tuvo bemoles como para aguantar que sus carceleros se pusieran de nuevo a la faena de torturarlo. Entonces Zenón, como muestra de desprecio para con su enemigo, se cortó la lengua de un mordisco y la escupió a la cara de Nearco. ¡Quién quiere saliva teniendo la lengua para escupirla!
Con un tipo como aquel, ríete de Humprey Bogart. El tirano comprendiendo que iba a ser imposible sacarle la más mínima información, así que ordenó que lo machacaran en un gran mortero hasta reducirlo a pequeños pedazos.
Metido en aquella picadora, el duro de Zenón todavía tuvo el arrojo de despedirse de este mundo afirmando: “En la vida la virtud no es suficiente, se necesita también de la ayuda de un feliz destino”.
Claro que si tenemos en cuenta que ya no tenía lengua, la sentencia debió sonar más bien así: “En da vida da viddud no ed dudiciende, de dededida dambién de da aduda de un fedid deddido.”
Cuando nos paramos a reflexionar seriamente sobre el dramático final del filósofo, no nos queda más remedio que llegar a una conclusión: Zenón era un Terminator. ¿Cómo si no explicar semejante capacidad de resistencia? ¿Cómo comprender que un cuerpo triturado en pedacitos, diseminados en la cavidad de un mortero, ofrezca resistencia y hable? ¿Y si Nearco era un antepasado remoto de John Connor y por ello fue Zenón enviado desde el futuro para acabar con él?, vete tú a saber.
En todo caso hay algo que sí sabemos: que Nearco era tirano de Siracusa y se hizo con el poder en Elea de una forma completamente ilegal, que no toleraba la oposición política y trataba rematadamente mal a los prisioneros, que lleva muerto cerca de dos milenios y medio. Por todas estas razones lo más razonable sería que el juez Baltasar Garzón le instruyera un proceso judicial para enchironarlo.
Nearco, tus crímenes no han prescrito. ¡Prepárate! La jurisdicción universal (en el espacio-tiempo) nos ampara. ¡Ha llegado la hora de impartir justicia!
Y con respecto a ti, Zenón, tu memoria sigue viva entre nosotros. Descansa en paz (si es que tus pedazos no se han recompuesto).
Falta que los familiares de Zenón quieran denunciar.
ResponderEliminarhttp://elextravagante.blogspot.com
Ya puestos, podrías haber usado la referencia de Caín y Abel. Menos rebuscada, más remota e igualmente estúpida ;).
ResponderEliminarY eso por no añadir que Nearco, que sepamos, no se cargó a 113.000 "Zenones". Vaya, que... buen intento xD.
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